Me desperté hace unas semanas, con la noticia de la muerte de Robín William. Amanecía. No me sorprendió, pero si lo lamenté muchísimo. Yo también fui su alumna en ese curso del colegio Welton (Dead Poet Society), y también me entusiasmé con la idea de aportar, con mi voz y mi pequeño verso, al poema de la humanidad. La vida es corta y pasa rápido. Uno pasa rápido también, de modo que más vale haber aprovechado la estancia...

Pero a veces esto no nos resulta, nos ponemos raros  y uno no sabe el porqué. Este fin de semana, por ejemplo, yo andaba especialmente irritable, de modo que Atila, mi hijo de 5 años y el mayor, me dijo que yo era mitad Princesa y mitad Bruja. Yo pensé que se refería a que, por falta de personal, me toca desempeñar ambos roles en nuestros juegos, pero parece que no, pues mi marido también me llamó la atención sobre lo mismo, que estaba pesadita e impaciente. Yo, interiormente, me sentía bien dispuesta, así es que le pedí ayuda para desenterrar el origen de mi pesadez: “puede que se esté revelando interiormente –me dijo- a ser buena o mejor, como usted se propone” ¡Hum!, me dije. La antigua pelea entre el hombre viejo y el hombre nuevo. Pasó un rato, y mientras ordenaba la cocina, entendí: no había hecho actividad física en toda la semana, porque cambiaron mis horarios y no me hice el espacio para salir a trotar. Por eso andaba crispada. Así es que mi marido, enterado, me mandó al gimnasio en tres tiempos. Y, cómo explicarles, que volví hecha una mujer nueva.

Y es que pasa que a veces lo “malo” que nos sucede, tiene que ver más con algo que nos falta, que con algo malo en sí. A veces lo que nos falta es dormir mas, tomar más agua o respirar cuando nos enojamos. Tener algún hobbie, desarrollar alguna actividad física, un entretenimiento intelectual, una labor social, cultivar la relación con uno o más amigos. A veces se trata solo de entender cuál es nuestra carencia y buscar cómo convertirla en fuente de satisfacción y de alegría. De este modo la relación con los defectos se vuelve más positiva, pues se trata de buscar cómo crecer. No te detienes a castigarte por tener fallos, que sería bastante estúpido, que todos los tenemos y los desarrollamos, que es parte de ser hombre el ser necesitado. Si bajo esta mirada yo reviso, así someramente, los siete pecados capitales (¿Vieron la peli con Brad Pitt?, ¡Buenísimaaaa!) pues me doy cuenta de que cada uno de ellos se trata de pena, rabia o miedo mal procesados, los que a su vez gatillan en las personas comportamientos destructivos. Tiene que ver con nuestra biología y con nuestra condición de mamíferos ¿Y más encima debiéramos sentirnos culpables por ello? ¿Más encima debiéramos ser castigados?

Pues que no. Pienso que los demás, los que se quieran meter, debieran ayudarnos a obtener lo que necesitamos… para no seguir “pecando”. Que el “pecado” se cura con amor. Si me dan cariño, atención, algún buen consejo, si me prestan algo de dinero para comprarme un sándwich, unos paper para desarrollar alguna idea, un click de “me gusta” en la foto o el comentario que creemos que nadie pescó, pues que nos entregan identidad, sentido de pertenencia, y es más fácil que podamos desarrollar sentido de vida y cosas más nobles. Hay casos clínicos en que no, pero la inmensa mayoría, pues que sí.

Así ya expresada mi teoría del desarrollo positivo en base al cariño –la que he explicado cómo puedo, y que por supuesto, que he robado a otros- paso a tratar de aplicarlo al Opus Dei, como si se tratara de otro que necesita mi ayuda, a ver que sale :-) (cara de ingenuidad máxima).

Lo primero, es ayudarles a entender que el cambio es necesario, porque en que sigan así, van a terminar tan chiquititos, como una pepita de ají. Y esto no es fácil, pues la cultura Opus Dei tiene en sí misma la “indefensión aprendida”, esto es, que sus directivos no se sienten con autoridad ni voz para cambiar nada de lo que está dicho, que el periodo fundacional se cerró y es hora de ser fiel. Introducir modificaciones es algo muy duro, que se siente como traición. Es tabú. No se puede tocar. Y como no se puede tocar, se vuelven sordos y ciegos en sus interpretaciones de realidad.

Lo segundo -si es que alguna vez logran pasar del primero en este siglo-, sería asumir los temas desde la perspectiva de la caridad (amor-cariño), redirigiendo los fines del Opus Dei también hacia el bienestar –material y espiritual- de las personas que hacen el Opus Dei. No puro cadalso, sino harto Tabor. Todo el Tabor que se pueda, como procura entregar cualquier empresa bien intencionada a sus empleados. Ni que decir de una familia a cualquiera de sus miembros.

Como tercero, re-significar la misión y visión Opus Dei: “Poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas” (Misión), a través de la filiación divina y la santificación del trabajo (Visión), de modo que la práctica no se salte a la ética. Que no sean pillines y tomen asunto de lo que no se ve, no solo de lo que socialmente te da bombo.

Se me ocurren algunas más, pero para qué agobiarlos: con estas tienen entretenimiento de sobra. Para los que quieran empezar ahora, empero, les dejo un ejercicio práctico: parece arriba de su mesa de trabajo. ¿Ve algo distinto?

Bye, Mr. Keating