Una característica sectaria es que se casen entre ellos, de modo que se mantenga la obediencia al superior, transmisión de las reglas y los abundantes hijos sean proclives a ser parte del grupo. El resultado es poco menos que desastroso y es que… ¡El amor no se puede forzar!

Durante mis años en la labor de San Miguel – los que tienen vocación para el matrimonio – la pregunta clásica para con el dirigido era: “esa chica con la que estás saliendo ¿Ya ha hablado con el cura?” para luego ir con el cura y preguntarle si merecía pulgar arriba o abajo. Todos los que han leído OpusLibros saben que durante la confesión sacramental el sacerdote siempre exige “charlar” una vez ha dado la absolución, para de este modo cumplir con el sigilo sacramental y ventilar después la privacidad de esa charla a los directores “por exigencias de la obediencia”.

Recientemente me enteré de otro triste caso. Ambos eran supernumerarios. Ella ha dejado de serlo porque…. ya no pudo más. Quiere el divorcio. Todo fue excesivamente forzado desde el inicio. Él, fiel al espíritu, no se lo ha concedido y – conforme dictan las normas sociales de los “hogares luminosos y alegres” – seguirán juntos y con la “mortificación de la sonrisa” hasta que sus hijos tengan la mayoría de edad.

Ciertamente cabe acogerse a la nulidad que el Santo Padre está facilitando pero esto les significa, al tremendo sufrimiento de ambos y de los hijos que se dan cuenta de todo, exponer que fueron forzados a casarse por sus Directores, es decir, por ¡Dios mismo! Es un contra sentido dentro de sus mentes aún inoculadas con los errores fundacionales.

Casos muy complejos, de mucho dolor para todos: los propios involucrados, sus hijos, sus amigos de veras, su familia de sangre… que acabarán saliendo a la luz no exentos de un gran trauma para todos que habrán de superar con el perdón y el testimonio – para que no se repita - de haber sido víctimas del abuso cometido, en nombre de Dios, de agentes que nunca conocieron el amor humano.

Nicanor
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