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 Correos: Mi experiencia con la guarda del corazón.- Miguel Angel

075. Afectividad, amistad, sexualidad
Miguel Angel :

Hola a todos.

En primer lugar, y como siempre, disculpándome. En mi anterior mensaje omití corresponder a las amables palabras de Gregory P., referidas a otro escrito mío.

Esta vez quería colaborar en la petición que hace emeve sobre la experiencia de cada uno en la guarda del corazón. He leído alguna de vuestras historias, y ahora cuento la mía. Este es uno de los temas de “opresión” en el opus dei, el abandono del corazón, y seguro que es el responsable de la marcha de muchos de nosotros. Para unos, habrá sido el amor humano lo que nos ha abierto los ojos, pero para otros habrá sido el sentirse olvidado, después de años de entrega sin siquiera una palmada en la espalda. Esto lo nota el corazoncito, y se rebela, que en esa aspiración del reconocimiento no hay absolutamente nada malo. Ese arrinconamiento ha sido la causa de que una numeraria se haya ido hace poco, después de treinta años en la obra, y de la que puedo asegurar que casi todos la conocéis.

Ya me voy por las ramas. En mi caso, entre los 15 y los 22 años, más o menos lo mismo que habéis contado vosotros, sobre el contacto con personas del sexo opuesto: no debiera existir. Por esa obcecación que hay en la obra, en las normas prácticas sobre el trato, yo me creé un mundo imaginario sobre las mujeres. Un mundo secreto, por supuesto, y sobre todo, fantástico. En mi caso, es tremenda la atracción que ejercen en mí las mujeres; pero no estoy hablando de erotismo, ni de sexo, que también me atrae, sino de esas cosas tan exclusivas de las mujeres. Su forma de vestir, su gracia hasta para andar, su tono de voz, su carácter, todo ello por lo que una mujer es mujer, al menos para mí. ¿Es eso la femineidad?. Y así, combinando ese mundo imaginario con trato real y esporádico con alguna chica, tuve mis amores platónicos, como alguno ha acertado en llamar. Siempre, eso sí, con la sensación de estar pecando por el mero hecho de hablar con ellas. En su alrededor siempre veía un halo de misterio, no sé como describirlo, y cuanto más “guardaba” el corazón, mayor era el deseo de conocer qué había detrás de esa barrera que la praxis de la obra levantaba.

Hasta que al final, atravesé el muro. Fue como me dijo ella: tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. Con el paso del tiempo comprendí que nadie con 14 ó 15 años sabe lo que quiere ser en la vida; ni con 16 ni con 18 tampoco. No es que el cántaro vaya a la fuente porque yo, malo maloso de mí, lo llevara pecaminosamente, es la naturaleza misma.

Esta chica era compañera de clase en la universidad. Se me “ocurrió” (se entiende, ¿verdad?) meterme en una carrera de letras, de esas que hay 50 chicas y 4 chicos, y encima, por la tarde. Menudo plan apostólico, por cierto. Como uno no es ciego, pues había una que me hacía tilín. Era guapísima, increíble. Decía, pues, que de vez en cuando mis ojos se posaban involuntariamente en ella, era imposible no verla. Como aparte de feo, soy muy tímido, podéis imaginar el sofocón cuando una vez, entre clase y clase, se acercó a mí para hablar; lo primero que me dijo: “he notado que me miras mucho”. Como un tomate me debí poner, encima que me diga eso, y de buen rollo, que se dice ahora. El caso es que seguimos hablando con frecuencia, bajábamos juntos al bar, nos sentábamos juntos en clase, íbamos juntos de paseo, con ella, que me parecía algo inalcanzable para cualquier mortal. Hasta que un buen día pasó lo que tenía que pasar. Nos cogimos de la mano, de allí la cintura, luego un abrazo, detrás un beso, y... fin de la historia. Nada más, ¿qué os habíais pensado, eh?. Allí se acabó todo.

Mientras tanto, ¿qué pasó entre el opus y yo?. Pues al principio no dije nada. Estaba aturdido, era una sensación muy fuerte, aunque no del todo desconocida. A eso era a lo que había renunciado, sin saber. Desde luego, renunciar a algo, al amor humano en este caso, sin saber qué es, no me parece una renuncia como tal. Eso que me explicaban de la entrega por amor, por ese Amor con mayúsculas que decían, pues resulta que el trato con una preciosa rubia de ojos azules le daba cien mil vueltas. Mi entrega en la vocación, hasta entonces, era con intención pero con poco resultado. El caso es que en esos dos meses que duró nuestra inocente relación hasta ese día señalado, viví como nunca, sobre todo, aunque no me gusta reconocerlo, en mi vida interior. Si hasta esos días hacía enormes esfuerzos para guardar la vista, pues resulta que no tuve ojos, ni oídos, ni pensamientos mas que para ella. Me viene ahora a la memoria aquél chiste; al principio, no te gusta ninguna, luego todas, más tarde, sólo una, y al final, todas menos una. Pues eso, ¡hasta me mantenía despierto en las meditaciones!. ¡Qué fuerte!. En dos palabras, estaba enamorado, se nota ¿no?.

Al día siguiente, por fin, se lo conté al director, pero ya con una idea rondándome claramente: me iba. El director me dijo que estaba tan enamorado que no veía más allá de un palmo de mis narices, y que las navidades, el curso de retiro y todo eso me ayudarían a recapacitar. He de ser justo y reconocer que el dire ni me montó un número, ni me sermoneó, ni nada parecido, creo que casi hasta me comprendía. Esto fue, como ya he dicho, al empezar las navidades, en Enero me prohibieron ir a clase, supongo que para que no la viera, y en Febrero fueron los, digamos, preparativos de mi marcha. Así de rápido. Sobre este punto, otro día contaré, pero hoy va de romanticismos.

Bueno, ¿y qué?, me preguntará alguno, con ella ¿qué pasó?. Lo dicho, ese día interrumpí la relación. Pero no por mi vocación, ni mis votos, sino por ella misma. Estaba a punto de casarse, apenas en unos meses. A mí me parecía una puñalada trapera, un robo quitarle al novio semejante joya. Soy así, que le voy a hacer; también influye el hecho de ser maño, dicen que otorga nobleza. Nos vimos unas pocas veces más, en una de ellas me dijo que ella también se había enamorado de mí, pero que... bueno, esas intimidades. Finalmente a primeros de Marzo, volví a casa de mis padres. Lo pasé fatal, no por lo de la obra, que de eso pasaba, sino por haber perdido ese otro amor, el de ella, al que sí había renunciado habiéndolo conocido. Bah, me pongo meloso, pero seguro que a alguno y a alguna también le ha pasado. Me costó mucho superarlo, pero ahora sólo recuerdo cosas bonitas de ella y de los momentos que pasamos juntos. Todo pasa, y sólo queda lo bueno.

Más tarde, tropecé con la misma piedra. ¿Con el opus?. ¡No, por Dios!, con otra chica con novio. Esta vez sí hubo más cosas, más... ¡chist!, que no vienen a cuento, pero al final, lo mismo: hay que dejarlo, a pasarlo otra vez mal, y como siempre, ahora sólo recuerdo lo bueno. Bueno, ya vale de cotilleo. Otro día más.

Un abrazo.

Miguel Angel


Publicado el Wednesday, 20 October 2004



 
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