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 Correos: ¿Abandonar la institución para salvaguardar la vocación?.- Idiota

040. Después de marcharse
Idiota :

Querid@s amig@s:

Para los que se sorprenden por el "nick" aquí va una aclaración. Lógicamente, "idiota" se puede considerar en su sentido más común pensando que hice el idiota entrando o saliendo de la Obra y que, en cualquier caso, "me quedé como un idiota, sí, sí, como un idiota" (o sea, que "soñé y me volví corto"). Pero, en realidad, el "nick" procede de la lectura de una novela de Dostoevskii ("El idiota"). El idiota es un hombre bonachón, rebueno, en fin, inocente y sencillo, que entra en la alta sociedad de San Petersburgo, toda hipocresía y falsedad, y, llevado de sus rectos principios, va desenmascarándola poco a poco, va creando muchísimo revuelo y se va llevando cada bofetada... Aunque no me parezco en nada al personaje literario, me voy identificando con él a medida que voy leyendo. Los que "hemos perdido la inocencia", no en Roma sino en la Obra, nos podemos explicar por qué.

Y hoy voy a emplearme a fondo y a hacer un poco el idiota. En mi último mensaje (26.01.05), planteaba la pluralidad y el pluralismo de esta página como una ayuda personal para ver cuál es la realidad de los ex y cómo posicionarse uno mismo en la vida. Pero también quise plantear esos aspectos como una posible aportación para "quitarle hierro" al enfrentamiento entre minoría "nostálgica" y mayoría "crítica". Está claro que ambas posiciones existen, son legítimas y han de estar representadas en la página: si faltara cualquiera de ellas, se daría un visión incompleta y sesgada de la realidad, que disminuiría la credibilidad y el valor testimonial de la página - sobre todo de cara a los miembros de la Obra que se dignan tomar en consideración nuestros testimonios (con vistas, incluso, a posibles cambios, véase Crespillo, 30.01.05).

Por eso, pensé que podría intentar hacer inteligible a los "nostálgicos" la posición de los "críticos" presentando mi propio testimonio de cómo en la Obra se puede llegar a perder a Dios en el mismo momento en el que uno se esfuerza por ser "fidelísimo". Como estoy haciendo el idiota, ahora voy a intentar hacer inteligible a los "críticos" la posición de los "nostálgicos" con las ideas que ahora tengo en mente. Le doy la razón a Inés (30.01.05): "Cada uno es cada uno" y el mismo proceso de alejamiento de la Obra tiene sus distintas fases, sobre las que todavía no he reunido experiencia. Así que, siempre puede ser que mi convicción de ahora sea meramente una manifestación del síndrome de Estocolmo y que, por lo tanto, con el tiempo evolucione y cambie de modo radical.

Yo entiendo perfectamente que no pocos nos resistamos a abandonar la noción de "vocación", que dio sentido y motivación a todas las acciones y sacrificios durante nuestra pertenencia a la Obra. No se trata tanto de la noción de persona "escogida" y, por lo tanto, "selecta", perteneciente a una élite, como la de persona "amada" por Dios, hija de Dios, objeto de las atenciones de un Padre. No tengo inconveniente en renunciar a lo primero, pero, para mí, en estos momentos, renunciar a lo segundo amenazaría lo más profundo de mi ser. Quizá tengo la suerte de no haber hecho experiencias demasiado atroces (aunque podría contar cada batallas...), de modo que me he "roto", sin llegar al "cinismo" y tengo sólo quemaduras "de tercer grado".

Personalmente, estoy convencido de que tengo "vocación" y, a la vez, de que la Obra ha fracasado en su misión más genuina. Para mí no existe una "vocación a la Obra" sino sólamente una vocación a la "santidad" o, mejor todavía, una vocación al seguimiento de Jesucristo, es decir, a ser "alter Christus, ipse Christus", en el sentido de imitar las actitudes vitales de Jesucristo ("Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo", Flp 2,5). Esa vocación es "universal" (es para todos), pero está personalizada (es para mí); abarca todos los aspectos de la vida y dura para siempre, porque el amor que Dios me muestra llamándome no se acaba. Esa vocación puede concretarse en forma de una espiritualidad concreta y vivirse en una institución concreta; pero tanto la una como la otra están al servicio de la vocación y no al revés. Por lo tanto, puede suceder que la institución traicione de los modos más diversos su genuina misión de inspirar y estimular la respuesta amorosa a Dios. En ese caso, una persona puede tener incluso la obligación en conciencia de abandonar la institución para salvaguardar la vocación, es decir, la relación personal e íntima con Dios. Por ese motivo, ya no me siento en absoluto culpable (como sucedía hace años): entiendo que es la Obra la que ha fracasado. No soy yo el que tengo un "problema" (como me sugerían constantemente); son ellos los que lo tienen, y bien grave además.

Se podría interpretar esta argumentación como la clara señal de una sutil dependencia de la Obra. Sin embargo, en mi opinión, si antes de ser de la Obra, éramos ya cristianos íntima y naturalmente convencidos de lo que hacíamos, la mayoría de las veces a través de la educación que recibimos (no necesariamente en los invernaderos de la Obra), una argumentación de este tipo nos devuelve a lo que ya éramos, a lo que nos ilusionaba, a lo que creímos que iba a encontrar su plenitud entrando en la Obra. Me imagino que cada cual notará en lo más íntimo hasta qué punto la espiritualidad que vive depende de la Obra o va más allá.

La próxima vez me gustaría plantear la manera en que la Obra ha llegado a traicionar su misión y las posibilidades que hay de provocar un cambio (para contestar al interesante mensaje de Crespillo).

Hasta la próxima

Idiota




Publicado el Friday, 04 February 2005



 
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