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 Correos: Job necesita que le orienten sobre pedir ayuda económica al Opus Dei.- Esguerra

040. Después de marcharse
Esguerra :

JOB, como decía su bolsa de ropa, nació en Medellín, Colombia, en 1936, en el seno de una familia tradicional paisa, numerosa, católica, trabajadora. Uno sus hermanos es sacerdote de la arquidiócesis de Medellín; otro, ya fallecido, fue numerario, formado en el que intentó ser tercer centro de estudios internacional, en Maryland, Estados Unidos, y Job fue numerario, de los que pasó como varios de sus contemporáneos 9 años en Europa, parte en el Colegio Romano y parte en Aralar.

Tras sus 9 años de formación europea, Job vino a trabajar a Bogotá, Medellín y Cali. Era el numerario más proselitista de la región y sus alrededores. Del centro donde él estuviera llegaban a la convivencia anual de recién pitados 12 o 15 numerarios entusiastas, que preguntaban por la cancha de fútbol y los cerros cercanos a los que podrían ascender durante el evento, y de los demás centros de san Rafael del país llegaba un par de jóvenes taciturnos, de aire conventual, que preguntaban quién no había hecho aún la lectura espiritual, para compartir esos 10 minutos y tal vez alguna charla sobre apostolado, tertulias y experiencias místicas.

Job también dio clases en el naciente Gimnasio de los Cerros y en la naciente Universidad de la Sabana. Job no solo era el numerario más proselitista de la región y sus alrededores, sino además el que más plata tenía. Había montado en el centro de Bogotá una oficina de prensa, con las versiones criollas de Europa Press y Gaceta Universitaria. Esta última le sirvió para conocer líderes de la juventud colombiana, como uno que llegó a ser dueño y director de la revista viva más antigua del mundo, Cromos, y otro que llegó a ser presidente de la República.

Los directores regionales echaban a andar proyectos de casas de retiros, centros culturales y colegios con la ayuda económica que les proporcionaba Job, y después de él, los demás aportantes, supernumerarios pudientes y cooperadores adinerados. Las empresas de Job eran tan florecientes que con las utilidades llegó a tener una casa de convivencias en la costa atlántica colombiana, en inmediaciones de Coveñas. Allí llegaban cada semestre buses repletos de jóvenes a quienes trataba Job y que más adelante pitarían. También tuvo un enorme restaurante en pleno centro distrital de Bogotá.

Cada año viajaba a algún lugar lejano del mundo a donde era invitado especial de congresos de la juventud, las comunicaciones o el cine. Con dinero donado por Adveniat, su empresa editorial llegó a tener imprenta propia en otra sede, y, como Job no solo ayudaba a la Obra, sino también a su familia, hermanos, cuñados, sobrinos, uno de ellos, que comenzó de operario, llegó pronto a ser gerente de la editorial. Un buen día el gerente de la editorial llegó a la oficina de Job con un balance de quiebra, y con la oferta de un desconocido que compraba la empresa en bancarrota. En un abrir y cerrar de ojos, un par de visitas a la notaría más cercana y unas cuentas firmas de papeles, Job quedó sin imprenta ni editorial, y el comprador le vendió más temprano que tarde la empresa a su pariente. Hoy la próspera empresa editorial produce libros de todos los temas e inmensas ganancias. Así comenzó la caída de Job.

Después de perder la editorial, tuvo que cerrar la agencia de prensa por competencia desleal. Por esa época comenzaron las amonestaciones. Su revista había publicado en su ausencia la foto de Julie Christie, con la que Job había escandalizado a los lectores, los había inducido al pecado y los había puesto en peligro de condenación eterna. Tras 30 años de servicio incondicional a la Obra, a la que le dio todo el dinero que le fue solicitado, a la que llevó más de la mitad de las vocaciones de numerarios de la región y a la que dedicó su vida entera, de los 20 a los 50 años, Job fue dado de baja de la Obra. Una alumna suya lo ayudó a sacar los últimos bártulos de la oficina del centro y a montar lo que hubiera podido llegar a ser una gran universidad.

Las grandes universidades de este país han comenzado en un garaje y la universidad que Job montó tenía como sede inicial una casona entera. Pero le entró la cobardía cuando llegaron los primeros alumnos a matricularse. Y prefirió hacer un centro de capacitación empresarial, que le dio para vivir en los años siguientes a su salida. Con esa alumna solidaria con el héroe caído se casó hace 23 años, y, fiel a las enseñanzas morales que infundía en los supernumerarios que dirigía, tuvo cuatro hijos. En algún momento en que buscaba mejorar sus ingresos participó en una convocatoria de la Universidad de Antioquia, y le pidieron que llevara su diploma de doctor en Derecho Canónico de la Universidad de Santo Tomás, de Roma. Nunca había ejercido, pero tenía el título. O lo tuvo hasta el día que salió del centro de numerarios mayores a vivir solo en un apartamento. Cuando llamó a su antigua casa para preguntar por el diploma, le dijeron que no lo habían encontrado. Así perdió esa oportunidad. Un exnumerario que fue compañero suyo en el Colegio Romano, y que entonces presidía el más poderoso gremio de comerciantes le consiguió cupo en un colegio del gremio y le ayudó contratándole conferencias de valores.

Uno de sus exalumno del Gimnasio de los Cerros, en su momento asesor personal del presidente de la República, le consiguió una buena tanda de conferencias sobre valores para funcionarios del Gobierno. Gracias a esas ayudas iba saliendo adelante. Para no alargar la historia, Job ya cumplió los 80 años, tiene cuatro hijos que mantener y a quienes espera darles educación universitaria, y ya no tiene energía para trabajar. No tiene pensión, pues lo poco que había cotizado al sistema nacional lo pidió por anticipado para pagar pensiones escolares de sus hijos. El único hermano que lo ayudaba económicamente era el exnumerario que murió. La mayor parte de la carga financiera de la familia la lleva su esposa, que ahora trabaja en una fundación, pero lo que gana no es suficiente. Sus amigos le hemos dicho que pida una ayuda a la Obra. Él se niega a hacerlo, porque considera que la Obra es de Dios y, en consecuencia, intocable. No lee Opuslibros por la misma razón.

No sé si exista la posibilidad de pedir a la Obra una ayuda económica para alguien que, como Job, no se ordenó de sacerdote, pero sí dedicó treinta años a la Obra como numerario, con entrega total y ejemplar, dando todo, incluido el dinero de sus empresas, siendo director y subdirector de centros de san Rafael, profesor del Gimnasio de los Cerros y de la Universidad de la Sabana, oficial de AOP, profesor de materias varias en los cursos anuales, y el numerario más proselitista de la región y sus alrededores, al punto de haber llevado a la Obra con su eficaz proselitismo al actual vicario colombiano y al actual vicerrector académico de la Universidad de la Santa Cruz, entre muchos otros.

Si existe esa posibilidad, me gustaría que quienes de ustedes puedan orientarlo le escriban animándolo a pedir esa ayuda de la manera más efectiva y menos traumática posible. Si alguien lo hace, y dado que él no lee esta web, yo le enviaría las cartas que se publiquen a nombre de Job.

Esguerra




Publicado el Wednesday, 16 November 2016



 
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