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 Tus escritos: Quinto crespillo. Los mejores tibetanos son de Gerona.- Antrax

075. Afectividad, amistad, sexualidad
Antrax :


Quinto crespillo:
Los mejores tibetanos son de Gerona y una de paracaidistas

Cap.5 de PERDIENDO EL TIEMPO CON EL TIEMPO PERDIDO
Enviado por Antrax el 25-julio-2004


"Y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario"
Antonio Machado

"Vae soli"
Eclesiastés

Pues lo del carro de la carne no resultó mal del todo. Primero, porque de carro, nada: un cacho Pegaso lanzado a toda velocidad, con cabina refrigerada, dirección asistida y reductoras de primera clase. ¡Menudo carro! Luego, que tampoco me veía yo atado al carro de la carne, porque no estaba atado, sino libre como un pajarillo, o como un búfalo en la sabana, o algo por el estilo. Es que siempre me habían encantado las mujeres, la verdad. Así que cuando se volvieron personajes de carne y hueso, me pareció que algo comenzaba a ir mejor, muchísimo mejor...

A ello contribuyeron poderosamente las cacho anatemas pacientemente soportadas en meditaciones diversas y a las perfectas necedades escuchadas en alguna charla que otra. Que si las mujeres son patatín o patatán (mejor evitamos epítetos desagradables), que si lo que quieren es esto o aquello... Claro que algunos no nos lo creíamos, porque teníamos alguna somera experiencia precedente al banderín de enganche y, desde luego, no había resultado ni pizca de desagradable, sino todo lo contrario. Uno lo más que hacía era hacerse cargo de que el predicador seglar o clérigo tenía que apañárselas de alguna manera para contener la natural fogosidad de aquella panda de jovenzuelos y argumentaba como podía, pero que conste que las mujeres nos seguían pareciendo bastante majas y harto apetecibles.

Si, por añadidura, estudiabas una carrera en la que abundaban las condiscípulas, tenías bien sabido que la mayoría eran simpáticas, listas y guapetonas, con que nadie te iba a contar a ti cómo eran las mujeres, cuando las tenías al alcance de la pupila y de la oreja un montón de horas al día. Oiga, y alguna que otra era numeraria, y resulta que esa numeraria era de lo más interesante, tanto o más que las otras vecinas de clase, así que lo de la pared de cal y canto era bastante parecido a la casita del primer cerdito, aquella que el lobo feroz derribó de un mero soplido.

El resultado, en el caso de un servidor, es que se pasaba la vida de enamoramiento platónico en enamoramiento platónico, en el sentido vulgar y adolescente, no en el expresado con más nitidez en diversas obras del propio Aristocles de Atenas. Cierto que no se metía en berenjenales mayores, porque hasta ahí pudiéramos llegar, pero, si no era de una compañera de clase, era de una colega de la política, y, si no, andaba colgado una temporadita con una administración de las que servían la mesa, que añadía a la innegable cualidad de estar buenísima, el supremo valor de lo misterioso y prohibido. No sé si en aquellos momentos uno tenía claro de qué se trataba, pero gracias al dulce sabor del crespillo, ahora sí que caigo, mire usted. Y es que el corazón tiene sus razones que la razón no comprende.

En una de esas el enamoramiento fue ya patente y envolvente y ardiente y me ayudó a picar billete tras ardua y denodada lucha conmigo mismo, con la superioridad y con la propia familia. Y me niego a añadir "de sangre", porque siempre me sonó a algo vampírico, y mi gente de vampírico no tenía nada, como se demostró cuando decidí dejar los verdes campos del Edén y me fui a vivir provisionalmente con ellos, porque se portaron conmigo como reyes, aunque eran supernumerarios. Eran gente de bien por encima de todo.

Pero, y no es chico el pero, el embotellamiento de ideas extraviadas sobre la pureza y el pecado y gazpachos afines hacía que uno, de entrada, no supiera cómo habérselas adecuadamente con todo aquel maravilloso horizonte femenino, finalmente a su alcance; así que administrar la concupiscencia se convertía en un follón de notables dimensiones. Se vivía bastante aquello que salvó la pelleja en el castillo de Blois, según leyenda, al poeta François Villon: "Je meurs de soif auprès d'une fontaine" (muero de sed al lado de una fuente), lo que formulado en términos más vulgares, equivale a decir que uno se agarraba morrocotudos calentones, alternados con confesiones faltas de toda intención de enmienda, y no acababa de rematar la faena. Como, por añadidura, jamás fue un servidor inclinado al onanismo por razones de estética, la amenaza de orquitis se cernía sobre mi cabeza con cierta gravedad.

Entonces fue cuando apareció el tibetano en medio del lanzamiento colectivo de los paracaidistas. Intentaré explicarme.

Supongo que muy pocos de nuestros lectores poseen la interesante experiencia de haber participado en un lanzamiento colectivo con una miaja de viento. Pues lo que sucede es que, cuando caes perfectamente aturdido, miras a tu alrededor con intensa sensación de alivio, intentas controlar todo aquel amasijo de cuerdas y telas (entonces no se habían inventado las actuales monerías sintéticas) y acto seguido miras de aquí para allá, para comprobar dónde y cómo habrán aterrizado tus colegas:

- ¡Hombre, parece que el Perandules ha llegado sano y salvo, con el pánico que tiene siempre!

- Al Morconeras se le ha enganchado el chisme en un olivo, pero creo que está enterito.

- ¡Coño con el Mernabo! ¡Ya ha conseguido enrollar el paracaídas! ¡Qué mano tiene, el tío!

- ¡Je, je, el Pochólez! ¡Seguro que le ha tenido que tirar el sargento de un patadón!

Eso es lo que tiene de bueno que el aterrizaje se haga en grupo. Luego lo celebras en la cantina y hasta puede que pilles una buena cogorza en tan saludable compañía. Todos llegamos sanos y salvos, a lo sumo con unos hematomas y rasguños, y la cosa hay que celebrarla, está claro.

Pues ésa fue la suerte que yo tuve. Cuando decidí marcharme del mundo de nunca jamás, aquello fue un auténtico lanzamiento en masa. Una panda de numerarios, agregados y supernumerarios coincidimos en la decisión, y resulta que nos encontramos y que montamos descomunales tertulias no regladas y algunos hasta llegamos a convivir. Gozosa experiencia, a fe mía. Se trataba de personas cultas, afectuosas y sociables, de modo que aquello resultó un auténtico festejo y ayudó lo indecible a la necesaria reinserción social, que buena falta suele hacer. Otra cosa es que la presencia de nuestra pandilla le hiciese especial ilusión a los jerarcas del Opus y de la Universidad de Navarra, pero eso era cosa de ellos y tampoco nosotros nos dedicábamos a quemar iglesias ni a blasfemar a idea por los pasillos, qué diantre.

Y en medio de tan amable tumulto hizo su aparición el tibetano, fantástico personaje ideado por uno de la panda, psicólogo gerundense él. El tibetano era un individuo de prodigiosas cualidades genésicas, dotado por la naturaleza con generosísima prodigalidad, un personaje que fue plasmado sobre el papel por mi mano pecadora con gran satisfacción y contentamiento de la comunidad. En términos terapeúticos, el tibetano resultó un elemento más de liberación verbal para los tabúes sexuales, porque uno comenzó a soltarse el pelo y a ver con mucha más naturalidad determinados temas que le habían amargado la existencia en sus primeros momentos de excombatiente.

Y de la liberación verbal a una razonable liberación pragmática pasa uno con facilidad notable, así que la amenaza de orquitis se esfumó definitivamente y se hizo frente a la divina concupiscencia con mesura, pero sin las ignominiosas trabas adquiridas en el precedente lavado de cerebro.

Pero lo más importante es lo del aterrizaje en compañía, así que digo y afirmo que la idea de esta web no es buena: es completamente imprescindible. Si ya nos lo decían ellos, aunque tal vez con intenciones algo distintas: "frater qui adjuvatur a fratre quasi civitas firma". ¿Ven cómo sí que tenían razón en algunas cosas?


Publicado el Sunday, 25 July 2004



 
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