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 Correos: Manolo: le vi marcharse, con todos sus kilos a cuestas.- Gregori P.

010. Testimonios
Gregori_P :

Escribiendo a Pablo, me he acordado de un agregado que conocí en mis primeros años de pertenencia a la Obra. Creo que el modo en cómo le trataron, el modo en cómo le vi marchar, tuvieron mucho que ver en mi salida definitiva, algunos años más tarde. Pongamos que se llama Manolo.

Manolo era, y seguirá siendo, una persona muy singular. No le gustaba el fútbol, como al resto de los del club. Era muy forofo de la política, aunque no pertenecía a ningún partido. Siempre estaba escribiendo cartas a los periódicos. Leía y nos recomendaba libros de Dickens y Dostowiesky, y escuchaba música del año de la quica. Pero era una persona que quería a los demás.

Muchas veces se enternecía con los problemas de gente que conocía, y no se avergonzaba de que nos diéramos cuenta. Nos hablaba de una amiga suya, subnormal, que iba a la misa de ocho de su barrio, y que le pellizcaba cuando estaba de mal humor. Nos hablaba de clientes que tenía del Turno de Oficio (había acabado la carrera de derecho). Parecía sacado de una película de Martínez Soria. Pero a mucha gente del centro le caía bien. Entre ellos, a mí.

Un día, fuimos a celebrar la Fidelidad de uno del centro. Pongamos que se llamaba Pepito. Pepito era uno de los encargados del club juvenil, una persona dinámica, bajito, moreno, con el pelo muy rizado. Era, y seguirá siendo, una buena persona. Pero un poco inconsciente, por lo que luego diré.

A Pepito le había hablado de pitar Manolo. No se decía nada, por supuesto, pero todos lo sabíamos, y ese detalle hacía aquel aperitivo algo mucho más entrañable. Como siempre, le tiramos de la lengua a Manolo. Le preguntamos cómo había parado lo del moro, y nos reímos muchísimo con su relato.

Es que lo del moro, como le decíamos, nos parecía muy divertido, y le hicimos que lo contrara durante semanas, como si se tratara de alguna gracia. Días antes, Manolo había conocido a un chico marroquí, hambriento, que estaba pidiendo en las cercanías del centro. Sin pensárselo dos veces, le había dado de merendar, y había quedado con él a la mañana siguiente, para llevarlo al bar de un cliente suyo, de oficio, también marroquí, para que le cuidara y le diera trabajo, mientras aprendía el idioma y conseguía los papeles de residencia.

Yo pensaba que Manolo era el único que se había preocupado de aquel chico. Muchos le habían visto, al pasar hacia el centro, y le dieron de lado. Pero él se paró, le dio de merendar, le dio ropa de la suya, y lo puso en contacto con otro compatriota, al que conocía, y que se había comprometido a acogerle.

Como siempre, nos pitorreamos un poco de él. Era un deporte cotidiano en el centro, jaleado incluso por los mayores. Pero la verdad es que a Manolo le gustaba, y que lo potenciaba, de alguna forma. Era un hombre cachazudo, muy gordo, con gafas de miope. Era lo más opuesto al opusiano modelo. Pero yo le apreciaba.

Pepito empezó a hablar. Creo que pensaba decir algo amable a Manolo. Sin embargo, le dijo que era el tío más raro del centro. Que no pegaba ni con cola. Que mientras todos los demás estában jugando a fútbol, de excursión, haciendo actividades, y no sé qué más, él se dedicaba a cosas tan raras como llevar a un moro a la otra punta de la provincia. Acabó diciendo que no sabía cómo estaba Manolo todavía en un centro de San Rafael.

Yo me quedé mirando a Manolo, y me di cuenta que esa afirmación, dicha por una persona para él tan querida, le había producido un dolor tremendo. No fue capaz de decir nada más en todo el aperitivo. De repente, casi nadie hablaba. Creo que todos se habían dado cuenta de que Pepito se había pasado. Había varias personas mayores, pero nadie dijo nada. Se limitaron a cambiar de conversación, para que los más jóvenes no nos diéramos cuenta.

Yo no podía dejar de mirar a Manolo, que se mostraba muy abatido. Tenía los ojos cuajados de lágrimas. Antes incluso de que los demás acabáramos, se levantó, dijo que tenía que marcharse, pagó la consumición de todos, y se fue a su casa, solo, porque vivía muy cerca de allí.

Yo le vi marcharse, con todos sus kilos a cuestas, muy despacio, y no pude dejar de pensar el daño que, sin querer, le había hecho aquella tarde aquel insensato. No fui capaz de decir nada, porque todavía no había aprendido lo de la corrección fraterna. No sé si alguien le dijo algo.

Poco tiempo más tarde, Manolo desapareció. No lo he vuelto a ver. Pero sé que dejó la Obra.

No sé si lees esta web. Si lo haces, espero que las cosas te vayan bien. Un abrazo muy fuerte.

Gregori P.

Nota: (Amigo, parece que volvemos a la realidad cuando nos vamos de la obra. Es como si hubiéramos estado años en coma profundo -en el Opus- y al salir, es cuando recuperamos la consciencia y la sensiblidad que perdimos al entrar. Como estamos en noche de confidencias, te voy a contar otra que me sucedió a mí.
Yo fui a vivir, tras salir del centro de estudios, en un centro de mujeres de San Rafael -el más elitista/insustancial de Madrid-. A un buen número de las chicas que lo frecuentaban, les esperaba el chófer en la calle a la salida de la meditación de los martes. Todas de apellido eran como mínimo "puturrú de fuá" y la directora-top no solía dignarse a hablar con nadie que no supiera que sus padres eran los marqueses de Re-Peralta como mínimo. Como diría Satur, exagero pero no exagero. (¡Ojo! que no digo que no se puedan tener títulos o apellidos ilustres, digo sólo que ese unico criterio para ser numeraria no debería haber primado en ningún centro).
Bien, pues apareció por allí una universitaria en tercer curso de Geografía e Historia -evidentemente se equivocó de centro pero se debió creer que era verdad aquello de "cien almas nos interesan las cien" o tantas y tantas frases y dichos que se dicen en la obra y que no son verdad-. Esta chica, de padres humildes económicamente, había conseguido llegar a Madrid, estudiar y mantenerse, gracias a una contraprestación que hacía en un colegio de monjas. Las monjas le proporcionaban una habitación y ella a cambio, empleaba 3 horas diarias en limpiar o atender la portería o acompañar a alguna religiosa enferma al médico... lo que surgiera.
Esta mujer joven, luchadora, brillante en sus estudios, generosa... cuando apareció por ese centro tan elitista-insustancial, se la juzgó no por lo que era, sino por lo que tenía y por su "modus vivendi". La directora-top, consideró que su "tono social" no era el propio de una futura numeraria y que habría que reconducirla a una administración porque lo suyo -lo habría visto en la oración, claro-, era ser numeraria auxiliar.
Mientras tanto iban pitando de numerarias las niñas con chofer (¡ojo!, yo no digo que esté mal tener chofer ni jugar al golf -¡ya me gustaría!- pero sí digo que no son valores absolutos para decidir la supuesta vocación de nadie), esas niñas que no habían terminado el bachillerato superior, que habían estudiado Cocina y Protocolo en Suiza y habían aprendido a montar a caballo en Inglaterra (ahora, imagino, que lo de Inglaterra ya no será "pedigree", sino que habráse tornado por New York), esas niñas (¡ojo de nuevo!, que tienen todo el derecho a recibir el cariño y una formación cristiana, como las demás pero que no eran el prototipo de numerarias), esas niñas "bien", pitaban de numerarias según el criterio de la directora-top. Resulta de más decir que a los seis meses ya habían despitado tras charla de su respectiva madre a la directora-top que lo de su hija era ser supernumeraria y faltaría más. La otra, la que había leído algo más que "El principito" y había visto otras películas además de "Lo que el viento se llevó", tenía que ser numeraria auxiliar. Yo me fui a los pocos meses y no sé si finalmente fue auxiliar o mandó a paseo al personal.
Y hé aquí mi confidencia: estando yo entonces en el consejo local, me parecía... ¡¡BIEN!! Lo entendía perfectamente: si no sabe pelar una naranja con cuchillo y tenedor ¡¡¡¡cómo va a tener vocación de numeraria!!!!!. Si está ayudando a las monjas.... ¡¡¡¡cómo va a tener vocación de numeraria si lo nuestro no tiene nada que ver con las monjas!!!!
Se puede aprender rápidamente a pelar una naranja con cuchillo y tenedor con un día de práctica, pero la generosidad, la alegría, el entusiasmo, el afán de esforzarse, la categoría moral, no se aprenden tan fácilmente..
¿En qué clase de monstruos nos transformaba la "formación" y el "buen espíritu" del Opus Dei para creer que sí, que hacíamos lo que teníamos que hacer, que elegíamos bien, que eso era "lo que Dios quería" para cada una de esas chicas?
Pues eso, que me voy a cantar un villancico al Belén y a renovar bolas al árbol de Navidad. Y que el Dios en el que yo entonces creía, no tenga en cuenta que fui la mejor haciendo lo que me enseñaron. Propter has culpas...)



Publicado el Monday, 22 December 2003



 
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