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 Correos: Sobre el miedo a los directores.- Gregory P.

010. Testimonios
Gregory_P :

Queridos amigos:

Estoy aprovechando estos días más tranquilos parea leer las cartas de algunos amigos de la página. Y estoy de acuerdo con lo que dice Nachof en su "miedo a los directores".

En mis diez años en la obra pasé por cuatro directores de mi único centro de agregados, sin contar con las personas con las que hice la charla. Y he de decir que al segundo le tuve, durante una larga temporada, verdadero miedo, por no decir pavor. Os explico los motivos.

Era una persona realmente insensible, en la que sólo existía el Opus Dei, y nada más. Recuerdo como, muy poco tiempo después de pitar, me ordenó que le contara a mis padres lo del ingreso en la caja del centro del dinero. Ya lo conté hace tiempo.

Muestras de su insensibilidad las ha dado en sus actuaciones. Ha sido director de dos colegios de la obra, en los que ha producido verdaderas escabechinas de profesores, en especial de los que habían dejado de ser de la obra, pero seguían dando clase en obras corporativas. De esos no quedó casi ninguno, aunque no se libraron gente con muchos años de "fidelidad".

Pero lo que me produjo terror fue otra actitud, que amargó parte de mis años en la obra. No recuerdo qué año fue. Pero sí que yo tendría unos 16 o 17 años. Es decir, que ya había hecho la oblación, pero no la fidelidad.

No sé por qué extraños motivos, pero en el consejo local llegaron a la convicción de que había entrado la tibieza en el centro. Que muchas personas no se tomaban en serio su vocación. Y que esto tenía que cambiar.

Se organizó una convivencia en una obra corporativa, a la que asistieron todos los del centro. No puedo decir si era la típica de comienzo de curso, o si se hizo en un momento cercano al 19 de marzo.

En la meditación, el cura, ya fallecido, usó de guía un pasaje de la escritura, en la que se narra un combate de los israelitas con uno de sus enemigos, quizá los filisteos. Yaveh instruye a Gedeón sobre cómo tiene que seleccionar a la élite de los soldados que intervendrán el combate. Y le va repitiendo la cantinela: "Sobra gente, Gedeón".

Al acabar la lectura, don R. nos indicó que lo mismo pasaba con la obra. Que no hacía falta que hubiera mucha gente, pero sí que los que estaban, fueran fieles. Que sobraba tibieza en el centro por el que iba. Pasando su mirada por todos y cada uno, nos acusó de que muchas personas del centro se habían aburguesado. Que eran tibias. Que se les iba a dar un plazo para que se corrigieran, y que si no, serían expulsados de la Obra, porque sobraba gente.

Sé que puede parecer inaudito que una meditación tuviera ese contenido, pero es cierto. Yo estaba allí, y no lo soñé, porque en alguna ocasión lo comenté con otras personas, que se acordaban de la escena.

Toda la parafernalia que montó el cura consiguió su objetivo, por lo menos, conmigo. Me asusté un montón, porque pensaba que era yo el aburguesado. Que no hacía el apostolado necesario, que no vencía mis vicios infantiles con la suficiente reciedumbre, etc, etc. Además, yo no le caía nada bien al cura, y lo sabía. No era infrecuente que el cura me abroncara en las meditaciones, por el viejo método de recordar lo que uno le había dicho el otro día. Con frecuencia, ese "uno" abroncado sin decir su nombre era yo. Por lo que no tuve ninguna duda de que el tibio, el que iba a ser vomitado de esa boca era Gregory.

No obstante, no pasó nada. Los directores no me dieron ningún ultimátum, no hubo ninguna admonición privada. Por lo que se me pasó el miedo, y no volví a acordarme.

Y llegó el día 18 de marzo por la tarde, de ese año que no recuerdo. Solíamos celebrar la fiesta, en la que se hace la famosa lista, y se renovaban las "promesas" durante la Misa de media noche, en un colegio de la obra, porque nuestro centro era un piso (un bajos), y si hacíamos mucho ruido los vecinos se quejaban. Yo no tenía coche, y había pensado en que uno mayor, José Manuel, me llevara al colegio, y, una vez acabada la cuchipanda, a la una o dos de la mañana, me dejara en mi casa, porque éramos vecinos.

Ya todo el mundo se estaba marchando para el colegio, y me encontré con José Manuel por el pasillo, salía de dirección, y se dirigía con mucha prisa a la puerta de salida. Pensé que se iba al colegio, y le dije si nos íbamos, y me dijo, con un grito, que él conmigo no iba a ningún sitio. Y salió del centro dando un portazo. Recuerdo que me quedé atónito, sin entender nada, y sin saber qué hacer. José Manuel venía de dirección, y se ve que la noticia que le habían dado no era demasiado buena para él.

Creo que en ese mismo momento, me llamó el director. Sacó su agenda negra, brillante de tanto manosearla, y me dijo lo siguiente: Como recordarás, don R. ya dijo que algunas personas dejarían la obra, si no cambiaban en sus actitudes. Algunas personas no han cambiado, y no hemos tenido más remedio que expulsarlas. Son las siguientes. Y me dio una lista de, por lo menos, veinte personas que dejaban la obra, la gran mayoría, según afirmó, por decisión del consejo local. Entre ellos, estaba José Manuel.

Entre las personas que dejaban la obra estaba casi toda mi historia, pequeñita, joven, pero toda, en realidad. Amigos de la infancia, con los que había hecho la primera comunión, me había fumado los primeros cigarros, nos habíamos hecho de la obra a la vez. Personas que habían sido mi ejemplo en mis primeros momentos, con los que había aprendido a rezar, a quienes había visto los primeros brotes de barba y de bigote. Los que habéis sido de la obra sabéis que esas personas, aunque sigan viviendo, dejan de ser parte de tu historia como "fiel de la prelatura". Ya no los vería más, y cuando los viera, no sería lo mismo. Nunca más.

Cuando N. acabó de darme unas explicaciones que no le había pedido, me dijo: "Escarmienta en cabeza ajena. Dile a fulanito que venga", y tachó mi nombre de su agenda. Se ve que estaba dando la noticia a todos los que quedaban del centro, que eran la mitad, más o menos.

No llamé a nadie. Salí del despacho del director, y tuve que entrar en el baño, en el que estuve llorando mucho rato.

Os puedo asegurar que desde ese día, hasta que hice la fidelidad, siempre que me llamó el director, el que fuese, a dirección, pensé que era para decirme que me iban a echar de la obra. Me obsesioné con este tema, hasta el punto de tener pesadillas.

El motivo de mi miedo era la lógica. De todas las personas a las que, en principio, habían expulsado, ninguna me parecía indigna de ser de la obra. Todos eran mejores que yo, de verdad. Personas alegres, divertidas, rezadores. Pero lo de José Manuel me obsesionaba: lo echaron horas antes del 19 de marzo, en el año en que iba a hacer la fidelidad. José Manuel había hecho muchas cosas por la obra, o por lo menos, a mí me lo parecía. Si echaban a una persona así, ¿cómo no me iban a dar la patada a mí? Y en cualquier momento, incluso un rato antes de una de las renovaciones.

Por eso, Nachof, cuando hablas de miedo a los directores, te entiendo perfectamente.

Un abrazo a todos.

Gregory P.


Publicado el Wednesday, 18 August 2004



 
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