Me alegro mucho por el mundo maravilloso en el que vive Gregorio después de abandonar el opus dei, pero en su relato no veo nada de lo que me pasó a mí.

Al menos a mí, nadie me hizo ningún caso cuando lo dejé. No tuve ayuda ni de numerarios ni supernumenarios ni nada. Nadie hizo el mínimo gesto de acercarse a mí. Mi salida fue totalmente fría: un trámite jurídico por el cual todo por lo que había estado peleando como un cosaco quedaba... en nada.

Yo lo dejé por agotamiento, porque ya no podía aguantar más aquella vida de esterilidad y de cartón-piedra. Los pocos amigos que tenía cuando me salí del opus a los 27 años, después de toda la infancia "de facto" en el opus, sospechaban de mí; no teníamos confianza después de tantos años de proselitismo. Y de los miembros qué decir: todos los que eran mis hermanos se esfumaron. Las puertas no están abiertas para salir. Estan abiertas de par en par para entrar: ¡venga para dentro los chavales de 14 años! Ya los hemos ido indoctrinando desde los 7. ¿Que sufren como perros? Sigamos exigiéndoles a saco: cuando no puedan más ya se irán, pero nos quedaremos con algunos. Totalmente descentrados y dañados psicológicamente, pero ... ¿qué más da? Es su culpa. No han podido aguantar la exigencia divina. Después de todo, en el opus han estado sirviendo a Dios, ¿no es así? Pues entonces nada les ha podido venir mal. Y por cierto, cuando me casé y tuve hijos ahí sí que se acercó la peste del opus con sus colegios de pre-escolar para tratar de trincar a mis hijos desde pequeñitos.

Beni