La obediencia ciega es solo a Dios no a ningún director en su nombre. Incluso en las órdenes religiosas se permite llevar la contraria hasta tres veces al superior si no se comprende una directriz.

En el opus la obediencia ciega estaba a la orden del día (a un director=voluntad de Dios) y solo hacía que te usaran para sus “fines apostólicos”. “Hablar de Dios”, predicaba Escrivá, es lo que tenemos que hacer. ¿Cómo vas a hablar de Dios si ni siquiera le conoces?

El dios de la obra era un tirano moral, una imagen distorsionada. Un dios que no te acepta y que no da ni signos ni huellas. Sólo exigencias en aras de la “obediencia ciega”, un dios que no se hace oír, y que por tanto es incognoscible. Un dios que no te habla al corazón, sino que quiere destruirlo por completo mientras te utiliza para los fines de la institución, fines que no son más que “empresas humanas”…

La “obediencia ciega” y la falta de discernimiento van de la mano… “El que obedece nunca se equivoca”, de ahí el cúmulo de atropellos hechos en el nombre de Dios por todos los que hemos tenido miedo al error, a ser vomitados de la boca de ese dios, a ser “tibios”, a tener “mal espíritu”, o a formar parte de las “hojas secas”. Quién es la “hoja seca”, el que está dentro o el que está fuera? Si se mira bien, se llega a la respuesta correcta…

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