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090. Espiritualidad y ascética
World :

Este artículo de Crónica (marzo 1957) es una "alabanza" a la confidencia, pero llena de errores (lo de hacerla con el Presidente del Instituto) o que tiene un origen evangélico (Lázaro hacía la charla fraterna con Jesús) por aquello de la manipulación de la Sagrada Escritura. Los cambios luego de 2011 han sido mínimos, ya sabemos que los cambios vienen del demonio y quitan eficacia a la labor...

 

 

Después de la tertulia, me he quedado aquí. Alguien limpiaba los ceniceros junto a la mesa; otros ordenaban los sillones, y yo he abierto algunas ventanas para que se ventilase la sala.

 

Después de la tertulia, saqué un papel que tenía en el bolsillo. El aire fresco de la calle se hacía sentir. Puse el papel en la mesa. Otra vez la habitación estaba casi vacía. Aquella hoja escrita era el centro de mi atención; las palabras se veían trazadas de prisa, con abreviaturas, con rasgos incompletos. Y en eso consistía mi tarea: en transcribirlas con claridad...



Betania, leí en el papel. Hice un esfuerzo de memoria para reproducir todas las circunstancias. Betania, había dicho el Padre. Y yo tenía anotadas sus palabras, que debí tomar desde un rincón, mientras él hablaba. Betania, donde Marta y María y Lázaro querían a Jesús por igual. Entre esas escenas evangélicas, el Padre hizo notar un aspecto que yo no había advertido hondamente hasta entonces. Nos mostró cómo Lázaro hablaba con el Señor de continuo: cómo Lázaro hacía la Confidencia con el Señor. 

 

La Confidencia: ¡qué exacto y preciso me sonó el término, para nombrar esa charla, en la que Lázaro mostraría al Señor toda su vida, con sinceridad, con sencillez! Habíamos hablado del amor que en Betania tenían a Jesús: de esos amigos suyos que siempre le esperaban. Y, como una consecuencia natural, surgía la charla de Lázaro con el Señor: la Confidencia.

 

Aquella idea me sugirió muchas otras; la alegría de descubrir más aspectos nuevos, en esa arma que es nuestra Confidencia, creció hasta sugerirme muchas otras ideas. El mismo hecho ocurriría también con Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, y con los demás Apóstoles. En una barca sobre el lago, o bajo el atardecer de las montañas de Judea, o a la sombra de los árboles del Huerto, el amor se vertería en el cauce límpido de una Confidencia. Ellos contarían allí sus gozos y sus penas: sus luchas. Y el Señor tendría siempre, para ellos, palabras de vida eterna.

 

Di gracias a Jesús por la sencillez de nuestra ascética, que es la sencillez de su Evangelio. ¡Qué claro todo, qué ilusión renovada para ir a la próxima Confidencia! El recuerdo de Betania me hizo pensar en todas nuestras casa, donde Jesús es el centro, donde le contamos toda nuestra vida a través del hermano que espiritualmente nos atiende. Somos discípulos a quienes el Señor ama. Pero el Señor, que nos pone luces en la inteligencia y deseos grandes en la voluntad y que responde siempre en el diálogo de nuestra oración, ha querido señalarnos el camino más precisamente y en todo momento, por medio del Padre, que ha dispuesto esa dirección espiritual de la Confidencia. 

 

La santidad personal, he pensado mientras leía este papel, no significa que haya de tender a ese fin por mi cuenta; significa responsabilidad mía, personal, de corresponder a la gracia, pero dentro de un mismo camino para todos nosotros, de un mismo espíritu, en la unidad de la Obra de Dios, siendo yo mismo Opus Dei. Por eso, junto a esta llamada, recibimos el rumbo constante de la Obra: la voz de Jesús, a través de los Superiores. El Señor no da luces extraordinarias, cuando puede usar de medios adecuados para hacernos saber su voluntad. Al abrir el corazón ante el hermano que oye nuestra Confidencia, estamos hablando con el mismo Padre; y cuando hablamos así con el Padre, somos como Lázaro que levanta sus ojos a Jesús y le cuenta todo lo que ocurre en su interior. La sinceridad más absoluta, la sencillez más clara y la docilidad más rendida, se hacen allí garantía de eficacia y de vida eterna. 

 

Nuestra ascética es evangélica. Se veía tan bien, cuando el Padre sacaba consecuencias para nuestra vida, en torno al hogar de Betania: Marta, que se desvive por servir a Jesús; y María, que prefiere quedarse a los pies del Maestro, y oírle hablar; y Lázaro, que, con su muerte, le arranca lágrimas de dolor. Para aquellos primeros seguidores del Señor, la Confidencia era necesaria. Lo era para la Virgen; que hablaría casi sin palabras a su Hijo, en un entendimiento silencioso: para la Virgen, que se sintió impulsada a visitar a Santa Isabel después de realizarse en ella la Encarnación del Verbo. Confidencia eran esas palabras ardientes del Señor a los caminantes de Emmaús. Confidencia, un medio necesario para todos aquellos fieles de las primeras comunidades, cor unum et anima una. La Confidencia es para nosotros una necesidad. Nada hay, como esto, que nos meta tan dentro del corazón del Padre, porque entonces estamos mostrándonos como vemos que somos, para que nos conduzca, para que en cada momento nos dé el espíritu de la Obra.

 

Casi sin advertirlo, me encontré pensando en mis primeras Confidencias en Casa, cuando me mostraron todo el sentido de esta charla:

 

- Como si hablaras con el Padre...

 

Cualquiera que sea quien recibe la Confidencia, es el mismo Padre quien la recibe. Nos lo ha dicho él mismo. Y yo recuerdo la primera vez que me lo explicaron, unos días después de escribir la carta. Puedo evocar aún aquel cuarto del Director; incluso tengo bien grabada en la memoria la imagen de la Virgen que había allí.

 

Una de las primeras cosas que nos ocuparon fue la hoja de Normas. Quizá todos recordamos una situación semejante. El Director puso la hoja sobre la mesa, y comenzamos a charlar. Bueno, yo escuchaba sobre todo. En aquel rato, por primera vez y para siempre, para toda la vida, me explicó esas armas de nuestra lucha, esos medios que iban a servirme, día a día, para nuestra batalla, para hacer el Opus Dei. ¡Qué contento salí de aquella charla! Pero -claro está-, si dijera que entonces entendí plenamente la importancia del momento, exageraría. Es sólo más tarde cuando la comprendemos del todo. 

 

He anotado estos recuerdos, que me sugirieron las palabras del comienzo. ¡Habría tanto que decir sobre este tema! Guardo en el bolsillo las notas que tomé mientras el Padre hablaba, pero no sin leerlas aún otra vez. Me será fácil llevar mañana a la oración las escenas de la casa de Betania: una casa como las nuestras, donde todo sucede entorno a Jesús, donde su amor es nuestro afán constante, donde le contamos a El por medio del Padre -y al Padre por medio de nuestro Director- toda nuestra vida y nuestra lucha, para concentrar los esfuerzos en donde nos señale quien tiene gracia de estado. Betania: una casa como las nuestras, donde Jesús se siente a gusto porque es amado.




Publicado el Friday, 02 February 2018



 
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