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 Tus escritos: Cuando parece que ya no te pueden machacar más… sí que pueden.- Fueraborda

060. Libertad, coacción, control
fueraborda :

Por fin parecía que llegaba la hora de enfrentarme sin más dilación a encontrar un trabajo "en la calle", como ellas decían. Ya os conté los fracasos obtenidos, y tenía suficientemente los pies en la tierra como para saber que no había empresario al que le interesara contratarme.

Pensaba que lo más apropiado para mí sería poner una tienda de modas, pero me faltaban todos los medios y, desde luego, mi madre guapa no me iba a ayudar. Lo conseguiría, pero tenía que darme un tiempo.

Y mientras, ¿qué iba a hacer? Porque no paraban de recordarme que sin un trabajo no podía ni santificarme, ni mantenerme, y textualmente: “que no podía seguir sentándome a la mesa a base de la aportación económica de las demás”. Comprenderéis que fue una puñalada, y mi orgullo estaba muy herido...



Busqué una amiga, pedí un dinerillo a mis padres, alquilé una furgoneta, y me fui a Madrid. Allí compré ropa, (muy mal comprada, por cierto), cargué como los gitanos la furgoneta, y la deposité en un apartamento que alquilé a una agregada por un mes. No me quedaba más pasta y calculé que con el dinero de las ventas, podría pagar el alquiler.

Muy entusiasmadas, mi amiga y yo habíamos enviado propaganda a amigas y conocidas, así como regado los establecimientos más cercanos.

Pero nos quedamos plantadas y sin novio, nadie nos visitaba. Quise hacer una redada telefónica, pero no me consintieron utilizar el teléfono del centro. Mi madre me había regalado su móvil, (empezaba la era de los móviles, pero inimaginable que me permitieran tener uno) y ella, muy lista, me dijo: "lo vas a necesitar". Pero había un pero: no tenía dinero para recargarlo.

Me avergonzaba pedir más dinero a mis padres, y además, se percatarían de mi fracaso, algo que me incomodaba.

Hastiada de estar en aquel pisito al que nadie llamaba a la puerta, mi amiga decidió dar la espalda a lo que había emprendido, hacer cuentas sobre el dinero que le debía, y pegar portazo.

Hablé con la agregada dueña del piso y le dije que le pagaría los 15 días correspondientes al tiempo que lo había utilizado, y que me marchaba porque el mercadillo no había funcionado, y le pareció bien (tengo que decir que aquel piso estaba vacío y sin ningún uso ni rendimiento.

En el centro donde vivía, que era el mismo que limpié hasta dejarme las uñas, con la misma directora que dosificaba las pastillas a las de la cola, pues en ese centro, recién estrenado, sobraban habitaciones.

Pensé llevar la ropa allí, así que la metí en sus plásticos, y a pequeñas dosis, me la fui llevando al centro, que no "mi casa".

Para este traslado, pedí el cochecillo que solía utilizar quien lo necesitara, pero me dijeron que no era de espíritu el uso del coche para temas "profesionales".

Una buena supernumeraria me ayudó a hacer el traslado con el suyo. Luego, me hicieron la correspondiente corrección porque había utilizado a una supernumeraria para un tema personal. Y así visto, tenían razón.

La última habitación del pasillo estaba sin uso y allí deposité mi ropa, para intentar liquidarla aunque fuera a precio de coste. Lo comenté a la gente que iba por el centro; naturalmente, un poco por lo bajini, de forma muy discreta. Pero fue igual. Fui llamada al despacho donde se administraban las pastillas, y allí, agriamente, aquella directora gris me comunicó que me tenía que llevar la ropa del centro, y que debía pagar a la agregada el alquiler del mes completo. ¡Maldita sea! Vaya cacao mental tenían esas mujeres.

De momento, arrastré hasta mi dormitorio los percheros con la ropa, y conseguí adaptarlos sin necesidad de salirme yo del cuarto.

Llamé a mis mejores amigas, y les pedí que me hicieran reuniones en su casa para ver si vendía algo. Contestaron con un cariño que me emocionó, pues estaba a punto de olvidar lo que era eso.

Aquel maldito centro mío, estaba en el extrarradio de la ciudad, y para llegar a cualquier sitio decente, se tenía que coger antes un bus que pasaba con muy poca frecuencia, para luego hacer transbordo con el normal. Y estaba claro que ese iba a ser mi medio de transporte, cargando con la ropa. Como yo no abarcaba demasiado, ni podía con mucho peso, tenía que hacer varios viajes. Varios de ida, y varios de vuelta.

Por compromiso, yo creo, fui vendiendo alguna cosa.

Cuando se agotaron las posibilidades de reuniones, comencé a hacer ese plan con personas aisladas, que me recibían en sus domicilios. Yo pasaba un bochorno horrible, vencí todas las vergüenzas y me sacudí mi amor propio; era la única forma de salir adelante. Muchas calles de aquella ciudad recorrí cargada de bolsas de ropa, tragándome el orgullo y tragándome las lágrimas.

Pero con todo mi agradecimiento, tengo que decir que había un lugar que era para mí un remanso de paz, un lugar donde me acogían con cariño y me facilitaban lo que necesitara: era la librería del grupo opus, dirigida por una numeraria normal. ¡Si! ¡Una numeraria normal!

Me hacía pasar, me ofrecía asiento y un vaso de agua, me preguntaba por las ventas. Todo el personal se involucró, y me compraron cosas. Llamaban a sus amigas para que fueran a ver... Y hasta tenía la oportunidad de atender mis necesidades fisiológicas! Qué maravilla, nunca os olvidaré, chicas "Troa" gracias. Muchas gracias por ofrecerme tan grato refugio. Y hasta me ofrecieron dejar la ropa allí para que pernoctara, y no tuviera yo que andar tan cargada haciendo esos largos trayectos.

Entre venta y venta, no dejaba de cavilar, de recabar información, pedir consejos, y hacer planes, porque, estaba claro, tenía que hacer algún tipo de montaje más serio y definitivo.

Y al fin, después de mucho esfuerzo, sin el beneplácito de mi madre guapa, y con el dinero de mi madre de verdad, monté mi propio negocio.

Estaba claro que les molestó, pero, ¿qué querían de mí? ¿Es que sólo querían verme hundida arrastrada por el suelo lamentándome de mi fracaso? ¿Eso querían? Parecía que sí.

Me sentía como nueva con mi propia empresita, me sentía libre, y más normal. Estaba encantada. Pero, por parte de la obra, ¡cómo no! Empezaron los "peros".

Lo primero fue así de claro: que como ya sabía que no se fiaban de mí, tenía que entregarles mensualmente un detallado resumen económico de los ingresos y gastos del negocio. Me quedé de piedra. No recuerdo si protesté algo, por no cuadrar con el espíritu, o lo dejé pasar. Sé que, contrariamente a lo que marca el espíritu, puntualmente entregaba en dirección el balance de mi negocio. ¡Qué disparate!

Yo creo que les irritaba sobremanera que yo no claudicara, que no estallara, que no diera un portazo. Ciertamente, no podían tener queja de mí.

Respondía fielmente a los encargos que me daban, haciendo malabarismos con el horario, y mi comportamiento respondía al de una impecable numeraria fiel.

Es salario que me atribuí era el que correspondía, según mis cálculos, a una pequeña empresa que ha hecho una fuerte inversión, que debe ser liquidada cuanto antes.

Pero mi salario, aquel salario con el que yo aparecí en el centro tan ilusionada, les pareció poco. Me dijo la directora que, como yo había sido deficitaria desde que dejé los trabajos internos (¡vaya jeta!) ahora tenía que compensar, y me enseñó mi deficitaria "hoja de gastos" ¿se llamaba?

Como le dije que no podía hacer otra cosa, porque me cargaría mi propio negocio, contestó que hasta que mis ingresos no fueran más fuertes, no debería pedir dinero de "personales", pues tendría que evitar cualquier gasto.

Aquel otoño llovió mucho, no paraba, y yo hacía al día cuatro largos trayectos a pie. Mis únicos zapatos estaban siempre mojados. Mi único "modelo" posible, tenía que plancharlo, o lavarlo y plancharlo, por las noches. Y se me rompió el paraguas. Recuerdo que a la salida de mi trabajo llovía a cántaros, y me di cuenta de que comprar un paraguas en una de aquellas tiendas denominadas "todo a 100", salía más económico a corto y largo plazo que tomar un taxi, y así lo hice.

Como me tenían muy controlada, al saludar a la directora le comenté que me había comprado ese pequeño paraguas, hecho que me reprendió. A pesar de eso, le enseñé mis zapatos mojados y estropeados, a lo que me contestó que si no tenía otros, me pusiera los de verano. ¡De verdad que me contesto eso! ¡De verdad que no entendí mal!

Menos mal que mi conciencia no estaba constreñida, que tenía las cosas muy claras, y que aquellas mujeres lejos de asustarme o acobardarme, me producían lástima.

Otro día, me dijeron que habían estudiado el informe mensual de mi negocio, y que me señalaban algunos gastos superfluos que podía evitar para entregar en la obra, que tantas necesidades había. Bien, pues eliminé a la limpiadora y eliminé al cristalero, que se encargaba también del rótulo luminoso que estaba en la calle, a tres metros de altura. Y levantándome más pronto, dediqué horas extras a estos oficios.

Teniendo en cuenta que esa misma directora solía levantarse tarde, hacía que le llevaran un yogur a la cama, y no tenía fuerzas para hacerse ésta... pues no es como para pasar por alto el tema...

No obstante, yo, ¡ingenua de mi! seguía pensando que tenía mala suerte con las directoras tan planas y obtusas que me habían tocado de forma concatenada, y os confieso, y no es mérito mío, que pensaba que mejor que me pasara a mí, que al fin y al cabo estaba bien formada y no me afectaba substancialmente, que a otra persona más frágil que, por culpa de directoras -estrechas no, lo siguiente-, no lo fueran a aguantar, o se plantearan problemas de vocación. Todavía no me había enterado, por increíble, que era la propia institución la que tenía un plan para mí. Igual que ha tenido un plan para muchos de los que ahora me leéis.

El negocio me obligaba a viajar con cierta frecuencia al extranjero. Me pedían todo lujo de detalles sobre mis movimientos, y me hacían asegurar que no tenía otros planes distintos. Yo no podía entender el motivo por el que ellas estaban tan convencidas de que yo llevaba una doble vida. ¿A qué venía esa declarada desconfianza?

Un buen día, decidieron que yo necesitaba comprarme una falda. Estábamos en rebajas, y me acompañó la subdirectora, que era con la que yo hacía la confidencia. Cuando llegamos al gran almacén, ella se olvidó de mí, y se volvió loca comprándose ropa y zapatos, y ¡oh! sorpresa, pagando con la tarjeta de crédito del trabajo, de lo cual, presumía. Y me dejó sola, ¡menos mal! porque se tenía que ir a la peluquería. Me compré una falda rebajada y cuando llegué al centro la dejé, como era costumbre, en dirección. Y las cuentas, en secretaria. Cuando llegó la de la peluquería, me preguntó muy alterada, que no coincidía la etiqueta con mi justificación, o no sé qué... Ya me planté y por primera vez, le di su merecida respuesta diciendo algo así como que sí no me creía, era ella la que debía corregirse, pues el problema era suyo. Todo con buenos modos.

A partir de aquel día, la estancia en el centro se me hacía cada vez más insoportable, no me dejaban respirar. Estaba enferma y se burlaban haciendo referencia a mi blandenguería... Pero a los pocos días me operaron de urgencia.

Las cosas se fueron poniendo cada vez más difíciles, me sentía totalmente aislada, era fustigada y burlada por los míos. No podía seguir así. No es que no quisiera, es que no podía.

Y dejé mi querido negocio. Y me compré unos billetes. Y me hice una pequeña maleta con lo poco que tenía. Y antes de coger el tren en dirección al hogar familiar en busca de un refugio, pasé por la delegación para decirle adiós a la que le llevaban el yogur a la cama, pues la habían ascendido. Anteriormente yo había convivido muchos años con aquella mujer, a la que tenía que aupar continuamente, y la que necesitaba mi apoyo.

Quedó callada, ella era mi responsable, no se lo esperaba. ¿Sabéis que fue lo único que se le ocurrió decir? Pues lo siguiente: "y ahora, ¿cómo le digo yo al Padre que se me ha escapado una Inscrita?" Así, a secas, sin guarnición. La simpleza no daba más de sí, recogí mi maletita, y dije adiós, que no Pax. Porque la Pax no era verdad.

Un cariñoso abrazo para todos.

Fueraborda

P.D. Ojo, no entendáis mal: yo me fui para sobrevivir, pero no para dejar la obra, algo demasiado serio como para decidir en las deplorables condiciones físicas y anímicas en las que me encontraba. Todavía tardaron unos años en conseguir que me marchara. ¡Y eso que jamás me gustó mi vocación! 

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Publicado el Friday, 22 July 2016



 
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