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 Correos: HISTORIAS DE TERROR Y DE DOLOR (XI).- Salypimienta

080. Familias del Opus Dei
salypimienta :

HISTORIAS DE TERROR Y DE DOLOR (XI)

 

Una familia de tantas

Esta es la historia de una madre y una hija, ambas supernumerarias: La madre, una mujer que frisaba los 80 años, inmensamente rica, viuda y de las primeras supernumerarias de la región: había conocido a todos los curas que habían vivido ahí o que habían estado de paso, a todos los numerarios y numerarias que eran o habían sido. Siempre pendiente de las necesidades de los centros, siempre dispuesta a que se usaran su quinta en las afueras de la ciudad para lo que se necesitara, siempre dispuesta a que utilizaran sus cortinas, candelabros de plata, alfombras y cuanto se ocurriera para adornar el Monumento del Jueves Santo, sobre todo si era para un centro de varones!! Parece que las supernumerarias mayores aman los centros de “la otra sección”...



Esta mujer tenía una hija única que por esa época había pasado los 50. Bellísima, elegantísima, riquísima y simpatiquísima. Casada con un hombre cuya familia era muy conocida en su ciudad. Curiosamente la casa en la que él nació y creció, fue comprada por la Obra para el primer centro con casa propia que hubo en esa ciudad.

Este señor detestaba a la Obra por donde quiera que se la mirase. El director espiritual regional encargaba a todo el mundo que le tratasen, como una forma de que dejara de atacar a la Obra y de molestar a su mujer y a sus hijos.

El matrimonio tenía tres hijos: dos chicas que pasaban los 20 y un hijo por lo menos ocho años menor que sus hermanas.

Los 3 hijos habían estudiado y estudiaba el menor, en colegios de la Obra. Las mujeres detestaban a la Obra y se reían de su madre aun delante de ella y si se les permitía  coqueteaban descaradamente con algunos numerarios. El chico en cambio iba por el club y la madre rezaba para que pidiera la admisión en su momento.

El marido no hacía escándalos (alguna vez pasado de tragos había dicho cosas desagradables), pero estaba como al acecho.

El hijo fue creciendo, iba al club, retiros mensuales, retiro anual, convivencias, excursiones. El padre lo dejaba, pero no le quitaba la vista de encima.  Al final siguió su vida.

La Obra le tenía puesto el ojo a la Quinta de la matriarca. Era realmente un lugar precioso que tenía, por tener, hasta un oratorio colonial, con las paredes revestidas de azulejos sevillanos, un lago artificial con cisnes… La señora la prestaba cada vez que se le pedía, pero no aflojaba prenda sobre su destino final.

Un día estalló el escándalo: el yerno de la matriarca supernumeraria, casado con la hija única supernumeraria, valiéndose de su condición de abogado y seguramente de la edad de su suegra, la había dejado en la calle.  Ni la casona donde vivía estaba ya a su nombre. 

El yerno creó un fideicomiso a nombre de sus tres hijos, del que él se constituía en administrador junto con sus dos hijas mayores, estableciendo que el fideicomiso le pasaría a la suegra despojada, una mensualidad que le permitiría vivir digna, pero muy modestamente en la que había sido su casa mientras viviera. Los empleados ya no dependerían de ella sino del fideicomiso y por lo tanto obedecerían órdenes del directorio. Desde luego las dos hijas mayores estaban de acuerdo con lo que había hecho su padre.

La hija/ esposa supernumeraria, se divorció de su marido en medio de un escándalo horrible, porque inmediatamente se la empezó a ver frecuentando discotecas, bares, restaurantes y saliendo con unos y con otros, lo que la llevó al poquísimo tiempo a ser expulsada de la Obra, así, por dar escándalo. Un par de años después se casó civilmente con un señor que a su vez se divorció para casarse con ella.

Por supuesto, el tal fideicomiso a ella no le daba nada, es decir la herencia de la matrona “pasó” por decirlo de algún modo de la abuela a los nietos.

Reconozcamos que el yerno/marido/padre hizo una jugada magistral y hasta donde se puede admitir, obró honestamente al no quedarse él con los bienes de la suegra, ni, hasta donde se sabe, mandarse a cambiar con otra: lo que hizo fue defender el patrimonio de sus hijos de la rapiña del Opus Dei, que desde luego andaba tras ellos o al menos de una buena tajada.

La matrona supernumeraria obviamente cayó en desgracia: las supernumerarias copetudas la dejaron de lado, no solo porque ahora no era rica sino porque no querían verse mezcladas en sordideces. Las numerarias dejaron de adularla y los numerarios de pedirle cosas para el “Monumento”.

La hija divorciada y vuelta a casar, debe haber aprendido a vivir de lo que su nuevo marido pudiera darle, porque el fideicomiso no le pasaba un centavo.

 

Una familia destruida por todos lados. Tan se conocen los modos del Opus Dei, que en las historias donde hay dinero, el más inteligente hace todo cuanto puede para dejar a la Obra fuera de juego.

Besos.

Salypimienta salypimientalaencomendada@hotmail.com

 

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Publicado el Wednesday, 25 April 2018



 
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