Recuerdo que en los cursos de retiro leíamos en el comedor biografías de gente de la Obra cuyo proceso de beatificación se estaba incoando.

A mí esas lecturas me agradaban porque eran más digeribles que los artículos de Crónica, aunque también eran muy previsibles: cada historia era una excusa para exaltar un poco más al Fundador (de San Josemaría "nunquam satis") y al señalar el perfil espiritual de estos posibles beatos, siempre se describía un modelo terminado semejante: una enumeración del plan de vida y las costumbres de la Obra punto por punto. ¡Eran el "De Spiritu" con patas!

Si alguna editorial se dedicara a publicar en serie algunas de las biografías que aquí aparecen -y es el fascinante escrito de Fueraborda lo que me ha hecho reflexionar sobre esto- creo que esa colección, aún siendo infinitamente más atractiva por la autenticidad de los relatos, adolecería del mismo defecto: la previsibilidad, en este caso por parte del "modus operandi" de los directores de la Obra y la inercia del resto del personal -salvo alguna honrosa excepción- ante la crisis de una persona que entregó sus años de adolescencia, juventud, buena parte de su vida adulta y todos sus ingresos a la prelatura pero que ya no resulta útil a la "empresa sobrenatural" por lo que se la va arrinconando profesional, emocional y espiritualmente hasta convertirla en un guiñapo.

El previsible final de esta historia es la salida por la puerta de atrás pero, vaya paradoja, allí comienza la verdadera aventura del protagonista.

Hay algo que sí me animo a decir que será previsible: uno se encontrará finalmente con Cristo porque Él ya ha salido a nuestro encuentro. Entonces sentiremos su abrazo mientras cura nuestras heridas y nos advierte: "El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y destruir las ovejas ; yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia."

CuG