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 Correos: Encuentro con el venerable anciano.- Lizzy Babieca

040. Después de marcharse
lizzy :

Cuando salí del opus, de 28 años, el tema era que, como nunca tuve novio, que no sabía ni cómo se tomaba la manito. Necesitaba orientación sobre el tema, con algún ex, ojala "exa" de confianza que hubiese tenido que pasar por lo mismo. Yo tenía, en ese momento, como mucho 11 años mentales (ahora debo andar por los 15). Le escribí a Agustina, y los datos que me dio fueron los de un santo varón, cerca de la sesentena, con señora, hijos y nietos. O sea que "hombre" y "mayor". Para más, había estado hace porradas de años en el opus, casi que del paso de Los Pirineos, de modo que me dije "dejemos tranquilo al venerable anciano". Lo imaginaba retozando con sus nietos, regando el jardín, leyendo El Quijote, que me dio lata molestarlo…



Pasaron los años, escribí por acá de nuevo, y el venerable reconoció "el acento". Debió sentir curiosidad por conocer alguna "exa" de su mismo espacio geográfico. Yo, que era un deber de justicia hacer lo posible por conocernos: tenía que reparar mi antigua ñoñez, pues lo discriminé por su edad. Durante el camino a la reunión con el venerable anciano, me dije a mi misma que, aún si le temblaban las manos y si le dificultaba caminar, yo lo trataría como si se tratara de alguien de mi edad. Que haría caso omiso y no le abriría las  puertas, ni le recogería las cosas de que se cayeran... y resultó que el venerable anciano en cuestión sube las escaleras como cuete, y es más rápido que yo para servir la mesa, y eso que estoy muy bien entrenada. Es decir, que nunca más me acordé de que era viejito, que de verdad todavía le faltan como 30 años para ser uno auténtico.

Conversamos muy fácilmente. Nuestro tema central fue la experiencia opus, que no íbamos a hablar de política internacional. Cuando uno conversa con otro cosas que afectan emocionalmente, ocurre una cuestión y es que uno se lleva las emociones del otro, como si estas se traspasaran de inconsciente a inconsciente. A mí me llegó un dolor real, desprovisto de amargura, pero que está presente en el alma del venerable. Puede ser que el venerable todavía se cuestione la existencia de este dolor, que se le ocurra, quizá, que es demasiado sensible o sentimental. Pues que no. El venerable se ha portado como venerable y ha hecho bien sus tareas. Ese dolor, me fijé en los días siguientes -porque seguimos conversando- le permite funcionar como una especie de radar. Si la experiencia opus hubiese sido del todo superada y no hubiese en él ya dolor -si la experiencia opus hubiese sido del todo superada en cada uno de nosotros- pues que no podríamos ayudar a nadie en este contexto, por falta de identificación.

Después de repasar su experiencia, me fui a ver a mí misma, y me encontré en medio de una crisis. Así, tan bueno, este señor me había dejado un impacto enorme. A mí cuando esto me pasa, me voy a un rincón, saco papel y lápiz, y anoto lo que observo: a ver qué fue lo que me impactó y porqué. Y lo que paso es que me encontré con un cristiano de a de veras, con virtudes. Casi todos los que conozco, los conozco por los libros, de modo que no me habría quedado mas impactada, así baja tía Carmen vestida de primera comunión, como diría Satur. Y la crisis era porque me pillé una estaca de cinco metros bien clavada (dos cosas que me dijo) y como el venerable es virtuoso de veras, no podía ignorarlo.

Explicaré esto desde otro ángulo. A un ex opus le cuesta mucho escuchar y aceptar consejos. A todos nos cuenta mucho, pero a un ex particularmente más.

Desde mi experiencia personal, puedo contar que las personas confían rápido en mí. Y es que tengo cierto interés en escuchar, habilidad para preguntar, y capacidad para diseñar estrategias. Con el tiempo desarrollaría otra habilidad, necesarísima para poder mantener amigos(!): dar mi opinión SOLO si me la piden, y de manera desinteresada, es decir, sin esperar que vean el problema como yo o que apliquen la solución que me parece la acertada. Uno a los amigos los quiere, los quiere felices y por el camino más corto, cierto. Pero hay que respetar si deciden que la felicidad de ellos es bien distinta al concepto que uno tiene. Y cuando se trata de dar la opinión, pues se la das, y en seguida te olvidas, poniéndote a silbar o a buscar piedritas en el suelo. Si el otro siguió o no tu consejo, cosa de él. Aunque después, si te enteras que sí, bailes.

Ahora bien, hay personas a las que he ayudado -cosas muy normales, cómo que tomen más agua o que aprendan a respirar cuando se enojan- que me han costado muchas conversaciones. Primero, porque frente a un problema les cuesta entender cuál es el fallo, y luego, porque les falta motivación para cambiar. Ahora, entre nos, el problema de fondo fondísimo tiene que ver con el autoconcepto, es decir, si la persona se siente querida por ti como para no dolerse por lo que le has dicho, primero; creerte que lo que le dices le puede ayudar, segundo; y tercero, animarse a moverse desde espacios seguros hacia otros que no lo son tanto, sin miedo. Y créanme: vencer el primer paso es lo más difícil que hay. Me he preguntado hartas veces porqué, y creo que es porque el amor gratuito, la experiencia del amor gratuito, es escasa. Las madres a veces equivocamos el rumbo, y le condicionamos el amor a los niños -que eres bueno o malo, o que te quiero más cuando eres bueno que cuando eres malo- y con eso le echamos a perder la experiencia real del amor gratuito, porque yo a mis hijos los quiero, y la verdad es que los seguiría queriendo lo mismo así me salgan delincuentes: ¿a qué va eso de mentirles de que los queremos menos para "formarlos"?

Pues que yo he de creer en el amor gratuito. Porque si yo misma sé que puedo darlo, sé que puedo recibirlo.

Y así fue como resolví aceptar el consejo que me dio, gratuitamente, el venerable anciano, aunque me haya requetecontrajurado a mi misma jamás volver a aceptar uno que tuviera que ver con algo remotamente parecido a la "vida interior". Y no es que me haya dicho, mira niña que Dios existe y es bueno. O, que, mira que la Misa ayuda. O que la Virgen. Me dijo, sencillamente, que yo estaba como robada en mis mejores cualidades por el opus, que se me notaba, y que no debía dejar eso así. Estaca, estaca, estaca...

Era cierto y yo me había acostumbrado. Y no es que sea mala gente. Es que podría ser mejor y estaba como congelada. Una que otra vez me daban ganas de corregirme, pero me las aguantaba. Estoy hablando de cosas muy nimias que pasan en el alma de uno, pero que si las sacas, hacen harta diferencia en tu entorno. Llega a ser muy gracioso, una vez que uno decide cambiar cosas chicas, porque los otros que conviven contigo se dan cuenta y se ponen, a su vez, a competir contigo sobre quien hace más: me pasó con la señora Lilita, que trabaja conmigo, que se puso a coser todo lo pendiente, "y con mucho amor", me dijo, porque yo me lo merecía. Llevaba meses pidiéndole que nos zurciera los calcetines y resulta que lo hizo todo en un día.

Ideas y sueños, formas de hacer que se me habían olvidado de mí misma, que dejé en el opus, cuando la verdad es que me pertenecían de antes. Así es que hice el ejercicio de repasar cuáles eran y enlistarlas. Básicamente -y aquí todos tienen permiso de rajarse las vestiduras, venerable anciano incluido- mis ideales más o menos de siempre, tienen que ver con los mismos expresados en el sermón de la montaña, y que yo reduzco a algo así como "la necesidad de permanecer abierto a los otros, para dar y recibir amor, y ser capaz de defender este principio básico". No si se me haré acreedora al Nobel de la paz, pero para allá voy.

Lizzy Babieca




Publicado el Monday, 18 August 2014



 
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