Finales de septiembre y todo ha vuelto a empezar. El personal ha regresado de cursos anuales y convivencias, se han repartido los encargos apostólicos y los materiales y, en una palabra, la más estricta rutina ha vuelto para quedarse. Domingos por la tarde de quedarse en la habitación viendo una película en el ordenador y pretendiendo que se trabaja, o trabajando en serio en lo que uno se ha llevado a casa pensando justamente en cómo llenar esas horas. Es la vida que libremente elegiste, si no en el momento de pedir la admisión porque no sabías de qué iba el asunto, sí en el momento de las sucesivas renovaciones. Ahora ya no hay engaño, sabes que esa será tu vida hasta el fin de tus días. El problema es que a veces no basta y te sientes un vacío por dentro que crece y crece. Y no, el Sagrario no lo llena. Y no, la vida de familia, en la que prefieres no pensar porque te asusta lo que te vendría a la cabeza, tampoco lo llena. Sabes que con Dios uno nunca se siente solo, pero eso que sientes se acerca mucho a la soledad. Publico esto para que me escribas y hablemos. Simplemente eso, hablar. No pasa nada por hablar, no vas a ser infiel ni ofenderás a Dios de ninguna manera y bajo ningún concepto. Tampoco intentaré convencerte de nada, sólo hablaremos. A lo mejor ves las cosas de otra manera y encuentras, dentro de ti, las herramientas para ser feliz donde estás y donde quieres seguir porque irse no siempre es el camino, ahí te doy la razón. No lo pienses más, dale a la tecla. No vas a perder nada, sólo puedes ganar.

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