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 Tus escritos: Luces y sombras. Mi experiencia como supernumeraria (2).- Marypt

078. Supernumerarios_as
Marypt :


LUCES Y SOMBRAS DE MI EXPERIENCIA EN EL OPUS DEI COMO SUPERNUMERARIA

Segunda entrega
MARYPT, 22-10-2004
(El texto original, en portugués)


2. Separación de las secciones femenina/ masculina, y vida de las supernumerarias.


Comienzo a escribir sobre este tema que tanto afectó a mi experiencia en la Obra con un sentimiento muy fuerte de tristeza y conmovida por el contenido del testimonio Maria Crístina (13-10-04) que leí hoy en Opuslibros. Parece casi un "filme de terror" causado por el modo deformado de cómo un ex numerario pretendió vivir una supuesta vida conyugal y familiar. Y, de una forma extrema, confirma el conocimiento que tengo de la Obra: la falta de adecuación de la estructura y doctrina de la institución en relación con la vida de las personas casadas y de sus familias...

Dado que conocí el Opus Dei en la adolescencia, pasé por diversas fases y relaciones con esta cuestión de separación radical de las secciones femenina y masculina:

En una primera fase no tuve una especial confusión; como siempre había estado en escuelas mixtas, el hecho de frecuentar durante algunas horas los clubes sólo de chicas incluso era divertido, porque podíamos hacer actividades que a esas edades nos interesan mucho a las chicas (por ejemplo, teatro o cocina).

Más tarde, cuando comencé los estudios universitarios -y ya era de la Obra-, las cosas se volvieron más complicadas: ¡¿cómo convivir de una forma natural con los compañeros de ambos sexos en las actividades culturales de los centros si estaban dirigidas sólo para mujeres?! Surgían situaciones embarazosas: invitar a una amiga a una conferencia de una persona ilustre, amiga que aparecía acompañada de su novio, al cual era el único chico en la sala... Las cosas se complicaban mucho más cuando de trataba de los medios de formación: un retiro, una convivencia, etc. Al final de mi primer año de universidad, ya me sentía harta de esos ambientes artificiales, pero procuraba canalizar mis esfuerzos a otras actividades en las que pudiera estar de forma natural con amigas y emigos: actividades de acción social; colaboraciones en un periódicos universitario, etc.

Creo que con esta actitud, pasé a ser considerada por las directoras de los centros como "demasiado independiente" e incluso "rebelde"... Pero ahora sé que de hecho -al contrario de otras supernumerarias solteras- no haber reducido mi vida social a mis relaciones de amistad en el ámbito restrictivo del Opus Dei, me permitieron mantener el sentido común o el sentido crítico. No pienso que haya sido un mérito mío; sólo sucedió porque ser poco dócil funcionó como un escudo protector durante los múltiples intentos de ponerme dentro de una "burbuja de cristal".

En esos años en la universidad, pregunté muchas veces a las personas que atendían mi charla (y a otras directoras), sobre esa separación absoluta entre las dos secciones, que me parecía arcaíca e incompatible con la santificación en medio de todas las actividades humanas. Recibí siempre la respuesta tipo "cassete": el fundador "vio" que el Opus Dei debía ser así; lo dejó todo previsto en el espíritu de la Obra... ¡Era una conversación de sordos!

Mientras tanto, la situación se volvía más complicada: en los años 80 nacieron los primeros colegios de Fomento en Portugal (Lisboa y Porto); al tratarse de una "novedad", no se percibía cómo los promotores separaban la educación de chicos e chicas. Me manifesté siempre en contra de esa separación, basada en mi propia experiencia de alumna en un régimen mixto que me parecía tener muchas ventajas. A veces me envolvía en discusiones abiertas sobre el tema, con personas de la Obra o próximas a la Obra que se decidían por llevar a sus hijos a esos colegios. También insistí sobre ese asunto en charlas con algunas directoras por lo absurdo que me parecía que se proclamase como nuevo, un formato de educación tan trasnochado...

En una de esas charlas, la directora de turno defendía los argumentos de costumbre; como yo contra-argumentaba, terminó por decirme que, en última instancia, los colegios debían de estar separados por la necesidad de respetar las exigencias de la separación y de la distancia (¿cuántos miles de kilómetros?) entre las dos secciones de la Obra. Apreciaba bastante a esa persona, por lo que tuve la sinceridad de decirle que al final, las iniciativas humanas y apostólicas vendidas como "lo mejor del mundo", no seguían los criterios adecuados en cada caso (en éste, la educación y niños y jóvenes), sino que primero se tenían que amoldar a los criterios de la Obra. Este fue para mí un momento decisivo: tomé conciencia de las limitaciones intrínsecas de una institución que se consideraba "perfecta" y por tanto ¡inmutable!

De ahí en adelante, se volvió para mí cada vez más evidente que existe una desarticulación entre la "jerarquía del Opus Dei" (esencialmente constituida por numerarios y numerarias) y los supuestos canales de santificación en la sociedad, en la que se integran los supernumerios/as, los cooperadores/as y las demás personas que se acercan a la Obra.

Después de haber empezado a enamorarme de aquél que se convertiría en mi marido, la situación se agravó. En realidad, aunque teníamos la misma fe y la vivíamos con seriedad, las exigencias que la obra pedía (normas de piedad, medios de formación, etc.), no nos ayudaban a preparar nuestra futura vida juntos. Reconozco que mi marido tuvo que tener conmigo una paciencia enorme, aceptando sin protestar que yo gastase gran parte de mi tiempo libre en los centros de la Obra, participando en actividad que difícilmente yo le podía explicar en qué consistían.

Imaginaros: "-Ah, hoy tuvimos un círculo especial por ser el día del aniversario de la primera comunión del fundador"; o: "-Fui a confesarme y tardé un poco más en hablar con el sacerdote..."; "-¡Más de 50 minutos", me respondía él. "-¿Por qué necesitas tanto tiempo?; te puedes confesar en la parroquia que está a 5 minutos!"

Cuando, después de tres años nos casamos, yo había tomado ya una importante decisión interior que guardé sólo para mí: haría todo para vivir mi vida de casada sin que el Opus Dei perturbase la relación con mi marido, o quererme "robar" demasiado tiempo, ni que interfiriera en las decisiones que sólo a los dos nos competían. Y bajo ningún pretexto, dejaría que alguien pretendiese interferir en asuntos de nuestra vida íntima... Desde el día de mi boda procuré comportarme con mi marido como yo quería que él se comportara conmigo. Y en la hipótesis de que él hubiera sido de la Obra y yo no, quería que fuésemos un "matrimonio cristiano" y no sólo un matrimonio formado por cristianos; por eso, la lista interminable de exigencias que la Obra me había impuesto a lo largo de los años, debía de ser "aligerada", para que no cayera sobre nosotros y convirtiera nuestra vida en un imposible.

No quiere decir esto que había cambiado radicalmente mi relación con la obra. Continué yendo a los medios de formación, viviendo las normas de piedad, ofreciéndole a Dios mi trabajo... Pero procuraba hacerlo con mucha libertad interior: no me sentía forzada a salir a casa de madrugada para ir a misa; o a faltar a un almuerzo con padres y hermanos para ir a una actividad al centro; ni seguir interrumpiendo las fiestas para participar en una tertulia con el "Padre" (D. Alvaro en ese tiempo)...

En todas y cada una de mis charlas con quien me atendía en la Obra, me insistían para que fuese a esta o aquella actividad; siempre respondía que tenía que compaginar las cosas con mi marido porque, aún respetando la autonomía de cada uno, entendía que la felicidad de un matrimonio pasaba necesariamente por el aprendizaje que marido y mujer hacen por acercar sus pasos el uno al otro. Me insistían en que le llevase a frecuentar los centros de la sección masculina; y yo siempre respondía que a mi marido no le apetecía y que lo importante es que viviéramos la fe cristiana en conjunto y no en paralelo.

Éste sí que es un punto decisivo: ni en la teoría ni en la práctica, en la Obra nada está pensado para ayudar a que los casados vivan su matrimonio conjuntamente, tanto en los aspectos humanos como en la dimensión cristiana. Los responsables de la Obra no tienen (salvo raras excepciones) sensibilidad para entender que la relación de un matrimonio es algo muy especial y muy compejo, que no tiene nada que ver con los simplismos con que habitualmente son tratados los temas matrimoniales en el Opus Dei. Cada matrimonio es diferente de los otros; tiene que dársele un espacio propio de formación y de crecimiento, de vivencia y superación de las crisis... Nada de esto es compatible con la visión "estereotipada" que los directores casi siempre tienen de la vida matrimonial. Entre otros muchos aspectos, eso se demuestra en la frase que el fundador que habitualmente se repetía a los supernumerarios solteros: "¡los noviazgos tienen que ser cortos!"

Estaría pensando en las "tentaciones de la carne"... pero ignoraba muchos otros aspectos. Entre ellos, el más relevante: nadie debe decidir casarse sin haber alcanzado un equilibrio consigo mismo, sin saber bien cuál es su lugar en el mundo y en la sociedad. Pienso que puede ser encantandor casarse joven, como éramos mi marido y yo, pero debe tratarse de una juventud "madura". El matrimonio puede ser una aventura maravillosa o una pesadilla indescriptible. Antes que nada, ha de iniciar el camino de conocerse cada uno a sí mismo y al otro, formulando un proyecto de vida que se irá construyendo y reconstruyendo a lo largo del tiempo. Y, no un matrimonio sacramental contando que la unión conyugal nos está "asegurada" por el propio Dios. Los compromisos que se adquieren diciendo "para siempre" no son propios de la naturaleza humana que es esencialmente limitada y contingente. Sólo Dios puede decir "para siempre", porque sólo Él tiene "palabras de vida eterna".

Por todo eso, es incongruente (y también insultante para las personas casadas) que los responsables de la Obra aconsejen a los miembros numerarios/as o agregados/as que salen de la institución (sin conflictos con la misma) a "que se casen rápidamente", como si el matrimonio fuese una medicina que se compra en la farmacia para "remediar" vidas que parecen haber perdido su sentido.

Por todo esto es que la lectura del testimonio de María Cristina me "eriza": ¿cómo puede un ex numerario pensar en ser santo, sacrificando a su mujer, humillándola, despreciándola y llegándola a agredir física y psicológicamente? Y -más grave aún- -¿cómo pueden las personas de la Obra que aconsejan a sus propios familiares supernumerarios a fomentar ese comportamiento, en lugar de obligarles a parar y a cambiar íntegramente su comportamiento que en todo se asemeja a una enfermedad mental?

Creo que el espíritu y la institución del Opus Dei poco saben acerca de la maravillosa naturaleza del amor entre hombre y mujer, de la profundidad e intensidad que ese amor puede alcanzar... al punto de permitir que aquellos que -a pesar de las dificultades del camino-, al vivirlo plenamente ¡se sienten más próximos al amor de Dios!

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Publicado el Friday, 22 October 2004



 
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