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 Tus escritos: Las mentiras (2).- Miguel Angel

070. Costumbres y Praxis
Miguel_Angel :

LAS MENTIRAS (2)

MIGUEL ANGEL

(Segunda entrega, 26-nov-04)

 

Las mentiras (II). La confidencialidad de la charla fraterna

Continuando con mis testimonios, ahora le toca el turno al muchas veces mencionado tema de la confidencialidad de la vida espiritual y personal de cada uno. Como tal, para el que no lo sepa, me refiero a los temas que se tratan con el director espiritual en la charla fraterna semanal.

Precisamente, el pasado 19 de Noviembre se publicaron en esta web los informes de dos numerarios (traslado y fidelidad), y que están estrechamente relacionados con este escrito...



En la obra siempre dicen que todo lo que se cuenta en confidencia entre el sacerdote o el director y el dirigido, queda entre ellos. Y por supuesto, lo contado en la confesión está sujeto al sigilo sacramental.

Pues bien, todos los asuntos tratados en las charlas con el director o el sacerdote se guardan, además por escrito, en algún sitio. Sobre si son aireados en los consejos locales, no hablo, pues no he estado en ninguno, pero a los testimonios aquí expresados sobre el particular me remito. Sin embargo, sí es cierto que todo se refleja en algo parecido a lo que podríamos llamar “ficha personal”, y que es transferida a los sucesivos directores espirituales que a uno le van tocando en suerte. Cuento mis casos.

En el primer año de centro de estudios, tuve un problema económico. Llamado al orden por el director, le confesé que el motivo era una afición mía, que compartía con otros amigos de la facultad. He de reconocer que este director, que hasta entonces no me caía nada bien, tuvo un comportamiento cariñoso y comprensivo en esa situación. Quizá fuera por haberse formado otra idea sobre el tema. El caso es que esa afición de la que hablo es una afición rara, lo digo para enfatizar la singularidad del hecho. No se trata de nada pecaminoso o ilegal, que va. Es simplemente un deporte, minoritario, que para practicarlo hay que alquilar una pista, y eso cuesta un dinero, que lo poníamos a escote entre mis amigos y yo. El tema quedó aclarado, e incluso se le dio cierta orientación apostólica, con la que yo ya contaba desde el principio.

Pasados más de cuatro años, haciendo la charla con el director que tenía asignado, y hablando de uno de esos amigos míos implicados en el affaire, me suelta de sopetón:

- ¿Oye, por cierto, ahora que hablamos de fulanito, ya no te ha vuelto a pasar aquello de ... (historia que conté)?.

Como puse cara de póker, siguió:

- Si, hombre, aquél problema económico que tuviste hace años jugando a (aquello).

Ahora, la cara era de repóker, no por no saber de qué iba el tema, sino que de repente las dos neuronas que me quedaban libres se pusieron en contacto, y lo vi todo muy claro, en una sola imagen. Supongo que como al santo en su día con la fundación de la obra. Así que pregunté:

- Y tú, ¿cómo sabes eso?.
- Me lo habrás contado. Vamos, digo yo.
- No, yo no te lo he contado.
- ¡Bah, olvídalo!, supongo que me habré equivocado de persona.

No, no se había equivocado de persona, que ya sería mucha casualidad que a otro le hubiera ocurrido exactamente lo mismo, lo contara exactamente igual, y además practicara ese extraño deporte precisamente con mi amigo.

Yo, personalmente, no llegué a notar violaciones del sigilo sacramental de la confesión. Sin embargo, sí que caí en ese ruin consejo que daban: “lo que cuentes al cura en confesión, una vez absuelto, te sientas un rato con él y se lo vuelves a contar en confidencia”. Y ya se sabe como son los consejos en casa, sí o sí. Dar ese consejo, dando por supuesto que se seguirá por obediencia, me parece de una vileza supina.

No sé si a alguno de vosotros os ha pasado la historia esa del sapo que se ha podido llevar dentro. En mis primeros años llevaba una doble vida, no me importa decirlo, una dentro y otra fuera, ésta más relacionada con lo que he contado un poco más arriba. Hasta que un día, en el centro de estudios, decidí soltarlo y empezar todo de nuevo, el corazón contrito y esas cosas. Se lo conté al director espiritual. Éste me dijo que también se lo contara al cura. Y al director del grupo. Y al... Jopé, ¿a cuánta más gente se lo tengo que contar?. Tal era la obsesión de esa pregunta que me planteaba, que en el curso de retiro de ese año, ya estaba con guión preparado para contarlo al director de turno. Aunque éste era el director del centro de estudios, con él no había hablado nunca en confidencia. En cuanto me llegó la vez de hablar con él, me dijo:

- Lo tuyo no hace falta que me lo cuentes, háblame de los propósitos que te vas a llevar de aquí.

Al principio, me sentí aliviado, pues no tenía que contar otra vez más la historia. Pero pasado el tiempo ese "lo tuyo no hace falta que me lo cuentes", me empezó a mosquear. ¿Qué sabía esa persona sobre lo mío?. Y si lo sabía, ¿cómo lo había conocido?.

En otro correo dije que siempre he intentado poner algo positivo en mis escritos. Ni en este ni en el anterior he podido.

 

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Publicado el Friday, 26 November 2004



 
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