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 Tus escritos: Yo ERA Opus Dei.- Piedrafugaz

020. Irse de la Obra
PIEDRAFUGAZ :

YO ERA OPUS DEI
Piedrafugaz, 14/04/2014

 

Hola a todas y todos, a los de fuera y a los de dentro, a los que siguen y a los que ya no están. El próximo Domingo de Resurrección celebro mi nacimiento a una nueva vida, a mi VIDA qué día más significativo para hacerlo, surgió así, (aunque cualquier día hubiera sido perfecto), hace ya varios años y aún me emociono al recordarlo, ese día tomé la decisión más difícil, radical y afortunadamente acertada que he tomado en toda mi vida. Si con mi testimonio consigo ayudar a que uno solo de vosotros o vosotras, que no termináis de decidiros aunque os coman toda suerte de dudas y miedos, sea capaz de tomar las riendas de su nueva VIDA, mi felicidad será doble y habrá merecido la pena rememorarlo todo de nuevo... 



A lo largo de los años, los distintos y múltiples mensajes que se dan desde estas páginas concluyen en lo mismo, NADIE SE HA ARREPENTIDO DE MARCHARSE. Me he decidido a escribiros, gracias a otra carta publicada hace poco, más abajo lo detallo, a estas alturas me da igual que lo lean desde dentro, que lo leen, no lo dudéis, porque creo que mi historia puede ayudar, como a mí en su momento lo hizo la de otras “orejas” a tomar una decisión a las buenas gentes que aún están dentro y no se atreven a dar el paso, al que está ciego y feliz no le hará falta alguna.

DUDAS, en estos duros momentos, dedicado especialmente para ti. Os leí durante un tiempo, más por obligación que por devoción, he de decir, en honor a la verdad, que con un profundo espíritu crítico, mirándoos desde mi “celestial-burbuja-opusina” como pobres-seres-despechados a los que, por circunstancias muy concretas y aisladas, les había ido mal en la Obra, pero pensando (cómo solíamos comentar) que erais minoría, a pesar de los numerosos testimonios aquí plasmados, así lo veía yo al principio; no me lo hacían ver, que conste, lo veía yo solito, porque: ¡yo era Opus Dei! HASTA LA MÉDULA, HASTA LA MUERTE.

Pertenecí a la Obra como miembro numerario durante más de cuarenta años, el Opus Dei era mi vida entera; pité, como tantos y tantas a la tierna edad de catorce años y medio, convencido, tal y como seguí durante todo ese tiempo, de ser un privilegiado, un “elegido” de Dios, ¿de Dios? y entregarme a esa causa en cuerpo y alma, porque: ¡yo era Opus Dei! A lo largo de esa vida me adapté a cambios de centro, a nuevos directores, nuevas ciudades, nuevos trabajos, nuevos ¿hermanos?, pronto supe que no todos, la inmensa mayoría solo fueron extraños compañeros de piso, en ocasiones no muy bien avenidos, sufrí, con cristiana resignación, era mi deber, el desarraigo profesional, amistoso y tristemente ya sin remedio, desarraigo familiar; cumplí todas las normas habidas y por haber, las que ahora clasifico en dos grupos: las muy absurdas y las simplemente absurdas, no solo es que antes las viera lógicas, es que para mí eran plenamente coherentes y justas, porque: ¡yo era Opus Dei!.

Trabajaba en el mundo real, me llevaba bien con compañeros y compañeras, mi visión de la vida a través del peculiar y divino prisma opusino era idílica, vivía como un marqués, así me sentía yo, en la seguridad de mi “casa-centro”, ¿casa?, hecho un señor, con comodidad, que a mis años se agradecía, entre rutinas, horarios, normas, cilicios, reglas, y tiempos vacíos, ahora me doy cuenta, como decíais algunos “los domingos por la tarde el centro se te cae encima”, pero no importaba, no necesitaba más, no pedía más, cuando no conoces otra cosa no la puedes echar de menos. No lo voy a negar, pasé por momentos de dudas porque en mi larga trayectoria opusina vi cosas, según iban pasando los años y las gentes, que no me gustaron, pero mi cuadriculada cabeza opudeística desterraba, al cabo de unos días, esos pensamientos (no hay peor ciego que el que no quiere ver); si alguna vez los comenté, siempre había una explicación “sobrenatural” para una duda “terrenal”, superé sin problema alguno de pureza las etapas hormonales de mi primera y segunda juventud porque: ¡Yo era Opus Dei!

 Hasta que unos meses antes de convertirme, "oficialmente", en un magnífico “señor maduro”, con más vida por detrás que por delante, se produjo una catarsis en mi interior, que me paralizó, me revolucionó, me cautivó, me asustó y mucho, porque era algo real, que no podía controlar, por primera vez en mi vida mi rígida cabeza se expandió espontáneamente, en contra de mi férrea voluntad opusina. Surgió en mi vida, de repente, de la nada, ¿de la nada? lo que Satur (me haces mucha gracia) define, en clara alusión al Opus Dei, como su “piedra”, mis pensamientos eran: “¡esto no me puede pasar a mí, ¡A MÍ NO!, YO consagrado a Dios y al Opus, (ahora me temo que no en ese orden), toda la vida; no me puedo enamorar, así de simple, ¡NO PUEDO!; ¡pero si YO soy Opus Dei!”

  La vida son momentos, (es cierto, lo habéis comentado en varias ocasiones) en un momento era un numerario de trayectoria intachable, ejemplo para todos, con ciertas dudas pero con la firmeza de perseverar hasta el fin de mis días y en el momento siguiente no sé qué santas narices me pasó, (perdón, sí que lo sé, me enamoré hasta el tuétano) vaya si me pasó y después de “dejarme llevar” por esa repentina, entrañable y ¿prohibida? sensación (no penséis mal, conversaciones, miraditas cómplices y un latir descontrolado del corazón, con una piedra fugaz, ¿fugaz?), pasado el susto inicial de algo tan inesperado ya a esas alturas de mi vida, mi estrecha mente opusina se puso en marcha a toda máquina, con todo tipo de argumentos, con los que creía, menudo infeliz, que me auto convencía, dejé de verla así me resultaría más fácil el proceso, además, todo estaba a mi favor, a saber: mi piedra, no era santa…. ¡estaba divorciada!, veis, ¡que argumento más fuerte, más profundo, más humano!, y por si fuera poco, no éramos jóvenes, no podríamos formar una familia, así que me decía a mí mismo que ese era el último obstáculo para confirmar mi vocación divina y prueba superada, con buena nota, como en mi carrera, y así afrontaba nuevamente, con fuerte convicción y entrega al Opus Dei y a Dios (en este orden), el último tramo de mi camino vital. Pero mi pequeña y divorciada piedra, me demostró, desde la dura distancia impuesta por mí, numerario ejemplar, lo que significaba la entrega más generosa, sin reservas, y justo en ese momento mis ¿sólidos? argumentos se empezaron a desvanecer, a evaporar, se escurrieron como agua entre mis dedos, me di cuenta de algo que me negaba a mí mismo una y otra vez, (no hay peor ciego…..), ella seguía viva en mi interior, no conseguía sacarla, no sabía qué hacer, ¿por qué razón me pasaba eso, cuando ya pensaba que había superado cualquier debilidad o tropiezo posible?, ¿tentación demoníaca? o más bien ¿era cosa de Dios?, creo que sí, que Dios me mandó un bello Ángel de amor, Dios sabe muy bien quién o qué mandar y cuándo hacerlo, no como obstáculo para demostrar nada, Dios está por encima del Opus Dei, Dios no es Opus Dei, empezar a darme cuenta de ello supuso el principio de mi liberación, sino para que me acompañara en este último trecho de vida, y yo, cómo hombre de fe y entregado a Dios, al Opus Dei y a todo tipo de normas estúpidas, la rechacé fría y vilmente, pasé en una décima de segundo, de ser un perfecto caballero andante de exquisitos modales a ser un ruin egoísta, un villano medieval, cuánto me arrepentí de esa actuación tan opusina y tan poco cristiana, herí miserablemente a la única persona que tuvo el valor y el amor sin límites, de decirme las cosas más hermosas que nunca había escuchado. Lo “tuve” que hacer porque ¡yo era Opus Dei!.

Definitivamente mi “piedra” fue la gota que colmó mi vaso imaginario, el que nunca anteriormente quise reconocer ni ver, fue un punto de inflexión en mi vida en el Opus Dei, marcó un claro antes y después en mi existencia, en mi manera de vivir la fe, de ver a Dios, si hubiese sentido esa opusina vocación divina como lo primero en mi vida, no me habría cabido nadie más en el corazón, lo vi claro entonces, que conste que solo me cuestioné mi, impuesto siendo un niño “celibato apostólico”, mi pertenencia a la Obra; porque mi fe, mi creencia y mi amor a Dios han permanecido siempre intactos en mi interior, así que tras debatir, en la soledad de mi ya triste cuarto, internamente, durante varios y amargos meses, pros y contras y contras y pros, me decidí a ir más allá, a contarlo, era un paso que si o si debía hacer, no podía irme sin más, llevaba toda una vida allí, necesitaba hacerlo bien, quería hacerlo bien, pero nuevamente fui un cobarde, la charla me devolvió a la dura realidad, yo sabía en el fondo lo que iba a pasar, lo sabía muy bien, lo había vivido, desde el otro lado, más de una vez, cuando algún hermano “alegremente” intentaba “tirar por la borda toda una vida de vocación”, qué ironía que luego fuese yo ese “hermano a la fuga”; por eso me sentí en el deber moral de seguir sus consejos, de intentar luchar, nuevamente, después de varios meses de feroz lucha interior, que ellos desconocían, de defender mi vocación a toda costa, de no pensar en mí. Tenía que hacerlo porque: ¡yo era Opus Dei!

Me quedó clarísimo, aunque no lo pude ver hasta algo después, que en la Obra no había espacio para la compasión cristiana, para el amor, el de verdad, para la caridad, qué más daba si ese ser maravilloso sufría, ella no era Opus Dei, faltaría más, era un alma perdida, descarriada, había osado divorciarse, (profundos y divinos argumentos opusinos), menudo pedrusco en mi perfecto camino de santidad; el tiempo me demostró que ella tenía más corazón cristiano que cualquiera de los miembros del Opus Dei que conocí en mis extensos 40 años dentro. Me centré intensamente en mi trabajo, gracias a Dios externo a la Obra, en mis tareas de apostolado, en mis rutinas, más tediosas que nunca, pero no podía olvidar a mi ángel y me sentía el ser más miserable y desdichado sobre la faz de la tierra; y entonces vi en vosotros, orejas, por primera vez, una vía de escape, una solidaridad, un no sentirme solo, un saber que no era un bicho raro, que no era el único, y nuevamente me cuestioné por enésima vez en menos de un año mi existencia, si según el Opus Dei era así cómo debía heroicamente actuar, ¿por qué me sentía tan mal? ¿Por qué predicábamos una cosa y actuábamos de un modo totalmente contrario e incongruente? Solo podía pensar: “Qué buenos somos, cristianos de élite en un mundo normal, perdón ¿normal?, yo, dando charlitas, sobre lo divino y lo humano, sobre el amor….. YO ¿hablando de amor?, pero si he rechazado de lleno y de un modo cobarde y mezquino al amor, lo siento dentro y ¿qué he hecho?: darle un imaginario puntapié a mi ángel , ole por mí, que bueno soy, cómo obedezco, qué bien hablo y qué mal actúo;, ¿será porque yo soy Opus Dei?”

Resistí unos pocos y durísimos meses más, hasta que empecé a sentir que ya no había marcha atrás, que ya nada volvería a ser como antes, ya no estaba ciego, ya no quería estarlo, empecé a ver, vaya si veía, lo veía todo, no me gustaba casi nada, aunque he de decir que dentro quedaron gentes maravillosas, inocentes, ciegos pero de buen corazón, espero que algún día abran los ojos, los del cerebro y los del alma, que despierten sus conciencias; a pesar de eso me costó decidirme, encontrar el momento, yo Opus Dei, había pregonado a los cuatro vientos mi orgullosa pertenencia a la Obra, me avergonzaba lo que pensara la gente de fuera ¿debería importarme? NO, siempre fui ejemplo para los de dentro, me avergonzaba lo que pensara la gente de dentro ¿debería importarme? NO, me porté mal no, peor, con un ser maravilloso, me avergonzaba lo que mi santa, sí SANTA ¿piedra? pensara de mí, ¿debería importarme? SI y mucho, en mi interior mi pensamiento era: ¿me perdonarás algún día ángel de amor? Ya no podía seguir allí, me quemaban el alma y la conciencia, me di un plazo, esta vez corto, muy corto, no quise esperar más, podía perder mucho, visto desde ahora lo hubiera perdido TODO, me planteaba infinidad de cuestiones ¿compensará hacerlo a esta edad? ¿podré tener una relación normal con mi ángel?, ¿sabré amarla? porque tenía claro que o ella o nadie, a esa edad ya no está uno para tonterías, ¿merezco disfrutar una vida distinta, una VIDA? ¿qué quiere Dios para sus hijos, un sacrificio ya estéril y forzado?. ¿Soy un cobarde? ¿Soy un egoísta? ¿Soy un desgraciado? Así es como me estaba sintiendo los últimos meses. Entonces solo tuve clara una cosa: YO NO ERA OPUS DEI.

  Finalmente Dios me dio el valor que necesitaba y ya cansados de mi insistencia, ante mi ultimátum se convencieron de que ya no iba a cambiar de opinión y me concedieron la famosa dispensa, no creo que me fuera sintiéndome más señor que el que se va sin ella, pero yo lo necesitaba así y así fue como lo hice. Fueron los meses más duros y devastadores de toda mi existencia (el chantaje emocional, moral y el sutil manejo psicológico te van matando por dentro). Afortunadamente Dios me dio la lucidez necesaria para no dejarme empastillar. Después me di cuenta de que no les importó demasiado si yo sufría, si los miedos y las penas me comían el alma y el cuerpo, lo único que importaba era que siguiera allí costase lo que costase, inclusive mi propia salud.

El escrito de “la otra orilla” del 31 de marzo, me ha dado el empujón necesario para hacer pública mi historia porque si yo lo hubiera leído por aquel entonces me hubiera sido de gran ayuda, ahí está la respuesta que muchos necesitáis: ¡NO TENGAS MIEDO, DIOS ESTÁ CONTIGO, DENTRO O FUERA DEL OPUS, LO VAS A DESCUBRIR Y TE VAS A SORPRENDER! Y es cierto, Dios estuvo conmigo dentro y desde hace unos años fuera del Opus, más intensamente si cabe, desde la libertad y el amor pleno, lo descubrí, pero no me sorprendió, estaba seguro de ello, una vez que lo sientes, lo sabes.

Por cierto, para espíritus “inquietos y ávidos de información” os diré, que, afortunadamente mi ¿piedra?, mi Ángel, mi gota colmadora de vasos imaginarios, me perdonó, me comprendió, recogió mis pedazos con sus cálidas manos, me aceptó con mis virtudes y mis defectos, con mi peculiar-pasado-opusino, me ha enseñado en todos estos años juntos lo que significa amar de verdad, desinteresadamente, lo que no aprendí, predicándolo durante tantos años en la Obra, me lo enseñó ella en tres días. Nos casamos en menos de un año, para qué esperar cuando lo sientes tan claro, por lo civil, si, ¡por lo civil! ¡ay, si el perfecto numerario que fui una vez levantara la cabeza!, nos hubiese gustado hacerlo de otro modo, pero cuando no hay otra opción se acepta, no pasa nada; Dios nos acompañó ese y todos los demás días, lo sabemos los tres, es lo único que importa. No guardo rencor, pienso que toda mi vida allí tenía un sentido: llegar a ella y que ella llegara a mí, también aprendí mucho dentro de la Obra, cosas buenas, cosas peores, pero todo forma parte de mi vida, sin aquello no tendría esto. Ahora sí que soy un cristiano en medio del mundo, un hombre en la vida real, con sus ventajas que son todas y sus inconvenientes ¿inconvenientes?, no veo ninguno.

Joven DUDAS, decirte en primer lugar que ratifico totalmente todo lo que Dionisio te escribe y también te digo, que Dios te hará saber, del modo en que crea más acertado y como sea mejor para ti, cuando ha llegado tu momento. Lo que tú planteas, nos lo hemos planteado todos seguramente mucho antes de iniciar el duro proceso de salida, si ahora te sientes así, abre bien tus ojos y tu conciencia, medítalo con calma, es algo solo entre Dios y tú, si lo sabes así, ya has dado el primer paso hacia la puerta, hacia la VIDA, estoy seguro de ello, creo que tú también. Que no te asuste recomenzar, tú llevas en la Obra 17 años, eres muy joven, yo estuve más de 40 y te aseguro que es posible, nunca es demasiado tarde, yo lo supe en el momento justo, me veía muy mayor para un cambio tan grande, quizá por eso me costó tantos meses y tantas lágrimas decidirme, pero te aseguro que me ha merecido la pena al 100%.

QUE DIOS OS BENDIGA A TODAS Y TODOS.

Piedrafugaz

P.D. Cuando surgen dudas en más de una ocasión, tenedlo claro: NO HAY MARCHA ATRÁS.




Publicado el Monday, 14 April 2014



 
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