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 Correos: Tres anécdotas.- José Carlos

900. Sin clasificar
Jose_Carlos :

Queridos todos:

Hace unos días pregunté (8-XII-04): “que alguien me explique por qué Dios no puede decidir llamar a alguien a servirle en la Obra un tiempo, y luego llevarle por otros caminos.”

En correspondencia reciente varios han cuestionado que desde la perspectiva institucional se pueda justificar tal trayectoria. Existen abundantes textos que sugieren – o como mínimo, son ambiguos al respecto – que la vocación al Opus Dei es universalmente perpetua. Por lo visto se han escrito tratados teológicos sobre el tema, los cuales se utilizan en las asignaturas internas.

En la vida real, un sacerdote o un director prudentes, si tienen criterio propio, conocimiento de almas y sentido de servicio a la persona ante todo, pueden ver que el camino de una persona particular no termina en la Obra: que por su propia realización, por su personalidad, por sus talentos o por sus circunstancias, será más feliz – y por tanto, más capaz de dar lo mejor de sí – fuera del marco institucional.

Si el individuo en cuestión todavía no ha hecho la fidelidad, y tiene la suerte de caer en un centro donde los que tienen el encargo de dirigir su alma poseen esas características, puede llegar a dejar la Obra de mutuo acuerdo, y todos tan contentos. Yo lo he visto, y aunque se sufre como en toda separación, no se llega al trauma de otros casos.

Lo que es muy difícil es que a alguien que ya ha hecho la fidelidad se le indique que sí, que adelante, que Dios le llama por otro lado. En general, el director o sacerdote prudente calla, y permite que el alma en diálogo íntimo con Dios asuma su propia libertad y salte al vacío, sola, con la única seguridad de su propia conciencia, y confianza ciega en la providencia y misericordia divinas.

Pero la inercia corporativa, basándose en los años de entrega del que está en crisis, en que las dificultades pueden ser pasajeras, en una confianza extrema en la gracia – que no olvidemos que siempre trabaja sobre, no contra, la naturaleza –, en que a veces sí hay casos de falta de generosidad, y en los textos anteriormente citados, condiciona a los directores a motivar la perseverancia del interesado a toda costa.

Y Dios observa. Dios ve las zozobras de un alma que le quiere, que pretendió ser generosa con Él, que entregó lo mejor que tenía y lo dejó en manos de criaturas por amor suyo. Que sufre, e intenta, y no es feliz, y no puede rezar, y se le hace la vida un mundo.

Y a mí me parece que a veces Dios interviene. Pienso que San Josemaría dijo muchas verdades, y todavía me creo que “Dios no se deja ganar en generosidad;” y que es verdad lo del ciento por uno, porque eso lo dijo su mismo Hijo cuando habitó entre nosotros.

Ahí van tres anécdotas personales, por lo que puedan ilustrar:

He contado ya, a grandes rasgos, cómo fue mi proceso de salida (1-X-04). Pues en ese último curso de retiro como numerario, aquél en el que iba a decidir si seguía o no, en el que me pasé los cinco días sin salir del oratorio más que para dormir y comer, en el que me releí la Carta de Don Álvaro del 19-III-1992 de cabo a rabo, me pasó una cosa curiosa.

Mis grandes dificultades, como ya he contado, radicaban en la expresión de mi afectividad y en cómo ésta influía mi ejercicio de la profesión médica. En mi caso particular y por indicación implícita de los directores regionales, parecía casi imposible que pudiera compaginar ser numerario y médico en activo. Como cualquier persona llevada al extremo de la desesperación – p.ej. San Josemaría en los bosques de Rialp – quise pedir a Dios que me indicara si me quería inmerso en la medicina, o en el sótano de comisión pegando sellos. En el segundo día del curso de retiro recibí una llamada inesperada del hospital, que me abría una puerta crucial y prestigiada en mi carrera profesional. Llamadlo casualidad, o peor aún tentación del demonio: yo no me trago que Dios consintiese un espejismo de ese tipo en mi situación anímica de aquel entonces. Fue sólo una anécdota más, ni clave ni decisiva, pero algo debió de contribuir a mi decisión.

Anécdota segunda: terminado el curso de retiro y habiendo decidido que me iba, pensé que sería prudente darme un mes de prueba, para ver si podía superar mi difícil situación y volver a lo de antes: comprobar si con rectitud de intención, visión sobrenatural, humildad y todo eso, podía vivir todas las exigencias de la vocación de numerario como se me presentaban oficialmente.

Con esas intenciones volví al centro, después de ese viaje a España durante el que había comentado el asunto a fondo con mis padres. Ya he contado que había hecho amistades profundas y sinceras con compañeros y compañeras del hospital. Mi primer día de vuelta en el centro era Nochevieja. Yo llegaba decidido a ver si era posible obedecer, vivir las normas de prudencia, consultar todos los planes… como dicen aquí, “live by the book”.

A eso de las 8 de la noche, mientras estábamos esperando para las uvas y la celebración, me llama un compañero novio de una compañera que vivía a dos manzanas del centro, ambos buenos amigos (y ahora marido y mujer): que me necesitan con ellos en ese momento; las razones no vienen al caso.

Yo tenía clarísimo, conociéndoles bien, que mi obligación entonces era estar con ellos. Era de cajón, y los que estuvieran al tanto de las circunstancias – que no quiero contar, como nunca he contado a nadie, por respeto a su intimidad – asentirían sin ninguna duda.

Recordando mi propósito, lo consulté al director que me había estado tratando durante el periodo de crisis. Sin explicar las razones, pero dejando bien claro que yo creía que me tenía que ir para allá, y que no sabía a qué hora podría volver. Cabía la posibilidad de que me quedara solo con ella en su apartamento un rato, aunque nunca había habido – ni de pensamiento – nada más que amistad entre nosotros.

Os podéis imaginar lo que me contestó el director: qué iba a hacer él, conociendo mis antecedentes y sin mayores datos. Para mí fue un ejemplo claro de que a pesar de la mejor de las voluntades, lo que en conciencia pensaba que me pedía Dios podía no coincidir con las exigencias de los directores en un momento determinado. Que hay formas de confiar en la gente y dejar que ejerzan una libertad responsable, que no siempre se ponen en práctica. Le di las gracias y me fui para allá, desobedeciendo: volví al centro justo antes de la medianoche, habiendo cruzado otro umbral en mi trayectoria de salida.

Y para no aburriros, la tercera. Ya llevaba meses fuera, pero todavía cuestionando si había metido la pata, si ya no iba a poder vivir una misión encomendada por la providencia, si había cometido un error trascendental irremediable. El tormento interior era tal que una vez, estando sentado en el banco de la parroquia después de misa, una viejecita se me acercó para decirme que veía que estaba sufriendo, y que rezaba por mí.

Pero la anécdota no es ésa. Es que estaba recientemente ennoviado con la que sería mi mujer, y quería por todo lo del mundo poder otorgar a mi relación de pareja el mismo sentido vocacional y de misión que había sentido como numerario. El mismo sentido de entrega, de llamada de Dios, de camino existencial. Quería, una vez más, confirmación de lo alto.

Se acercaba el cumpleaños de mi novia. Le quise preparar una cinta con canciones románticas, y la fui llenando con canciones que conseguía de aquí y allá, que a mí me conmovían mucho, en inglés y español. Pero no había forma de encontrar una canción fundamental, que le venía al pelo (“Lady in Red” de Chris Diburg, tenéis que ver qué guapa está cuando se viste de rojo): me pateé tiendas de música sin resultado. Llegó la víspera, y yo con la cinta completa menos los últimos tres minutos que había guardado para esa canción.

Me resigné a lo peor; iba a cargar con el muerto y hacer algo que nunca en mi vida supuse que tendría que hacer: llamar a la cadena de radio de canciones románticas (que en general, los hombres así machos y tal se supone que no oyen), y pedir al locutor que por favor me la pusiera, y así poder grabársela. No sabéis la vergüenza en pensar que las enfermeras y otros residentes del hospital podían oírme por la radio pidiendo que tocaran esa canción. Lo que hace el amor.

Busqué el teléfono en la guía, y con la radio puesta en esa cadena, temblándome la mano, a eso de las diez de la noche marqué el número.

- “¿Sí, dígame?”

- Que llamo para pedir una canción (sin decirle cuál era)

- “Sí, espera un momentito, que ahora tenemos la publicidad, y en cuanto termine la publicidad sales al aire y nos la pides”

Por el otro oído, oigo al locutor de marras:

- “Os dejamos unos segundos, pero no os vayáis: en cuanto volvamos de los anuncios, os espera la famosa canción de Chris Diburg “Lady in Red”…”

Ni que decir tiene que colgué a velocidad de relámpago. Esperé a que terminaran los anuncios, y era verdad. La grabé con escalofríos por la espalda, palpitaciones en el pecho y un calorcito interior que sólo me llevaba a agradecer la grandeza de un Padre Dios que me sonreía.

A alguno le parecerá cursi. No son argumentos de gran peso teológico, ni disertaciones tipo E.B.E. Pero a mí me ayudaron un montón.

Un abrazo,

José Carlos

P.D.1 para R. (9-I-05): gracias por tu paciencia. Perdona, creí que dejaba clara la distinción entre la espiritualidad de la Obra como está escrita y aprobada por la Santa Sede, y lo que pueda ocurrir en la práctica. Al parecer no lo esclarecí lo suficiente. Mi único punto era hacer ver que la aprobación de la Santa Sede de lo que está escrito va más allá del “nihil obstat”: lo propone como camino de santidad, y por tanto ese espíritu – el descrito en los documentos estudiados y aprobados – es bueno para los cristianos que se sienten llamados a vivirlo.

P.D. 2 para “Don Pablo o la fuerza del sino” (7-I-05), y el resto de la orejía: no sé por qué se sigue insistiendo con lo de que aspiro a ser supernumerario, cuando nunca lo he dicho y simplemente no es verdad. Por favor dejadlo ya; enfoquemos la conversación en los argumentos sin categorizar a las personas. [Lo digo con mucho cariño y sin acritud: he intentado dejaros en paz como me pedisteis, pero parece que no “pasáis de mí” del todo]




Publicado el Wednesday, 12 January 2005



 
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