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 Anécdotas VII y VIII.- Dionisio

070. Costumbres y Praxis
Dionisio :


Anécdotas VII y VIII

Cap.7 y 8 de 'Anécdotas en el Opus Dei'
Enviado por Dionisio el 10-9-2004

Hola amigos:

Andaba yo el otro día tonteando por el Aerópago y me acordé de que hace mucho tiempo que no incremento mi colección de anécdotas. Fuera pereza y manos a la obra. ¡Uy, sin querer me salió un doble sentido! Pues así se queda.



Anécdota 19.

Me acordaba de esas novelas y películas policíacas, en las que el malo se delata por detalles insignificantes, casi tonterías en las que solo reparaba el detective inteligentísimo. Yo sé que lo que voy a contar probablemente no es más que una chorrada, pero precisamente por ser inofensiva, puede dar pistas, si no pruebas claras y evidencias, de cómo se puede llegar a mentir y seguir la cuerda de la mentira dentro del opus...


Seguramente os acordáis de la costumbre de escribir una carta al padre (sólo Uno se merece la mayúscula) todos los meses. A mí, cuando me explicaron esta tierna costumbre, me dijeron que el padre las leía todas, pero claro, comprensiblemente no las podía contestar todas, por lo cual, no debería yo esperar respuesta a mis filiales misivas. En aquellos tiempos tenía yo mucha habilidad con los números y el cálculo mental, pero no me hizo falta para hacer unas simples operaciones y advertir que si el padre leía todas las cartas, no le quedaría tiempo ni para ponerse desodorante. Así mismo, con ingenuidad de recién pitado se lo dije al encargado de formarme. Él no rebatió los números, pero me aseguró que así mismo era, con la certeza de quien está con la verdad sobrenatural y lidiando con el racionalismo de un recluta que no se entera de ná. Supongo que a todos vosotros os dijeron lo mismo, porque si no, lo voy a tomar muy mal: ¿me vieron la cara de idiota desde el principio? Como yo estaba con los ardores amorosos de los comienzos decidí no darle ni la menor importancia, y si querían tener esa sencilla ingenuidad, ¿qué más daba? Por mí como si querían negar que los Reyes son los padres. El asunto era totalmente marginal, no iba al fondo de la entrega, y yo, desde ese momento, a escribirle una carta al Padre todos los meses.

¿Verdad que es una anécdota tonta? Pues yo seguía con la tontería, porque cuando me tocó a mí dar las charlas del B-10, al llegar a esta adorable costumbre yo le decía lo mismo al neófito de turno. Y cuando alguno con inclinaciones al cálculo observaba lo mismo que yo descubrí en mi día, un servidor daba la misma respuesta que recibió tiempo atrás, con lo cual contribuí a propagar esa inofensiva idotez. Lo malo del asunto es que ese mismo proceso era el que yo aplicaba a otras cosas mucho menos inofensivas y probablemente mucho más idiotas. ¿No sería ese un comportamiento institucional? Si lo es, ¿no es otra prueba que corrobora que la institución miente hasta en chorradas?

Por cierto, ¿sabe alguien si todavía se sigue diciendo lo mismo sobre que el padre las lee todas? ¿O creéis que las lee todas?

Anécdota 20.

Tuve una vez un director (al que llamaré Raúl) que sin dejar de tener algunas cosillas raras en general era majete, dicharachero, cantaor, guitarrero, un tío animado. Un mal día hizo pluf y se desinfló como un globo. Pasó de ser un motor de la labor apostólica a ser un pobre diablo que entretenía las horas como podía. A mí se me rompía el corazón viéndole entregado horas y horas, interminablemente a la trascendental tarea de clasificar y poner rótulo a las sesenta mil llaves que había en aquel centro. Y así pasaron los años, muchos años, algunos no se lo creerán, pero ya han pasado 24 años y sigue más o menos igual. Ya terminó de ordenar las llaves del centro, por supuesto, pero luego siguió con otras cosas igual de fascinantes. En los cursos anuales podías verle como un alma en pena fumando un cigarrillo tras otro y mirando por la ventana. Se pasaba horas y horas encerrado en su cuarto, sin que se supiera muy bien qué hacía. Rara vez hablaba en las tertulias. A veces cuando hablaba con alguien “de fuera” (atención a las comillas) se le veía muy animado, como si le estuviera llegando oxígeno, como antes del pluf. En alguna ocasión le oí a uno de los directores regionales decir que el pobre Raúl no perdía oportunidad de suplicar que se le dejara volver a su país de origen. Yo, ante semejante declaración me quedé más que perplejo, pues siempre se me había dicho que los numerarios que iban a otros países lo hacían libérrimamente, sin ninguna obligación. Ya se ve que esta forma curiosa de entender la libertad era unidireccional, había libertad para ir pero no para volver. Luego conocí a otro que le pasaba lo mismo. Muy interesante. Pobre Raúl, cuál será su tragedia personal. Sé que sigue allí todavía, sé que va a lo suyo, que ha aprendido a pasar de todo. Para los directores es un problema, pero al menos hace bulto. De vez en cuando, muy de vez en cuando, es capaz de dirigir el círculo a los supernumerarios. Ha sobrevivido a 24 años de... no se qué, y su futuro no es más alentador. Lo bien que le hubiera venido largarse hace 20 años... Al menos estaría cerca de su familia, la de verdad, no esa otra que dice mentirosamente que tiene vínculos más fuerte que los de la carne.


Anécdota 21

Mariano apareció un día hecho un esqueleto. Siempre le habíamos conocido corpulento y fuerte. Cuando le vi con unos 40 kilos menos y barba me costó mucho reconocerle. Había sido director de su centro, era un hombre extraordinariamente culto, con muy buenas relaciones en la alta sociedad. Su familia había tenido mucho dinero hasta que la fortuna le fue contraria, pero los aires distinguidos nunca le habían abandonado. Quizá porque éramos como el agua y el aceite, los dos nos llevábamos muy bien, sin hacer demasiado caso de las chorradas que se decían sobre las amistades particulares. Nos encontrábamos muy pocas veces, con intervalos de bastantes meses, generalmente en los cursos anuales y los cursos de retiro. Vivíamos en ciudades distantes. A veces, en privado, me comentaba las frustraciones que tenía con los directores de la delegación y con los numerarios que vivían en su centro. Yo tendía a pensar que exageraba, pero siempre escuché sus desahogos sin ir corriendo a hacerle una corrección fraterna. Prefería hacerle comentarios que quitaran hierro al tema.

La última vez que le vi fue una noche en la que vino a cenar al centro donde yo vivía. Estaba de paso en la ciudad. Entonces me vine a enterar que su aspecto se debía a que había sufrido una depresión horrorosa, de la cual apenas se estaba recuperando. Mariano parecía otro. Yo no podía explicarme lo que pasaba. Se me advirtió que era preferible no comentarle nada porque se encontraba muy inestable, nunca tuvimos oportunidad de estar a solas y no le volví a ver más.

Meses después pregunté por él y un sacerdote mayor puso una cara muy rara y me dio a entender implícitamente que se había ido de “casa” (atención a las comillas) de mala forma. Más tarde otro numerario que había vivido con él, con gestos amanerados me dio a entender que Mariano se había vuelto homosexual. Sin mencionar nunca esta palabra. Y así hasta que me di por vencido en mi afán por obtener alguna explicación. Nunca ninguno de los directores que supuestamente deberían haber informado dio una respuesta clara a la pregunta de ¿qué ha pasado con Mariano? De todas formas, no debería extrañarme, en el opus no hay mucha transparencia (¿mucha? ninguna.)

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Publicado el Wednesday, 08 September 2004



 
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