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 Correos: La princesa del cerro.- Lizzy Babieca

040. Después de marcharse
lizzy :

Estaba yo afanada terminando un trabajando, cuando fui interrumpida con un: "Señora Lizzi, si no se apura en ir a comprar para el almuerzo, tendré que darle fideos pelados a los niños". Ante tan aberrante perspectiva, salí a por la proteínas y las vitaminas, calzándome el primer gorro de lana que pillé y mi abrigo multipropósito (me sirve de bata para levantarme, cubretodo y también de capa para fumar). Me había levantado temprano a terminar el trabajo, no me había bañado y los rulos sin peinar se asomaban por el gorro, en desorden. El mayor de mis hijos, de 5 añitos, me toma la mano para decirme que no encuentra que me quede muy bien el abrigo "porque tiene botones y no me gustan los botones". La señora Lilita, menos aprehensiva, me lanza una carcajada diciéndome que "solo le falta el carrito de supermercado para parecer una sin casa"... Salgo dando un portazo, sintiéndome una estrella paparazeada en sus malos días, procurando, eso sí, sacarme las lagañas.

Afuera, cerca del mediodía, hace una mañana espléndida. Ha llovido el día interior, de modo que el cielo está despejado y azul, y la montaña blanca, hermosísima. Cantan los pajaritos y el aire limpio te vigoriza mientras caminas. Es muy fácil tener así pensamientos luminosos.

En el centro de las estrellas y en el corazón de los hombres, existe cierto principio que nos conecta, pienso. Todo actor de amor parece venir desde allí, de fuentes que remiten unas a otras, que circulan por las galaxias y parecen nunca agotarse. Puedes relacionarte con ese principio -hacer consiente el reconocimiento de la vinculación- desde ti mismo, contemplando o hasta dirigiéndole palabras. La civilización a esto llama religión, y sus expresiones son culturales, remato.

Entonces recordé una historia que tiene que ver con un cerro muy bonito de mi ciudad, paseo público, al cual nos gusta ir con los niños. Un día nos animamos a llegar a la cumbre, con carritos de bebé incluido. Allí encontramos una capilla católica de piedra, y una estatua enorme de la Virgen. Los niños, en ese momento casi dos años más chicos, enloquecieron con la estatua: "¡¡¡entonces este es el cerro de La Princesa!!!", decretaron. En mi casa, no les damos ninguna formación religiosa particular, de modo que su conclusión no nos dejó de enternecer. Con mi marido decidimos pasar a la capilla. Qué bien se sentía uno allí entre las piedras. Salió el Capellán, vestido todavía de ornamentos, pues al parecer había habido adoración, y los niños le preguntaron si él era el príncipe -"¿Dónde está el príncipe?, ¿tú eres el príncipe?"- Entonces tuve que explicarles a muy grandes rasgos, la historia del príncipe de esa casa.

Cuando me fui del opus, también me fui de la iglesia. Cuando la fe de una persona se utiliza para manipularla, para ir en contra de su voluntad, de su libertad, para violentar su conciencia, no es de extrañar que esa fe sea, a la postre, desechada. Yo no quería, pero me pasó. No puedo escuchar la palabra "sobrenatural" o "vida interior", sin que se me den vuelta los dientes. Y como yo, muchos.

Como personas necesitamos la nobleza, la nobleza de alma, que existan príncipes y princesas. Ahora, mientras compro coliflores, lechugas, paltas y carne, recuerdo las sensaciones que nos provocó la reacción de mis niños aquel día, como si asistiera al amanecer del mundo. Y mejor me apuro, que si no, comerán fideos pelados...

Lizzy Babieca




Publicado el Monday, 11 August 2014



 
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