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 Correos: Algunas reflexiones a tenor del caso Gaztelueta.- Josef Knecht

010. Testimonios
josef knecht :

En primer lugar, deseo feliz año 2013 a todos los amigos y amigas de Opuslibros, comenzando por Agustina. 

Paso a continuación a comentar las observaciones de Ramón (9.01.2013) al caso Gaztelueta. Estoy totalmente de acuerdo con sus opiniones y juicios. Apoyándome en ellos, aportaré algunos comentarios personales. Vaya también de antemano mi solidaridad con la familia del muchacho afectado. 

El Opus Dei sabe cuidar con acierto su imagen institucional hasta el punto de haber creado una brillante “versión oficial” verosímil, que cuenta por el momento con el apoyo de la jerarquía católica, aunque sea más falsa que Judas, como bien sabemos en Opuslibros. Una prueba de la eficacia en la difusión y defensa de esa “versión oficial” es lo bien que los periodistas del Opus sortearon en el ruedo de la opinión pública la crisis planteada por la novela El Código da Vinci (2003) y la posterior película...



 

Los periodistas de las oficinas de información de la prelatura se las saben todas en el ejercicio de su profesión. También son buenos profesionales Joaquín Navarro Valls y Greg Burke, ambos vinculados en distintos períodos históricos a la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Es posible que la dirección del colegio Gaztelueta, amparándose en esta vasta experiencia del Opus en materia de comunicación, confíe en salir airosa del apuro en que ahora está atrapada. Otra cosa es que esta vez consiga salirse con la suya; esperemos que con la evolución de los acontecimientos se esclarezca la verdad. En resumen, estoy de acuerdo con Ramón en que mucho mejor hubiera sido para Gaztelueta presentar el asunto con total transparencia; pero, como bien sabemos en Opuslibros, pedir transparencia al Opus es como pedir peras al olmo; de ahí que una vez más los directivos de Gaztelueta (es decir, del Opus) hayan preferido adoptar la política, que en general les ha funcionado bastante bien, de ofrecer también en este caso una “versión oficial” verosímil.

 

Ramón acierta en no asociar la pederastia a la profesión de maestro ni a la orientación homosexual. La pederastia es un fruto podrido de una sexualidad reprimida (un celibato o una soltería mal fundamentados) o de una afectividad alterada o trastornada, ya que la pederastia no abunda entre célibes, sino más bien entre hombres casados que abusan de hijos/as suyos en el propio ambiente familiar o de otros niños/as. El celibato, por tanto, si está bien asumido, tampoco es una causa de casos pederásticos. El problema de los sacerdotes y religiosos que han cometido delitos de pedofilia radica en que no asumieron a su debido tiempo, con la requerida madurez y convencimiento, la opción por el celibato, de modo que este se convirtió al cabo de los años en una carga insoportable y en una fuente de tropelías. En Irlanda, por ejemplo, muchos de los abusos sexuales con menores se produjeron en internados regentados por órdenes religiosas masculinas. Nos es fácil imaginar la situación: en un país tan frío y lluvioso es necesario que formadores y alumnos pasen encerrados en casa días y días enteros; si alguno de los religiosos no asumió con la debida maduración psicológica la obligación de la renuncia al sexo y las otras exigencias de los “consejos evangélicos”, es comprensible que un internado se le convierta con el paso del tiempo en un enclaustramiento enfermizo, hasta el extremo de que la convivencia, tan estrecha, con menores le pueda propiciar un desfogue a su represión sexual.

 

Así las cosas, sería razonable que la jerarquía católica extrajera de esta penosa experiencia la conveniencia de exigir el celibato sólo a personas maduras y no a jóvenes más o menos ingenuamente engatusados con su vocación sacerdotal o religiosa. Pues no es así. La actual pastoral vocacional se dirige a gente joven, y cuanto más joven mejor; por eso resurgen los “Seminarios Menores” en régimen de internado o semi-internado que, después del concilio Vaticano II, se desecharon al considerarlos obsoletos por razones pedagógicas. La restauración del “Seminario Menor” se explica porque a un niño o adolescente se le puede formar mejor alejándolo lo antes posible del mal ejemplo de la desorientada sociedad contemporánea y controlándole de cerca –siempre con el consentimiento de los padres– el plan de estudios, las lecturas, el acceso a Internet y otras aficiones. Los obispos, por tanto, parecen no haberse enterado de algunas causas que originan en un clérigo la posible tendencia a la pedofilia, como es la falta de madurez en la asunción de todas sus obligaciones, entendiendo por auténtica madurez la adquirida mediante una profunda experiencia de la vida y no la insuflada algo artificiosamente en un mundo cerrado y de ensoñación como es ese tipo de centros formativos. Si lo pensamos bien, la preferencia que el Opus Dei muestra desde hace bastantes años (en los comienzos del Opus, como sabemos, no fue así) por una labor proselitista entre menores de edad no desentona nada con el talante general que últimamente predomina en la pastoral vocacional de la Iglesia católica, aunque hay sabias excepciones: en los noviciados de la Compañía de Jesús y de otras órdenes religiosas se selecciona a jóvenes maduros, muy pocos, eso sí.

 

No es éste el lugar para responder a fondo a las preguntas, tan certeras, que Ramón se plantea acerca del celibato: por qué se considera como “estado de perfección” superior al matrimonio, por qué la jerarquía eclesiástica suele hacer la vista gorda cuando un cura tiene novia y esta situación no salta a la prensa, pues, cuando los medios de comunicación se hacen eco de algún “affaire” clerical, entonces se ha de aplicar la disciplina eclesiástica (como le ocurrió a aquel obispo argentino que, a mediados del año pasado, 2012, se descubrió que meses antes había estado de vacaciones con una amiga en una linda playa mexicana: fue rápidamente cesado de su cargo). A día de hoy, la obligatoriedad del celibato sacerdotal no se va a cuestionar; es preferible hacer la vista gorda en casos de doble vida antes que someter a la institución eclesiástica al tremendo zarandeo social y eclesial que se produciría si el celibato dejara de ser obligatorio; al fin y al cabo, los “casos de noviazgo” pueden ser tratados como patologías que requieren sanación individual o haciendo sin más la vista gorda con ellos (optar por una u otra alternativa dependerá de cada caso concreto) y no necesariamente como síntomas de una crisis profunda que reclama cambios estructurales de la institución: la abolición de la obligatoriedad del celibato. Esta es la política dictada desde la Santa Sede a este respecto, y se sigue a rajatabla. Tampoco se va a reformar un ápice de la moral sexual oficial, por muchas contradicciones lógicas (o ilógicas, mejor dicho) que contenga y por muy alejada que esté de los modernos conocimientos de psicología y de antropología.

 

Los jerarcas de la Iglesia no quieren correr el riesgo de que surjan nuevos Lefèbvres que les reprochen infidelidad a la Tradición; así es como los seguidores de Lefèbvre califican todas las novedades del aggiornamento del Concilio Vaticano II (1962-1965), y la Santa Sede no quiere que este reproche, que tanto le disgusta, se repita otras veces. Tengo la impresión, aunque advierto que puedo equivocarme, de que para el Papa y la curia vaticana casi no existen en la Iglesia más problemas por resolver que los planteados desde el enfoque de Lefèbvre (y no, por ejemplo, desde la perspectiva de las víctimas de la pedofilia clerical): es prioritario evitar, a costa de lo que sea, que católicos próximos a la sensibilidad lefebvriana se irriten a partir de nuevos y audaces aggiornamenti. No nos olvidemos de que mucha de esta gente aporta generosos donativos económicos a la Santa Sede y a otras instituciones eclesiásticas, participa en muchos proyectos eclesiales y también proporciona las pocas vocaciones religiosas y sacerdotales que a día de hoy surgen en los países europeos. Sería imprudente, pues, sacrificar esa “gallina de los huevos de oro”, que dice ser tan fiel a la Tradición.

 

Una última consideración. Para el funcionamiento institucional del Opus Dei el celibato sacerdotal es más que necesario. En el supuesto caso de que dejara de ser obligatorio, ¿quién se sentiría motivado a hacerse numerario o numeraria sabiendo que su párroco es un hombre casado y padre de familia? Sería muy difícil convencer a un laico a llevar una vida célibe, si muchos clérigos estuvieran casados. Intereses creados como este que acabo de mencionar son una causa, entre otras muchas, de la pertinacia en mantener la obligatoriedad del celibato sacerdotal a costa de lo que sea o de lo que pase.

 

Josef Knecht




Publicado el Friday, 11 January 2013



 
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