Cuando leí la forzada rectificación de Káiser, obligado por la prelatura de la Santa Cruz y el Opus Dei después de que una joven le hubiera denunciado su situación laboral y luego se echara para atrás -seguramente porque la acobardarían con el infierno y algo más de este mundo-, sentí una profunda repugnancia. La misma que me producen los defensores de la esclavitud en las películas de época, el exterminio del pueblo judío desde antes del nacimiento de Cristo, los abusos a menores y la violencia contra las mujeres y los ancianos. Y la sentí porque deduje que lo habían sometido a un vil chantaje.

Y ahora, con la demanda planteada por un Colegio Mayor - qué huevos hay que tener- que para más inri ni siquiera se dice en la sentencia a qué raza o especie de organización pertenece, lo que siento es asco. Pero asco de todo lo que huela a Opus Dei: asco del santo marqués, asco del virtuoso ingeniero metido a estalinista, de sus universidades, asco de sus santuarios, asco de sus gerifaltes y asco hasta de sus siglas.

Ahora que viene el Siete de julio, cuando empiezan en Pamplona las fiestas de San Fermín, recuerdo con placer la que fue canción del verano sanferminero en los años en que padecí la docencia opusdeística en el Colegio Mayor Aralar, que era un seminario, aunque ninguno de los que allí estábamos lo supiéramos -manda más huevos-, bueno, pues ahora que vienen los sanfermines y sus canciones, recuerdo la de uno de esos veranos: la música, no sé cómo expresarla, pero la letra decía: se ha muerto el baaala, se ha muerto el baaaala, se ha muerto el bala... el balaguer, ya hay uno meeeenos, ya hay uno meeeenos, ya hay uno meeenos, del opus deí.... Y así se repetía día y noche, sin parar, con acompañamiento de charangas y vino. ¡Ah!, ¡qué magníficos recuerdos me trae esa universidad!

Va por Káiser.

Bastián.