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 Libros silenciados: Para que su voz no caiga en el olvido.- Agustina

030. Adolescentes y jóvenes
Agustina :

El 25 de enero de 2011 recibí una carta y quien la escribía me pedía que fuera publicada en Opuslibros. Tras leerla, me asusté y me preocupé. Pensé que al verla publicada, eso le empujara a cumplir “la despedida” que anunciaba. Le escribí e intercambié correos con él durante un tiempo, correos que guardo. Carmen Charo se volcó hablando directamente con él, buscándole salidas de todo tipo. El miércoles llegó la noticia de que murió el 21 de agosto, hace 3 semanas. Ahora sí, desgraciadamente, voy a publicar su carta tal y como él deseaba porque es de justicia que su voz no quede en el olvido y con una enorme pena por mi parte. Elimino los apellidos de las personas que cita pero si la delegación del Opus Dei de Valencia desea conocerlos, no tiene más que pedirme que les envíe la carta.

Tenía 32 años.

Agustina L. de los Mozos
Coordinadora de Opuslibros.org  

 

“QUE MI MUERTE SIRVA PARA QUE NO SE TRUNQUE LA VIDA DE MÁS ADOLESCENTES”

 

Valencia, 24 de enero de 2011

 

Estimado D. Antonio:

Hace muchos años que no me dirijo a Usted. Quiero en primer lugar agradecerle el hecho de que siempre se haya acordado de mí en fechas señaladas. No ha habido una Navidad en la que no haya recibido una postal suya, y debo mencionar que casi siempre me ha felicitado por San José mi cumpleaños. También me consta que a lo largo de estos años usted ha rezado por mí, y eso siempre es de valorar, por lo que me siento inmensamente agradecido. Usted ha demostrado hacia mí una amistad desinteresada, usted es un caballero y un buen amigo, y eso le honra. Debo decirle que su letra es ilegible y en la mayoría de ocasiones apenas atisbaba a acertar lo que escribía, en cualquier caso le pido disculpas por no haberle contestado en todos estos años...



Han transcurrido casi 18 años desde la última vez que nos vimos, paseando por Torreciudad, divisando el Pirineo, entonces yo era un muchacho de 14 años inmaduro y vital, que quería comerse el mundo y dar lo mejor de sí mismo a Dios y a los demás, sin tener la suficiente madurez ni conocimientos, ni haber vivido suficientes experiencias como para tomar la decisión que tomé; hay que reconocer que su organización y mis padres tenían muy bien estudiada la estrategia para que cayese en sus redes y con tan corta edad me comprometiese en semejante empresa. Daba igual si Víctor tenía vocación o no, daba igual si se estaba coaccionando a muchachos de 14 años, lo importante eran las matemáticas, que cuantos más “pitaran” mejor, daba igual qué sería en el futuro de sus vidas, daba igual si todos estos acontecimientos podían dañar y perjudicar negativamente el desarrollo de la personalidad de aquellos adolescentes, lo importante era que cuántos más se sumasen a la causa, mejor. Dos años después, el 60 % de aquellos jóvenes que caímos en su red, nos habíamos dado cuenta de que aquél no era nuestro camino, tuvimos que ser valientes y enfrentarnos a nuestros directores y en algunos casos a nuestras familias, que habían diseñado un plan para nosotros, gran parte de aquellos jóvenes terminamos con graves problemas psicológicos, desequilibrios, depresiones, ataques de ansiedad, sentimientos de culpabilidad, fomentado por los directores, dado que no habíamos perseverado y se ponía en juego nuestra salvación eterna y nuestra felicidad. Una muestra más de lo poco que se respeta la libertad de las personas en la Obra. Algunos de esos muchachos superaron con el tiempo y con mucha ayuda profesional aquellos problemas, otros hemos quedado tocados de por vida por aquellas traumáticas experiencias, sir ir más lejos en mi promoción somos 4 los que continuamos en tratamiento psiquiátrico. Ustedes destrozaron la adolescencia y la vida de muchos seres humanos, y no me consta que hayan pedido disculpas por ello, ni de modo personal, ni a nivel corporativo. No le estoy contando nada que no sepa, usted conoce a las personas y su evolución, y las estadísticas, no es necesario que dé nombres.

En mi caso, con apenas 16 años, siendo menor de edad, fui víctima de numerosos chantajes emocionales, violencia y abusos psicológicos, ultimátums, amenazas, coacciones, juicios de valor… Yo tuve que escuchar frases como “si lo dejas es como si tu padre dejase a tu madre y se fuese a vivir con otra”, “si no perseveras eres un traidor y un desertor, estás traicionando a Dios y a tus hermanos”, “eres como el joven rico, Dios te pide que le sigas y tu le das la espalda”, “eres un egoísta, sólo piensas en ti y en tus dudas de vocación, has dejado de amar a Dios”, “si dejas de ser numerario te va a resultar muy difícil conseguir la salvación eterna, serás un tibio”, “nunca serás feliz ni tendrás paz”, “si tú lo dejas tus hermanos pequeños dejarán de venir por el club, no sabes el daño que les podrías hacer con ese mal ejemplo”. Esto me decían mis directores espirituales, hablando supuestamente en nombre de Dios, lo que no me parece sino tomar el nombre de Dios en vano, coaccionar psicológicamente a un menor de edad, amenazar, coaccionar la libertad de conciencia, no respetar la libertad interior de las personas. Se puede imaginar cómo terminé después de este periplo de más de seis meses de tormento, cuando al fin y al cabo yo era un muchacho bueno, sensible, que se tomaba la vida en serio y quería obrar el bien. Puede imaginarse que a las pocas semanas empecé a tener ataques de ansiedad, y de pánico, que no dormía por las noches, que no comía, que no me concentraba, se me diagnosticó una fuerte depresión, pasé de sacar excelentes calificaciones a no asistir a clase ni poder leer una novela, empecé a tener fuertes ideas de muerte, a no tener ni fuerzas de salir de casa, ni de levantarme, digamos que dejé de ser Víctor y empecé con tratamientos, y con abundante medicación. Desde entonces, y ya han transcurrido casi 16 años, esa ha sido la tónica de mi vida.

Reitero que las maneras sectarias de su organización destruyeron la adolescencia y la vida de muchos buenos adolescentes de los años 90, sin que me conste que se haya pedido perdón, desde luego yo todavía sigo esperando el momento en el que la Delegación de Valencia me pida disculpas formalmente, o si no es costumbre que la corporación admita sus errores y desmanes, que lo hagan sus miembros a título personal. Yo he perdonado a todas aquellas personas, porque de cristianos es perdonar, y porque, al fin y al cabo, eran jóvenes fundamentalistas que seguían las directrices de una organización a la que seguían ciegamente, y en el fondo lo harían con buena intención y todo, pero desde luego no tenían ninguna sensibilidad, ni respetaban la libertad de las personas. Estas personas tienen nombre y apellidos, estoy hablando mayormente de Antonio […], Jaime […], y D. Luis […], y en menor medida de Javier […], Federico […], José Juan […] y Miguel […]. Eran todos jóvenes fanáticos, rígidos e impulsivos, salvo D. Luis […], que era un sacerdote entrado en años al que yo no conocía de nada y se presentó un día en mi casa para convencerme de que no me marchase de “casa”. ¿Cómo se había enterado este sacerdote de que yo tenía dudas de vocación? Con los años me enteré de que en la Obra se hacen informes secretos de sus miembros, donde el Consejo Local comparte confidencias realizadas en la dirección espiritual, haciéndolas extensivas en ocasiones a miembros de otros centros, por lo que mi relación íntima con Dios se convirtió tema de conversación en los centros, haciendo flaco servicio a mi intimidad con Dios.

Lo paradójico y contradictorio es que estas personas siguen ostentando cargos de responsabilidad en centros de San Rafael, o universitarios, después de haber machacado psicológicamente a centenares de chavales como a mí. Todas las personas de mi promoción guardan malos y desagradables recuerdos de estas personas. Recuerdo que una vez le regalé una colonia a Antonio […] por todo el daño que me hizo en su día, siguiendo el espíritu del Evangelio, “a quien te abofetee ofrécele la otra mejilla”, incluso he rezado por él, y eso que hasta hace unos años aparecía en mis peores pesadillas. Lo único que demando es que me pidan perdón, si ellos tres no quieren hacerlo que lo haga la Delegación en su nombre.

Debo reconocer que también me encontré con algunos numerarios que me valoraron como persona y no me trataron como un medio, respetando mi libertad, y animándome a que tomara mi propia decisión sin miedo, que lo importante era ser feliz y amar a Dios, que ser numerario era tan sólo un medio y que existían muchos más medios para llegar a Dios, y que en fin, era muy joven como para estar predestinado inexorablemente hacia el camino al que apuntaban mis directores. Estoy hablando de José María […], José […], Eduardo […], Tomás […], D. Alberto […]. Desgraciadamente ninguno de ellos vivía ya en mi centro, ni siquiera en Valencia.

Su humildad debería hacerles comprender que su pequeña Obra de Dios no es más que una pequeña isla en el océano del catolicismo, y no deberían tener miedo de hacer autocrítica de vez en cuando y pedir perdón, cosa que viene siendo habitual por otro lado en nuestro Santo Padre Benedicto XVI; pedir perdón es algo humano y cristiano, pero la Obra jamás ha querido reconocer sus debilidades y limitaciones.

En cuanto a mí, no le he contestado durante estos años, pero tampoco había mucho que contar, mi vida ha sido un infierno, he tenido muy pocas temporadas buenas, tengo muchos más recuerdos negativos que positivos. Intenté hacer tercero de carrera en Pamplona, viví en un colegio Mayor de la Obra (quizá cometiendo una grave equivocación), allí se terminó de manifestar la enfermedad con toda su intensidad, tuve dos intentos de suicidio, estuve dos veces ingresado en la planta de psiquiatría de la Clínica Universitaria de Navarra, prácticamente perdí ese curso, se me diagnosticó un trastorno límite de la personalidad, que es algo mucho más complejo y grave que una simple depresión.

Mis padres no apoyaron mi decisión de dejar la Obra, haciéndome sentir culpable, y sólo desde hace algunos años empezaron a entender un poco mi enfermedad, aunque no la comprenden ni son conscientes de su alcance. Terminé la carrera con buenas notas, no sé como lo hice en mi estado y con toda la medicación que tomaba, y todos los ingresos hospitalarios que precisé. Algunos médicos no lo comprenden. Supongo que con mucho esfuerzo y tesón, y porque el Señor me concedía treguas y me echó algún cable que otro. Luego no he tenido estabilidad en nada, empezaba trabajos, que luego perdía por venirme abajo, luego mi familia me lo reprochaba..., tenía 6 meses buenos en los que rendía bien en una empresa, luego me venía otra vez el bajón, tenía que ingresar en algún centro o estar una temporada de baja, y terminaba perdiendo el trabajo, porque a ninguna empresa le interesa tener una persona con altibajos y problemas. Lo mismo con relaciones de pareja, mi trastorno y mi inestabilidad afectiva me han impedido consolidar relaciones de noviazgo y poder darme como me gustaría. Desde los 16 años me han visto y tratado innumerables psiquiatras y psicólogos, y hemos abordado el problema desde distintos enfoques terapéuticos, y con muchos tipos de medicación distinta. No sé lo que es ser feliz ni tener paz en estos casi 16 años, he tenido temporadas que podía soportar, menos malas, pero nunca volví a ser el chico alegre y vital de antes, salvo en 2009, cuando el Señor me regaló unos meses buenos y por un momento pensé que me podría sanar.

Todos los médicos coinciden en admitir que la base de mi enfermedad es la adolescencia espantosa que la Obra me regaló. Pese a todo, nunca perdí el don de la fe, incluso le sigo teniendo cariño a la Obra y a muchos de sus miembros, y en algunas ocasiones he ofrecido mi sufrimiento por sus labores apostólicas y sociales, porque pese a no compartir el espíritu de la organización, y sostener que hacen mucho daño a las personas, también reconozco que hacen cosas buenas por los demás, sin ir más lejos mi hermana mayor es numeraria y se desvive por los menos favorecidos.

En el último año mi evolución ha empeorado bastante, sufriendo muchos ataques de ansiedad y de pánico, fobias sociales, sumiéndome en una depresión muy profunda. Me ha empezado a afectar a mi agilidad mental, a la memoria, estoy sumamente cansado y fatigado, he perdido visión, he perdido cabello, tengo fobias a coger el metro o conducir, no puedo concentrarme ni seguir una película. Mi deterioro con los años es evidente. En los últimos meses he precisado dos ingresos hospitalarios, uno en Alicante, y otro en Lleida (Pamplona nunca mais), porque el sufrimiento era insoportable, tenía fuertes ataques de ansiedad y no podía controlar las ideas de suicidio. Estoy luchando y ofreciendo mi sufrimiento, pero no avanzo, y después de tantos años considero que es hora de descansar.

El sino de mi vida es sufrir, no me esperan cosas bonitas que vivir. He perdido la esperanza de poder tener un trabajo estable, de poder tener autonomía, así que tan sólo me quedaría depender económicamente de mis padres hasta que fallezcan y luego de la caridad de mis hermanos. Siempre he sido muy romántico e idealista, unos de mis sueños era amar, cuidar a una mujer y tener una familia, y eso tampoco va a ser posible según los médicos y mi trayectoria. Quizá se obre un milagro y me estabilice y cure a los 40, pero no estoy dispuesto a esperar 8 años más en este estado, considero que mi cuerpo y mi mente ya han sufrido bastante y que me he ganado estar justo al Altísimo con creces.

En este ser se ha convertido aquel chaval de 14 años inocente e ingenuo con el que usted charlaba hace 18 años, yo era chico deportista, “guapete”, de sobresalientes, líder, con don de gentes, feliz, vital, alegre, me encantaba leer; ahora soy un enfermo mental con kilos de más y con entradas (medicación y ansiedad), fracasado profesionalmente, no puedo concentrarme en la lectura, me fatigo en exceso al hacer ejercicio físico, aislado socialmente, tímido, inseguro, ansioso, sin ilusión, abatido, no puedo aspirar al amor humano, nadie me necesita, sufriendo un día, y otro día, y otro… En esto ustedes han contribuido en gran medida, pero creo que a la Obra no le importa, sólo le importa cuántos decidieron pitar aquel verano. Ustedes tienen una responsabilidad muy grande sobre las personas y en especial sobre los menores de edad que los padres ingenuamente dejan a su cargo. Yo no soy la única víctima, no he dejado de encontrarme personas en situaciones similares o análogas a la mía, algunas de ellas ya no están aquí para contarlo porque decidieron marcharse… muchas de ellas siguen viviendo atormentadas bajo el abrigo y yugo de la propia organización, he convivido en la Clínica Universitaria de Navarra y en la Clínica de Alicante con personas que pertenecían a la Obra, y estaban pagando las consecuencias de las decisiones impuestas por sus directores espirituales, personas que habían entregado su vida a la Obra, y a quienes ésta había exprimido, coaccionado y utilizado, habiéndose convertido en enfermos mentales. Otros muchos habían dado años de su vida a la causa; bueno, nada que usted no sepa, es un hecho estadístico probado que proporcionalmente en España hay muchas más depresiones y problemas psicológicos en el entorno de la Obra que en cualquier otro entorno, reconocido incluso por psiquiatras miembros del Opus Dei, por lo que muy mal se deben estar haciendo las cosas, y muy distintas a cómo Dios quisiera que se hicieran. También conoce usted las estadísticas de suicidio de miembros y ex-miembros de la organización en relación a la población en general. Ustedes tendrán su propia explicación, que Dios saca el bien del mal, que somos renglones torcidos de Dios, pero jamás reconocen su responsabilidad ni cambian su manera de proceder, hay mucha soberbia en esta actitud.

Yo le escribo para despedirme porque yo he decidido marcharme, llámeme cobarde, pero nadie, nadie, salvo Dios, sabe los tormentos que estoy sufriendo durante tantos años. Si he aguantado tantos años ha sido por mi familia, porque tenía hermanas menores edad y se me rompía el alma al pensar que las abandonaba, y porque albergaba alguna esperanza de sanación. Ahora mis hermanas son adultas, son fuertes, y mi diagnóstico empeora, de alguna manera no tengo otra salida, es la opción que decido, incluso la que pienso que Dios me demanda en este momento. No le he escrito en todos estos años porque usted me recuerda al momento en el que cometí el error de decidir pitar, y si yo no hubiese pitado y hubiese tenido una adolescencia normal, ahora no sería un enfermo mental, probablemente sería una persona casada, feliz, con problemas, como todo el mundo, pero sana, como la mayor parte de mis amigos.

No le he escrito en todos estos años porque no tenía nada bueno que contarle, salvo que ustedes me jodieron la vida, y que nadie ha venido a pedirme disculpas. Muchas veces estuve tentado de llevarles ante los Tribunales por acoso, violencia psicológica sobre un menor, pero no lo hice por respeto a mi familia y a mis padres, que son fervorosos supernumerarios y por no dañar la imagen de la obra en la opinión pública. Ahora sería tarde y absurdo, me vendría bien la compensación económica dado que no me iba a valer por mi mismo durante el resto de mis días, pero me temo que el delito ya ha prescrito y que estoy cansado de luchar.

Yo en esta carta he querido despedirme y abanderar una causa de muchos jóvenes de los 90 con los que he mantenido y mantengo contacto, tanto real como en las redes sociales, que tuvieron que pasar por el mismo trance que yo. No sé si ustedes tienen costumbre de modificar sus criterios y pautas de comportamiento sobre proselitismo, y libertad, o sigue imperando el lema de cuantos más mejor, no sé cómo se hacen las cosas en los clubes ahora, 15 años después. Yo vengo a recordarles que ustedes tienen una deuda y una responsabilidad histórica y moral muy grande con miles de jóvenes de toda España (gracias a Dios fuera de nuestras fronteras estas cosas no pasaban), y como usted tiene un cargo importante en Madrid, vengo a hacer un llamamiento a la reflexión. Yo no digo que vayan a tener que rendir cuentas ante Dios, ni que Dios los vaya a castigar, no me pongo a la altura de ustedes, que van amenazando a las personas con su condenación eterna. Dios me libre de meterme entre Dios y sus conciencias. Yo sólo pido que mi vida, mi sufrimiento, mi muerte y el de muchos otros sirvan para que estas conductas se erradiquen, que no se vuelva a truncar el proyecto de vida de ningún adolescente más, que se respete la libertad de las almas, que son hijas de Dios y no de San José María, que Dios es Amor y el Cristianismo puede ser una aventura y un camino muy bello, siempre y cuando se respete la libertad, la dignidad, la conciencia.

Espero que cuando se haya consumado mi plan me pida cosas, y por intenciones, pues tengo por buen seguro que al Cielo me dirijo, después de haberlo hablando con diversos médicos, sacerdotes y teólogos, entre otros motivos porque no dispongo de voluntad y porque los últimos estudios escatológicos van en la línea de que el infierno no existe, algo que por otro lado siempre me ha parecido obvio, ya que Dios es Amor y quiere que todos se salven. Es otra de las cosas que nunca entendí de la Obra, su mensaje apocalíptico y tenebroso, la mala costumbre de atemorizar al personal con el fuego eterno, las meditaciones y charlas en los cursos de retiro sobre las postrimerías, las amenazas medievales, la visión de Dios como Juez, que “si estás en pecado mortal a las 3 de la mañana llama un cura porque si te mueres te vas al infierno”, desde luego qué poco sentido común y qué poca visión sobrenatural y menudo concepto sobre Dios. Mucho tiene que cambiar su organización y sus miembros si quiere ser fiel instrumento de Dios en la tierra. En fin, que este debate y otros muchos más darían pie a otras cartas, y además con ustedes no se puede debatir porque siempre se creen en posesión de la verdad absoluta, y nunca aprecian los matices de potencial veracidad en argumentos de signo contrario, además si el Fundador creía en el infierno y lo tenía tan presente, ¿cómo se lo va a cuestionar usted? O si el fundador cree pertinente que la gente pite en masa a los 14, ustedes no lo cuestionan, no existe libertad de conciencia ni de opinión en la Obra.

Bueno, no quería marcharme de este lugar sin enviar esta carta, sólo espero que mis palabras y reivindicaciones sirvan para algo, y decirle que yo, pese a diferir con usted en tantas cosas, le admiro, y le tengo aprecio, y sé que es muy buena persona, y que se ha preocupado por mí durante estos años, aunque no sé si era consciente de mis problemas. Desde luego no lo parece, al menos en sus postales no menciona nunca nada concreto, por lo que deduzco que no ha sabido nada de mi vida en todos estos años.

Le deseo lo mejor, y tengo grandes esperanzas en que muchas cosas mejoren en la Obra gracias a usted y a su sensibilidad, es el mejor regalo que me podría hacer, junto a sus oraciones.

Un fuerte abrazo de su amigo

Víctor79




Publicado el Friday, 07 September 2012



 
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