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 Tus escritos: Recuerdos.- Haenobarbo

010. Testimonios
haenobarbo :

Al hilo de los recuerdos de las excursiones que nos ha narrado Fueraborda, se me han venido a la cabeza una serie de imágenes, que no son precisamente todos referentes a excursiones, pero que voy a tratar de plasmar por escrito, “ad futuram rei memoriam” y porque quizá haya por acá alguno que – por haber coincidido en algún lugar – pueda ayudar a completarlas.

Antes de empezar, mi único recuerdo de Florencio Sánchez Bella, del que hemos estado hablando últimamente…



La primera vez que lo vi, fue a poco de incorporarme al Centro de Estudios de Aralar, en Pamplona.  Había pasado por Madrid justamente el 2 de octubre del año en que me incorporé, rumbo a Pamplona y cumplí el paso obligado por Diego de León para entregar el correo. Desde luego, un menda que se iba a incorporar al centro de estudios, no veía al consiliario.  Por la tarde tomé el tren a Pamplona. No lo conocí en esa ocasión. No sé por qué razón, ya para entonces sabía de la famosa bofetada que don Florencio solía atizar a los numerarios. Es decir, la fama lo precedía. 

A los pocos meses de estar en Pamplona mis padres me fueron a visitar y fuimos a almorzar a Las Pocholas: nada más entrar me di cuenta que don Florencio estaba allí, almorzando con su hermano Ismael, a la sazón no sé si vicerrector de la Universidad o Decano de la facultad de Derecho. Don Ismael me conocía porque había tenido que tratar con él algún tema referente a la reválida de algunas asignaturas, así que a la distancia lo saludé. Nos sentamos a almorzar, ellos charlaban en su mesa muy cerca de la nuestra. Pensé que en algún momento debería saludar al consiliario y le advertí a mis padres: este señor, seguro me va dar una cachetada…. no se asusten.

Cuando ellos salían del lugar se acercaron a saludar a mis padres, me puse de pié y en el acto, don Florencio amagó la famosa cachetada que esquivé con un rápido movimiento. No lo volví a ver hasta varios años más tarde, cuando fue a vivir a Villa Tevere y cada tanto me lo cruzaba en un pasillo o lo veía en Cavabianca. Lo de la cachetada es cierto.

En relación con las excursiones y otras zarandajas por el estilo, muy pronto me di cuenta que una buena excursión tenía mucho que ver con la discreción con la que se manejara el asunto: un numerario discreto podía montarse muy buenas excursiones y además con otros numerarios con el que lo identificaran gustos y aficiones.

Todo empezaba por elegir el lugar, planteárselo al rector a solas, con un plan concreto y razonable y señalando a los posibles excursionistas:  luego era cuestión de ir sondeando, siempre con mucha discreción, hasta conseguir tener armada la excursión.  En Aralar había auténticos forofos del alpinismo, incluidos curas,  que en silencio se armaban sus escaladas, para las que normalmente salían de madrugada. A veces en el grupo habían mas curas que laicos y por lo tanto se necesitaban voluntarios que ayudaran a Misa a los curas de madrugada: yo no he escalado nada en mi vida, pero sí me ofrecí a ayudar a misa de madrugada, muchas veces a Miguel Angel Tabet, alpinista impaciente si los hay, que sabía que si me decía que me necesitaba a las 3 de la madrugada en un oratorio, yo iba a estar ahí. El no confiaba en la capacidad de despertarse y estar en horario de otros compañeros de excursión.

Recuerdo una excursión gloriosa que hice en un curso anual, en la que participamos varios forofos de la historia, pocos, siempre pocos y discretos…. Nos fuimos hasta Sos del Rey Católico, para ver la cama en la que había sido parido don Fernando –desde luego la cama que hay ahí es mas falsa que judas- pero lo interesante de esa excursión es que justo ese día Berlanga estaba filmando escenas de la película La Vaquilla. Sos era un hervidero de milicianos, una auténtica escena de la guerra civil; la producción de la película había conseguido retirar todas las antenas de televisión que había en los tejados de las casas. En el grupo de excursionistas venían si no recuerdo mal tres curas, obviamente vestidos de paisano. Uno de ellos se empeñó en vestirse de miliciano y participar como extra en la película.!!!!.  En estas excursiones, los que solíamos salir juntos, no llevábamos “bolsas de excursión” … la idea era comprar pan, un buen trozo de queso y unas botellas de vino y sentarnos en algún lugar a comer y sestear!!!

En planes similares fuimos al monasterio de San Juan de la Peña, a San Pedro de Cardeña, a Jaca, en cuyo museo diocesano no se nos ocurrió nada mejor que probar que tan cómodos estaban los muertos en esos fantásticos sarcófagos de piedra medioevales y ahí nos metimos... En otra ocasión a las Huelgas de Burgos, a Soria, donde vimos unas cuevas que en verano se acumulaba nieve. Organizamos una excursión a Barbastro. Pero no eran estas excursiones que hiciera cualquier alumno del centro de estudios.

Lo de los sarcófagos me ha traído a la memoria otro hecho singular, que quizá alguno recuerde: los de Aralar, solíamos pasar parte del verano en el mismo centro de estudios y parte en Belabarce, una casa de montaña en el municipio de Isaba, a donde dicho sea de paso, nos turnábamos para ir durante el año a “cuidar” la casa en grupos de cuatro o cinco de los mayorcitos del centro de estudios y de los doctorandos que volvían de Roma, De eso hay otros recuerdos, como el protagonizado por Rafael Termes, pero eso queda para después. 

La casa estaba a cierta distancia del pueblo, pero en el pueblo había un almacén de ultramarinos o de ramos generales: ahí había de todo como en botica:  la dueña de ese almacén quería a morir todo lo que tuviera que ver con Aralar, la Universidad, la casa de montaña y los numerarios, con decir que si un día necesitábamos por decir, mahonesa, íbamos a su casa tomábamos huevos y aceite del almacén y la hacíamos ahí. Tenía un pacharán exquisito que ayudábamos a preparar, poniendo las bayas en las botellas para que estuviera listo para la temporada siguiente… A diferencia de esta buena señora, el resto del pueblo, empezando por el alcalde, no veían al Opus Dei, ni a la Universidad, con buenos ojos.

Pues bien, un día de invierno comíamos al medio día en Aralar, cuando alguien entró al comedor para decirle algo al oído al rector.  Se levantó de la mesa, salió y al rato volvió y nos hizo seña a unos pocos para que salgamos.  La “reina de Isaba” como le decíamos a esta mujer cuyo nombre se me escapa, había fallecido en un departamento que tenía en Pamplona a un par de cuadras de Aralar. Había ido a la clínica para un chequeo. 

Era uno de los que conducía los coches de Aralar, por eso me llamó el rector junto con otros y nos fuimos al departamento de esta mujer. Efectivamente estaba muerta, la acompañaba alguien de la familia. La situación era que de seguirse los trámites normales en esos casos debían intervenir las autoridades, la sanidad, sacar permisos para trasladarla –había que trasponer límites provinciales- debía contratarse un furgón especial y qué se yo que más... había que llevarse a la mujer de ahí y hacer que se “muriera” en su casa en Isaba.

La bajamos sentada en una silla y la metimos en el auto. La primera idea era llevarla sentada, no recuerdo cuanto tiempo había de viaje entre Pamplona e Isaba, pero llevarla así era imposible, porque el rigor mortis haría su obra: omito detalles… La tendimos en el asiento de atrás, la cubrimos con unas frazadas como si estuviera viva y fui conduciendo, con un cura. Otro coche nos seguía. La consigna era que en el pueblo no podía enterarse nadie que volvía muerta. Hicimos el paripé.

La subimos a su habitación y oficialmente falleció no recuerdo si esa madrugada o al día siguiente. Un médico de la clínica extendió el certificado y la Universidad se encargó de organizar un funeral como no se había visto en ese pueblo.

Recuerdo otra excursión, esta vez a Fuenterrabía, salimos muy, pero muy temprano, tampoco llevábamos la comida de excursión, eso sí, íbamos con la misa oída y celebrada por los dos curas que venían. Una vez en destino, pensamos que porqué, ya que estábamos ahí no nos dábamos una vuelta por San Juan de Luz y si habíamos llegado hasta ahí, por qué no íbamos hasta Biarritz. Almorzamos en Biarritz en un lugarcito de manteles cuadriculados, nada caro pero buenísimo como suelen ser esos lugares, además no era estación.

Obviamente se nos fue haciendo tarde. Recuerdo que a la vuelta ya de noche, paramos a cenar en una fonda del camino. Uno de los curas era un chulo rubio de ojos celestes y blanco como la leche, médico por más señas. Desde que nos sentamos empezó a decirnos en voz baja que el lugar no le daba confianza y que nos vayamos. Nos atendía una moza un poco desenfadada que de pronto le dijo al curica – de paisano por supuesto – “que ojos tenés chaval”… el pobre casi se muere ahí mismo, como aquella vez que acompañamos a uno del colegio romano a que le saquen una escayola y se desmayó cuando le vio la herida…!! Y era médico.

Seguiré recordando….

Haenobarbo

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Publicado el Wednesday, 21 September 2016



 
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