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075. Afectividad, amistad, sexualidad
marianabis :

He regresado después de años. He regresado porque su influencia se ha acercado a mi nuevamente. Hace muchos años corté la relación con todas mis compañeras de colegio, con algunas contadas excepciones. El año pasado una de mis mejores amigas del colegio volvió a mí, fue una etapa muy dura y una prueba para saber si yo efectivamente estaba más allá de aquello. Fue ella precisamente quien me hizo alejarme, fue ver su sufrimiento innecesario y creciente, fue saber que había temas de los cuales no se podía hablar. Yo ya había tomado una decisión: a mi pareja le habían practicado una vasectomía y yo ya no tendría un cuarto hijo. Ella seguía recorriendo el camino sin saber que era dueña de su vida, dando gritos desesperados en la noche y la oscuridad, soñando con que algún día le dejaran ser supernumeraria...



Después de muchos años era ella quien regresaba, regresaba distinta, su dolor y su desesperación silenciosas habían sido muy bien trabajadas y ahora era una mujer que emanaba luz y tranquilidad, desde una gozosa aceptación de su circunstancia (ojo que ya el ginecólogo de turno le había realizado la consabida histerectomía abdominal total que constituye la jubilación a una vida de trabajo de Dios de la paciente y su doctor).

Verla y platicar con ella era un gozo, su conocimiento propio y autodominio habían crecido mucho. Había algo en ella que no había cambiado y que me mantenía con ganas de que se acercara y se mantuviera distante: seguía queriendo ser mi mamá y tratarme como a una hija. Los encuentros eran desconcertantes, por un lado yo no soy la misma que hace 20 años, mi mundo se abrió, he visto, vivido y leído cosas que ella no puede siquiera imaginar que existen. Por otro lado ella irradiaba una serenidad que nunca había tenido y que solo se veía perturbada por su ocasional lista de reclamos por sus expectativas no cumplidas por mí y por el check list de las cosas que yo debía hacer y no olvidar.

Hubo acercamientos distantes. Ella perdió a su madre. Y volví a sufrir de la misma forma en que lo hice cuando nos separamos hace tantos años: ella sufría, rezaba, se mortificaba porque su mamá aceptara confesarse antes de morir. La aterraba pensar que sufriría el infierno eterno. Logré despojarme de ese sufrimiento cuando pude materializar que yo también pasé por él y lo superé. Era yo una niña de 10 años cuando ese sufrimiento vivía en mi. Tres de mis referentes afectivos más cercanos en la familia no eran católicos practicantes y no iban a misa los domingos, ni se confesaban. Pasé muchos momentos de angustia pensando en que tenían el infierno garantizado si en cualquier momento se morían en un accidente.

Los acercamientos fueron perdiendo distancia cuando se dejó de hablar del mundo de lo ético, de como te deberías comportar o lo que deberías hacer por los demás, o lo que los demás esperan de ti y pasó al mundo de lo que tú sientes y tú quieres. Yo pasé por dos pruebas muy duras y le conté, le conté cómo sacaba fuerzas de la flaqueza y enfrentaba los retos dejando ir lo que no era para mí. Aquí fueron abriéndose los siete cerrojos de su corazón.

Un día, quiso el destino que coincidiéramos una familia amiga de ellos, ellos y nosotros. Fue muy duro lo que vimos en la otra familia. De entrada la señora entró con los tacos por delante y nos ofreció entradas para una actividad organizada por un patronato de la Obra (ella no sabía ni siquiera si éramos católicos, ateos, proxenetas o lavadores de dólares), su pareja no intentó mantener una conversación con nadie, no se sirvió nada por sus propias manos y cualquier cosa que pidió o dijo a su esposa o a sus hijos fue a gritos y de una forma muy poco cortés.

De regreso a nuestra casa hubo una conversación muy sería con nuestros hijos, porque habíamos presenciado muchos malos ejemplos. Más adelante yo le hice el comentario a mi amiga y le dije que de nuestra parte no estábamos interesados en volver a coincidir con esa familia, pero que me daba mucha pena por los niños de esa familia y sobre todo por la mamá, porque se miraba que era una persona que estaba resignada a su situación. Aquí se destapó la caja de pandora: a mi y a mis hijos nos tratan igual o peor cuando estamos en familia.

Los otros llegan a hasta donde nosotros los dejemos, y si ellos no son capaces de respetar nuestros límites, es nuestra responsabilidad mantenernos lejos. Tengo que confesar que a mi también me ha costado: empoderarme y ser capaz de definir los límites en una relación, poner mis reglas y ser claro en que no quiero jugar si esas reglas no se cumplen. Pero lo más irónico es que hay que estar dispuesto a dejar de jugar: el límite es nuestra integridad. Y me dolió profundamente escuchar "es que si me divorcio ya no podría ser supernumeraria y eso es lo que he querido toda la vida".

 Lo dejo por escrito, porque no hace falta ser de la cosa para haber sido deformado por ella y porque el débito conyugal puede llegar a tener dimensiones insospechadas...

Un abrazo
mariana bis 




Publicado el Wednesday, 13 August 2014



 
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