De visita por Andalucía con una pareja de amigos extranjeros, entramos en una iglesia. Nuestra sorpresa fue encontrarnos, además de la imaginería tradicional andaluza, un cuadro que estaba fuera de lugar. Era una fotografía de Escribá -no sé si con fotoshop o no-, en la que el santo, ensotanado de negro y toqueteándose ambas manos con gesto poco viril, mira directamente al frente mientras esboza una sonrisa angelical. Debajo de ese cuadro, otro cuadro contenía un documento y una reliquia de esa persona. 

Entre esculturas de santos medievales e imágenes de pasos de Cristos y Vírgenes, la foto y la única reliquia del templo nos parecieron surrealistas y de muy mal gusto. No combinaban en absoluto con la religiosidad andaluza, colorida y exagerada.

Al principio sentí rabia porque pensé que, una vez más, el párroco o un par de supernumerarios habían maniobrado para imponer con calzador una foto que seguro al resto de parroquianos les resultaría indiferente o rechazarían. Nuestros amigos, por el contrario, se tomaron a chunga ese collage ridículo y se partieron de risa al ver al tipo de la foto y su pedazo de tela en el relicario que estaba entre santos y vírgenes elegantemente vestidos y con gestos de Pasión.

Al salir del templo comentamos cómo estas cosas sólo pasan en España y, naturalmente, en América. Y recordé las veces que he entrado en templos que tienen esculturas o cuadros de Escrivá. Me atrevería a decir que no estaban ahí por iniciativa popular de los creyentes y que en todos los casos ha sido porque el párroco ha impuesto su santa voluntad o porque algún grupito minúsculo de supernumerarios ha presionado al párroco para que se impusiera artificialmente la devoción al santo Escrivá.

Ahora, días después de aquella visita, no guardo ni rabia ni cachondeo. Siento pena. Pena porque en el opus no son capaces de hacer atractivo su estilo y sólo consiguen sobreponerse al rechazo eclesial por la imposición y la manipulación. En las iglesias católicas los fieles cantan alegres. En las iglesias escribarianas los fieles callan temerosos.

Rebeca