Además de agradecer el esfuerzo de Ana Azanza (con la serie de trece capítulos de “Servir a la iglesia como quiere ser servida”) por darnos a conocer, a partir del testimonio del cardenal Tarancón (1907-1994), cómo el Opus Dei entorpeció al máximo en los años 70 del siglo XX la aplicación del Concilio Vaticano II (1962-1965) en España a través de las gestiones con las que sacerdotes del Opus residentes en Roma influyeron en la Congregación vaticana del Clero y a través de la política llevada a cabo por varios ministros tecnócratas del Opus en los Gobiernos de Franco, quisiera ahora detenerme en un asunto más actual. Me refiero a la crisis por la que atraviesa la curia vaticana en los últimos meses; la aportación de Bastian (13.06.2012), que comenta la opinión de dos “expertos” del Opus, me parece acertada, y voy a comentar el porqué de su acertado análisis...

He leído las explicaciones oficiales que el Papa Benedicto XVI y la curia vaticana han realizado sobre este grave problema (L’Osservatore Romano, edición en castellano [año XLIV, número 23 (2.266), 3 de junio de 2012]) y no coinciden del todo con las explicaciones que los dos “expertos” del Opus Dei realizaron: el teólogo-historiador Josep Ignasi Saranyana y el profesor-periodista Alfonso Bailly-Bailliere.

La versión oficial de la curia vaticana reconoce la existencia de la crisis, pero se lamenta de la imagen distorsionada que los medios de comunicación han dibujado de la Santa Sede, ya que, según esa versión oficial, éstos no han sabido distinguir con serenidad el grave crimen de la difusión de escritos reservados al Papa (“Vatileaks”), por un lado, y la disparidad de criterios, que es legítima, entre cardenales y obispos acerca del gobierno de la Iglesia, por otro. Además, esa versión oficial separa el problema “Vatileaks” de la destitución del economista Ettore Gotti Tedeschi de su cargo de director del banco vaticano IOR como si fueran dos cuestiones independientes una de la otra a pesar de la coincidencia cronológica. L’Osservatore Romano insiste en que en la curia vaticana reina unidad y concordia por encima de las legítimas discrepancias de los curiales, mientras que muchos periodistas han enfocado esta realidad distorsionándola como una batalla de poder entre distintas facciones eclesiásticas.

Las explicaciones de los “expertos” Saranyana y Bailly-Bailliere no son tan cándidas como la versión oficial de la Santa Sede (versión que, por cierto, nadie en el mundo se cree, empezando por el Papa, pero, cuando se gobierna, hay que echar mano de ese recurso para dar la impresión de que se pretende controlar la situación), sino que se alinean, de manera moderada, en la opinión generalizada de que ambas cuestiones, “Vatileaks” y el IOR, son dos facetas del mismo conflicto y que este consiste, en realidad, en una lucha de poder entre cardenales. Normalmente, el Opus Dei no suele apartarse de la versión oficial de la Santa Sede; pero, si en este caso se aparta algo de ella, es porque, de una manera más o menos análoga a los años 70 del siglo XX (salvando las muchas distancias), el Opus Dei debe de estar ahora interesado en que una de estas facciones cardenalicias triunfe en el conflicto sobre la otra o las otras.

Estoy de acuerdo con la apreciación de Bastian de que Saranyana y Bailly-Bailliere, sin mencionarlo explícitamente, están molestos con el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, por el extraño cese de Gotti Tedeschi, supernumerario del Opus Dei, honrado y competente según los dos “expertos”.

No me atrevo a decir con exactitud en qué consiste el enfrentamiento entre los distintos cardenales, porque me falta mucha información. Sólo mencionaré dos causas generales del conflicto: una es el descontento de muchos de ellos con los criterios de gobierno de Bertone, y otra es la proximidad de la sucesión a la sede de Pedro. La conjunción de ambas circunstancias ha convertido la curia vaticana y el colegio cardenalicio en un nido de víboras; lo que no sé explicar con exactitud, repito, son los detalles y pormenores del envenenado conflicto. A esto se ha de añadir la circunstancia externa de que la fiscalía de la República Italiana sospecha que el banco vaticano IOR –que no entra dentro de su jurisdicción por ser el banco de un país extranjero, la Ciudad del Vaticano– sirve de paraíso fiscal para muchas fortunas económicas procedentes de Italia, que supuestamente blanquean ahí dinero sumergido; por eso, en la medida de sus posibilidades jurídicas, ha intentado tirar de la manta investigando qué pasa con ese otro avispero, en este caso de avispas italianas metamorfoseadas en euros.

Los dos “expertos” opusinos opinan que el Papa actual no queda malparado en todo este lío (sí la curia vaticana y los cardenales). En este punto se atienen más fielmente a la versión oficial de la Santa Sede, pero, en mi opinión, este punto tampoco es convincente. Aunque es verdad que el Papa mismo no ha cometido nada malo, sino que ha sido víctima de una traición, también es verdad que él es el supremo responsable de toda su labor de gobierno, incluida la política de Bertone, y, si en el contexto de su gobernanza la curia romana se ha convertido en un nido de víboras, tiene parte de responsabilidad en ello no por actuación perversa, claro está, sino por la ineficiencia de no haber detectado a tiempo a quienes podían convertirse en víboras. En el fondo, el Papa ha sido víctima de no haber impulsado a su debido tiempo un proyecto más que necesario, a saber, una profundísima reforma de la curia vaticana; mientras se demore en promover tal reforma, no es de extrañar que pase lo que por desgracia a día de hoy está pasando.

Josef Knecht