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 Tus escritos: Una casa que no es tu casa (Cap.22 de 'El buen pastor').- Nacho

010. Testimonios
Nacho :


UNA CASA QUE NO ES TU CASA

Cap.22 de 'El buen pastor'
Enviado por Nacho el 22-6-2004

Ana Azanza ha escrito un libro, uno de cuyos capítulos aparece en 'Opuslibros.com'. Es revelador de una situación que yo viví durante todos esos casi 34 años que estuve dentro de la obra. Nunca sentí el más calor de familia dentro de la prelatura, en lo que se refiere a los centros de numerarios por donde teníamos que ir obligatoriamente los agregados, si queríamos ir a consultar escritos de la obra que se conservaban en dirección o para leer publicaciones internas (entre los varones 'Crónica' y 'Obras' fundamentalmente), cosa que no teníamos en los "apeaderos" en los que discurría la mayor parte de nuestra vida interna, salvo excepciones...

La mayor parte de los "apeaderos" eran como casas sin dueño. La obra nos los ponía a nuestra disposición, pagándolos ella con el dinero de nuestros sueldos que ingresábamos a fin de mes. Ya lo he dicho anteriormente el "apeadero" de del centro de agregados de la calle General Yagüe 11, quinto piso letra K, que anteriormente fue piso tercero letra K, pero fue "cedido" a los numerarios que lo necesitaban, costaba mensualmente 200.000 pesetas y tenía un salón que se utilizaba de sala de estar; una habitación para secretaría, donde se hacía movimiento económico (ingresar nuestro sueldo a fin de mes o sacar algo de dinero para nuestros gastos ordinarios de autobús y comidas); una sala llamada del "sacerdote", donde éste confesaba una vez a la semana, el día que teníamos meditación y tertulia; y una sala que se utilizaba para la dirección espiritual de los agregados o supernumerarios. Eso era todo lo que teníamos en ese "maravilloso apeadero". Se me olvidaba que la terraza que daba a la calle, había sido acristalada y también se utilizaba para las charlas.

El "K", como le llamábamos, contaba con una cocina que incluso en algunos momentos se utilizó para dar círculos a los supernumerarios, si es que no había otro lugar en la casa para esta tarea. Eso sí, algunas personas de la obra se veían obligadas a veces a pasar por allí camino de secretaría, donde se hacía el movimiento económico dos veces por semana y no disponía de dinero suficiente para salir adelante en la "vida en medio del mundo".

Debo aclarar que, salvo cuando utilizaba la tarjeta de banco de mi madre para sacarle el dinero, yo jamás había utilizado una tarjeta de este tipo para sacar dinero, pues estaba rigurosamente prohibido. Llamó la atención que Avelino, otro agregado periodista, que trabajaba en un diario de difusión nacional, había conseguido hacerse con una tarjeta de banco, lo que le permitió, en un momento de apuro económico, sacar dinero de su cuenta. Para llegar a esa situación, había optado por residir en la casa de campo de sus padres en un pueblo a unos 60 kilómetros de Madrid. Diariamente hacía ese trayecto en su coche.

Cuando vivíamos solos, a los agregados se nos prohibía tener perros en nuestra casa, pues suponía un gasto considerable. En el caso de Avelino no hubo ningún problema. Tenía una perra de raza 'Schnauzzer Terrier' (no se si escribo bien la raza de la perra), que vigilaba su casa, cuando él no estaba. Se trataba de un animal muy fiero, hasta que los ladrones descubrieron que lo que había que ponerle era... un perro. La perra se fue con el macho y claro, robaron a Avelino. Luego desapareció este animal. Todo esto lo supimos en las tertulias dominicales que nos reuníamos en el "K".

Otro día, me parece que fue cuando el apeadero estaba en el piso tercero "K" los ladrones entraron en el piso deshabitado. Después de franquear distintas puertas llegaron a la caja fuerte que se guardaba en un armario de la habitación de secretaría. Pesaba tanto que no se atrevieron a descubrir la clave o a intentar llevarse el poco dinero que allí se conservaba. Ese era el lugar de nuestra acogida. Como teníamos todo muy recogido, nos pidieron permiso los del centro de numerarios del piso tercero letra 'E" par poder traer a los niños del club juvenil que allí existía. Yo, que frecuentaba mucho el "apeadero" me encontré que nos habían de lugar cambiado de lugar muchas cosas y las sillas, de rejilla de mimbre, habían quedado rotas. Eran "bromas" de los "numeraritos". Lo dije en el centro e inmediatamente se llamó al director del citado centro joven de numerarios. Pasados quince días se arregló el desperfecto que nos habían hecho.

Las cosas desde nuestro lado se veían de esta manera. Era como "nuestra casa de agregados", que no disponía de publicaciones internas. Algunos numerarios del policentro 'Lima' (Numerarios, agregados y supernumerarios) aprovechaban algunos días para "despistarse" en aquel espacio de paz, que nosotros venerábamos y que era como nuestro reducto dentro de la obra. Todos participábamos del mismo puchero, menos para algunas cosas que paso a describir.

Desde el primer momento en que pasé a ser agregado, los numerarios que atendían el centro de Recoletos, 5, nos dejaron claro que nuestro hogar era ese piso. Así lo decían, mientras se nos indicaba que no podíamos ir a su residencia en la calle Gurtubay, 3 y a la residencia del Instituto Tajamar, obra corporativa. Era supuestamente "nuestra casa" y la obra "una familia" de vínculos sobrenaturales. Por lo menos eso era lo que decía el fundador. Puedo decir que hasta que no pasaron seis años de mi incorporación a la obra no se me invitó a comer a un centro. Fue en el Centro de Estudios de Tajamar. El día que eso se produjo era como entrar en el "Sancta Sanctorum", sin embargo, yo no veía a los numerarios como con rayos en las cabezas o con aureola de santos. ¿Qué había sucedido? La supuesta "Casa no era mi Casa". Al cerrarse Recoletos, 5, pasamos a un piso de la calle Princesa 81, hoy utilizado por las mujeres del Opus Dei, que había sido estudio de arquitectura de don César Ortiz Echagüe, que llegó a consiliario en Alemania, y de al existente en escalera 4 de la Glorieta de Cuatro Caminos Cuatro, donde tuve como director a Pipe Areta, entonces un destacado miembro del atletismo español y hoy sacerdote. Tampoco se me invitó en este centro a comer. Y eso que decían que eran mi familia. Mis padres no habían recibido tampoco la visita de los supuestos "familiares".

Las cosas cambiaron al llegar al centro que existe aún hoy en la calle Monte Esquinza, 22, que disponía de un "apeadero" en la calle Fortuny, 27 quinto piso, encima de la vivienda de uno que fue ministro del gobierno español y gobernador del Banco de España. José Luis, el director de nuestro centro, pasaba por una delicada situación. No descansaba. Ello hizo que el director de la delegación, Jerónimo Padilla, me llamara y me invitara a animarle a ir a nadar al club Santiago, que no es de la obra, y en el que existe separación de sexos en las piscinas. Así lo hice. Durante dos años le tuve entretenido. Al terminar, me invitaba a comer en su "casa", no la mía. Ello hizo que otro numerario se apuntara a nuestra iniciativa y, al final comíamos los tres. Esa es la única etapa de mi vida en la que me sentí arropado. A ello se añadió que un día tuve un accidente de electricidad y se me rompió la quinta vértebra dorsal, por lo que tuve que permanecer hospitalizado durante largo tiempo.

Los accidentes espectaculares, el mío lo era, producen conmoción en la obra y en todos los sitios. Mi padres, por fin después de 12 años (era diciembre de 1977) conocían a los de mi centro. Había cariño en los 47 días que estuve sin moverme en la cama. Mi madre incluso se planteó la posibilidad de hacerse de la obra. Afortunadamente no lo hizo. Mejor para mí, pues fue una ayuda inestimable en el trance de dejar la obra. Pasado el accidente, seguía practicando la natación, pero ya no se me invitaba a comer. Incluso noté que algunos numerarios consideraban su zona lo que no era el oratorio o la sala de cooperadores. Había como una barrera invisible que me decía que de allí no podía pasar. Los únicos que me decían que pasara eran José Luis, que luego pasó a ser secretario de la delegación, y el numerario Alfredo C., que no sé qué ha sido de él. Entonces ya Monte Esquinza 22 tampoco era mi casa.

Pasó la enfermedad y llegó el olvido. Ya he contado otra vez que me vi obligado a solicitar el cambio de centro, cuando uno de mis jefes en el trabajo que era también el director del centro de agregados, continuó con la bronca que había empezado en la redacción periodística. Pasé al centro 'Lima', en la calle Infanta Mercedes, donde también existía como una "barrera invisible", tras el incidente con los que hoy me atrevo a decir su nombre, pero no su apellido: Don Rafael (el sacerdote) y Chema (entonces director y hoy sacerdote en Chile). Se me echó dos veces de la sala de estar, alegando que aquello no era mi sitio. Eran los tiempos del "k" y yo me fugaba de la realidad hasta el piso de la calle General Yagüe, donde teníamos como vecino al compositor Joaquín Rodrigo, autor de 'El Concierto de Aranjuez', y que tocaba a menudo el piano. ¡Qué agradable era su música!

Aunque dijeran la frase "ese ya es de casa" o "morir en casa" nunca he pensado que eso se refería a mi vida. En los últimos años, Enrique, que llevaba mi charla, hablaba en esos términos. Yo le respondía: "tu casa", porque la de 'Lima', no es mi "Casa", y luego cuando llegué a 'Amaniel", en la calle Federico Rubio, tal como he escrito en mi artículo "El 'Buen Pastor'", no lo fue, pues ni el supuesto "buen pastor" ni me cobijaba, ni me atendía, ni su casa era la mía. Por eso, como la obra no era mi casa, me fui.


Publicado el Tuesday, 22 June 2004



 
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