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 Tus escritos: Pido perdón por escribir de mí. (Alguien sabe... Cap.6).- Satur

010. Testimonios
Satur :

Capítulo 6 de '¿Alguien sabe qué es el Opus Dei?'

(Enviado por Satur el 15-nov-2003)

Pido perdón por escribir de mí; creo que es mejor tocando el tema que se toca, como se verá...

Cuando me hice del opus, mi amor por Dios y por la obra era absoluto. Vivía con la lírica de las más clásicas canciones ya que, por ese ideal, estaba dispuesto a escalar las más altas montañas, a cruzar desiertos, a sembrar el mundo de "te quieros", a darle la vuelta como un calcetín.

En muy poco tiempo, esa es la verdad, las contradicciones de mi propia naturaleza indicaban, aconsejaban y señalaban claramente que ese no era mi camino. Mis sentimientos y mi corazón eran grandes, pero la realidad de este cuerpo que llaman Satur era muy diferente. Tiraba a golfete con demasiada frecuencia. San Pablo escribe sobre "el aguijón de la canne y de quién le liberaría de ese cuelpo de muelte"; bueno, pues lo mío no era un aguijón, lo mío era el cuerno de un Rinoceronte Blanco, y mi cuelpo era de muerte mortal.

Digo que " aconsejaba y señalaba que ese no era mi camino"; cualquiera, con sentido común y buscando mi bien, me hubiera animado a volver a empezar en otro tipo de entrega... cualquiera menos el opus dei, que motiva como el entrenador de aquel boxeador sonado, que estaba recibiendo mangazos en una velada hasta en el velo del paladar, y en cada asalto le gritaba "¡venga, es tuyo,!, ¡ya lo tienes!". Y en el decimocuarto asalto el boxeador, absolutamente noqueado, mira a su "coach" y le dice "macho, si dengo al otdro condra las cuerdas, vigílame al adbitro que me eztá dando máz que a un zello"... Así fueron pasando los años: entre aventuras que eran paréntesis de cuentas pendientes y asuntos de los que mejor no hablar, y una vida aparentemente entregada a las labores. Daba el pego, esa es la verdad. Y los directores, que sabían de mis contradicciones, al no ser escandalosas, tragaban, disculpaban y miraban para otro lado. Todo consiste en no preguntar demasiado, y en no contar demasiado.

De vez en cuando, el buen chico que tenemos dentro hablaba y destapaba toda esa miseria con ánimo contrito y pensando que le dirían "anda, déjalo, esto no es lo tuyo", pero that if you want rice, Catharine (que si quieres arroz, Catalina). "¡Ánimo, que puedes, vuelve a empezar, acuérdate del "te basta mi Gracia"!. Y, venga, a empezar de nuevo. No quiero dar muchas pistas, pero yo he estado en más ciudades y centros que Marco Polo, y todo por el dichoso "volver a empezar". Y, efectivamente, volvía a empezar, pero en el peor de los sentidos. La obra no me echaba por varias razones: porque me pitaban a saco, porque no era escandaloso en mis historias, y porque si me iba sería un cantazo para ellos. Y punto pelota.

Me convertí, y era consciente de ello, en un fariseo: uno de esos tipos que salen en el Evangelio; mucha filactelia, mucha norma, mucho poner fardos que yo no llevaba en la espalda de otros, mucho rollito ascético, mucha autosuficiencia, vida regalada, gestos de paz y serenidad, vivir del cuento, despreciar al pesado, al humilde, al depresivo, buscar la consideración . Un fariseo como los del Evangelio, esos que Jesús les metía unos paquetes que dan miedo; los que si estaban libres de pecado que tiraran la primera piedra...y es que debían de ser más salidos que un balcón. Pues eso. Y puedo asegurar que ser fariseo no me hacía ninguna gracia. Imaginaba el Día de mi Muerte en la puertas del cielo, mientras abajo se celebraba un funeral en mi honor en la Catedral, a tope de peña llorando por lo majete y santo que había sido, con carta del Prelado y todo, los directores de la delegación y todos mis hermanos y hermanas de la opus alabando mi pretendida santidad, el órgano tocando canciones de casa - ¡adelante, sin miedo, no miréis atrás, con los ojos en el capitaaaaaaaaan...!-; y arriba, mirándome, San Pedro, con unas barbas blancas, escrudiñando el libro de mi vida y moviendo la mano derecha de arriba abajo diciendo "¡¡¡machoooooo, la que te va a caer!!!"; anda, espera en esa nube de allá y deja tus cosas en ella, el mechero también: no lo necesitarás".

Así que un día decidí cortar por lo sano y volver a empezar de nuevo, pero esta vez de verdad, fuera del opus; en mi nuevo destino había vuelto a las andadas y no estaba para más zaranjazas. Sabía lo que me aconsejarían, como así ocurrió: Satur, contigo no hay que poner tierra por medio, hay que poner un océano, ¿quieres volver a empezar en algún país de Sudamérica?. No invento. ¡Jolines, me veía con ochenta años, después de haber pasado por Argentina, Colombia y Venezuela, haciendo la labor en Alaska de Abajo y escapándome a visitar a una esquimala, la bella Mitoka Tokiski, a rozarnos las narices en un Iglú, por ejemplo. Y contesté que no, que nanay, que naranjas de la China, na, na, na, que iba a intentarlo, con la gracia de Dios, pero en una nueva senda. Estos del opus eran capaces de meterme en el Soyuz XXII, con dos austronautas (por supuesto, hombres), para hacer la labor en Marte. ¡El primero de Marte!, hala, con cruz de piedra y todo (de piedra porque allí no hay madera; no sé si pillan la gracia, "palo - madera- piedra",¿pillan?)).

Entonces cambiaron las tornas, y el director de la delegación de turno, tan considerado y misericordioso minutos antes, tan solícito (me pagaban el viaje al otro Continente), me profetizó las peores enfermedades del cuerpo y del espíritu en mi vida mortal fuera del opus: las plagas de Egipto, al lado de sus pérfidas profecías, eran como cachetes que da una novicia de las Hermanas de La Caridad a los leprositos que no quieren aprender el Padrenuestro en la catequesis (niño malo, ¡pim! - collejita). "Satur, te veo dentro de unos años alcoholizado, en la barra de un Puti Club, solo, avergonzado de ti mismo...". No es textual. Es el principio textual de varias conversaciones, a cada cual más tenebrosa y apocalíptica.

En fin, volví a empezar. Y, ¿saben?, no tengo nada que ver con ese otro Satur. Nada. ¡¡¡No necesito ir a Alaska!!!, ¡¡¡bieeeen!!!. Estoy felizmente casado con una mujer que me ha hecho comprender que soy el tipo más inútil de mi Autonomía. Soy fiel, y eso me alegra; de hecho, todavía no me he acostumbrado a darme cuenta de que lo soy, y aún me admira, como un milagro.

¿Y este capítulo qué tiene que ver con que si alguien sabe qué es el opus dei?; pues mucho. Lo que brevemente he narrado en estas líneas le sucede a unos cuantos bastantes algunos numerarios y agregados de la prelatura. Que no les pase nada, y que les pille en el amor. No es fácil.

¿Alguien sabe qué es el opus dei?. Sigo en que no lo sabe nadie. Mala señal esa de andar con aclaraciones, especificaciones, distinciones, excepciones y mil teorías para llegar donde estábamos. Yo no he visto nada más sencillo, hermoso y atractivo que los Evangelios. Y no he visto nada más complicado que algunas instituciones de la Iglesia, el opus incluido.

Y, Jose Carlos, lamento decirte que, por más que quieras aclarar las cosas, es llamativo, el rastro de dolor, que es falta de Amor, que deja el opus en las lindes de su camino en miles de personas. No es un problema de países, de centros, ni de personas; es un asunto del opus.

Por ejemplo, son muchos los criterios que tienen categoría de normas. Son tantos que aburre especificarlos porque abarcan la totalidad de vida, costumbres y modos de obrar de numerarios y agregados, y algún supernumerario. Y la gente no los ve como algo tonto, la peña obedece.

No dices toda la verdad, Jose Carlos, cuando afirmas que la aplicación de esos criterios dependen del buen sentir de cada director. Tú sabes que no; porque el criterio existe, y está escrito, y el director de turno lo único que hace es aplicarlo... o hacerse el tonto, si es listo. En mi último curso anual, el primer día, aparecieron varios numeratas con pantalones cortos, de esos de media caña, pijillos y tal, en plan Coronel Tapioca. Al día siguiente el consejo local se reunió en plan "Houston tenemos un problema", y a la hora, ¡pimba!, criterio que te crío: sólo se puede llevar pantalón corto en las excursiones. Conste que yo nos los llevaba- la primera vez que mi mujer vio mis piennas me preguntó " Nunca me hablaste de que hubieses tenido un accidente, ¿dónde fue?". -"Son de nacimiento", le contesté.

Bueno, pues ahí tienes a cinco tipos, alguno profesor del IESE, yendo a comprar ropita al pueblo. Y allí no protestó nadie. Y entiendo que no se lleven en Misa, incluso en el comedor -aunque no era administración ordinaria (bueno, sí que lo era, pero "ordinaria"), pero ya en el día a día...

Explico lo de "ordinaria". El caso es que el curso anual era en una EFA y servían la comida unas señoras del pueblo vecino que sabían del opus lo mismo que yo de la influencia de la piel de cabra en los tambores africanos en el siglo XII. Y la primera noche salen a servir con una bata blanca, pero... ¡¡¡HORROR!!!, la bata transparentaba la ropa interior de las señoras. Poco por arriba, algo por abajo. Hay que decir, en defensa de las señoras, que todas ellas, si su pandero fuese una tostada, habría que untar la mantequilla con un remo -y lo digo sin faltar. Quiero decir que tampoco era para tanto. Por lo demás, allí todo el mundo comía, charlaba y reía sin darle más importancia al tema. ¿Todos?. No; el Ojo que todo lo mira sufría viendo a las walkirias contorneándose por el comedor. Venga, consejo local urgente: "a las señoras se les insinúa la ropa interior". Falta de tono. Esto hay que cortarlo. Pregunta del millón: ¿cómo se dice eso a unas señoras?, ¿quién se lo dice?. El cura; que traspase los tres mil kilómetros y que hable con ellas.

En fin... el sacerdote no era muy diplomático que dijéramos, así que lo dijo directamente, en vena, sin anestesia, y las señoras lo tomaron por lo peor, y le montaron un pollo al presbítero que todavía debe de tener pesadillas (¡pero usted quién se ha creído que semos!, ¡ nosotras semos gente personas!)... así que anduvimos el resto del curso anual a fritangas, y ellas con una bata azul oscura y un morro de aquí al jueves de la semana que viene.


Publicado el Friday, 31 October 2003



 
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