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 Tus escritos: Hacerte mayor. (Cap.17 de 'El buen pastor').- Nacho

010. Testimonios
Nacho :


HACERTE MAYOR

Cap.17 de 'El buen pastor'
Enviado por Nacho el 17-6-2004


Quede claro que el motivo de irte de la obra después de casi 34 años no es uno, son muchos. Yo ya empezaba a hacerme mayor y no acababa de ver claro el trato que iba a tener en el futuro. Deseaba cariño y la mayor parte de las veces no lo encontraba. Eso sí se hablaba y se recomendaba vivir la fraternidad con los demás de lo que llamaban "casa", pero observabas que muchos de ellos habían optado por una amistad con otros y tu te quedabas solo...

En mi caso, se unía la circunstancia de haber sido trasladado obligatoriamente a otro centro, pues el que teníamos, en la calle General Yagüe 5 de Madrid (nosotros estábamos en el piso quinto letra K y existía uno de numerarios jóvenes en el tercero letra E) se cerraba y así se el opus se ahorraba 200.000 pesetas mensuales de alquiler. Fue en 1996. Éramos quince agregados mayores y profesionales que pasamos a otros centros. Los numerarios del 'consejo local' residían en un piso de la calle Infanta Mercedes. Tuvo un gran impacto en la perseverancia de algunos de nosotros, pues tres decidimos abandonar la obra en el plazo de dos años.

Mi experiencia en el llamado 'piso K' no había sido del todo satisfactoria. Antes había llegado a aquel centro procedente de otro de Madrid, en la calle Monte Esquinza, que pedí el cambio, pues el director que tenía en la obra era uno de mis jefes dentro de mi trabajo. Un día tuve un problema laboral y discutí con él. Al llegar al centro, observé que esa misma tirantez existía allí. Inmediatamente fui a la delegación y lo conté. El resultado fue un inmediato cambio al 'K', que dependía de Infanta Mercedes (en la obra se le llama Lima, por estar cerca de la plaza del mismo nombre y del estadio Santiago Bernabéu).

Una de las experiencias de 'Lima' (está bien empleada la expresión) se produjo cuando, al igual que había sucedido en Monte Esquinza entré en la sala de estar y me senté. La televisión, cosa rara, estaba encendida. Un sacerdote contemplaba un partido de tenis. Se me ocurrió hacer un comentario y luego otro. El sacerdote, ya mayor, me dijo: "Fuera de aquí". Me resistí, pero me fui. Otro día volvió a suceder lo mismo con el citado sacerdote y también con un partido de tenis. Ese día el clérigo salió y se fue a buscar al director, hoy sacerdote en Chile, que inmediatamente me echó de allí, diciendo que no era mi sitio. Esa escena indica cómo algunos numerarios tratan a los agregados.

Otro día estaba en la sala de cooperadores, donde estaban las publicaciones internas. Otro numerario me echó de allí, asegurando que aquel lugar era de su habitación. Como ya había tenido la experiencia anterior me resistí y dije que no salía, que aquello era de todos los de la obra. En vista de ello no continuó. Eso sí, entre unos y otros hicieron que, a partir de entonces, cuando llegaba a Lima solo visitaba la sala de cooperadores o el oratorio. Si esperaba algo, me quedaba en el hall de entrada. En esa postura me quedé hasta que me fui de la obra. No quería problemas con los numerarios. Cuando escribo esto se me raja el corazón, pero pienso que lo debo decir.

Al llegar a 'Amaniel', otro centro situado en la calle Federico Rubio de Madrid, ya no tenía el buen ambiente del 'K'. Yo antes era el encargado de preparar las meriendas, pues se me da la cocina. Antes elaboraba tartas, pero aquí eso ya no existía. No me encontraba acogido. Para colmo, no me dieron ni las llaves. Mejor, así más tarde no tuve que devolverlas. Conmigo vino Jaime, pintor con un gran prestigio, que luego abandonó la obra, y Eustaquio, catedrático de instituto e ilusionista, que también se fue.

El centro 'Amaniel' no me acogió. Invitaba a la gente a llevarles a casa en mi automóvil, pero nunca lo conseguí. Siempre había un pretexto. A ello se unió lo que describí en el artículo titulado 'La madre de sangre'. No me encontraba acogido. Deseaba también hacer el llamado 'paseo semanal' que deben hacer los de la obra, pero todos encontraban un pretexto para evitarlo. Las puertas se iban cerrando poco a poco. Para colmo, avisé al director que estaba pensando irme, pero no me hizo caso. Ya lo conté anteriormente en "El 'Buen Pastor'".

Una manera de evadirse de mi situación eran las convivencias o cursos anuales de verano. Cuando te vas haciendo mayor el cuerpo empieza a fallar en determinadas cosas. Perdonad que sea tan claro. En el Colegio Mayor Ayete de San Sebastián, donde fui de convivencia en los últimos ocho años, se me asignó una habitación que estaba a unos 20 metros del primer cuarto de baño. Yo tenía 53 años y, por mi edad, me levantaba varias veces en la noche para orinar. ¿Sabéis que dormía poco por la noche, porque me costaba volver a reconciliar el sueño después de haber hecho esa "excursión"?

Durante los años que estuve en la obra, las "suites" con baño incorporado en la habitación solo eran para unos pocos. Yo ya pasaba de los 53 años, pero no había una habitación así para mí. En una situación parecida se encontraba Andrés, un alto cargo de la Xunta de Galicia (gobierno regional), que tenía una edad parecida a la mía y que se fue de la obra poco antes que yo, cuando ya llevaba dentro más de treinta años. He intentado ponerme en contacto con él, pero no lo he conseguido.

Allí en Ayete había otra peculiaridad. Dentro del colegio mayor existe una residencia de numerarios profesores de la Escuela de Ingenieros de San Sebastián, dependiente de la Universidad de Navarra, que atiende la labor de San Gabriel en un ala de la casa. Se nos decía en la obra que todos somos iguales y participamos del mismo puchero. Eso no es cierto. Durante las convivencias, los agregados no podíamos pisar la zona de esos numerarios. Se podía ir en línea recta la piscina, pero aquellos numerarios lo impedían. Si eras numerario de otra ciudad y pasabas por allí, sí podías pasar por su "vivienda", pero no los agregados. Vaya clasismo.

Ante esa prohibición, los agregados teníamos que salir al jardín y casi hacer una ese para poder acceder a la piscina. Y luego decían que en la obra todos eran iguales. Eso sí, se invitaban a las tertulias nuestras gente que venía de fuera y nos hacían propaganda para estudiar en la escuela de ingenieros. Nos habían tomado por tontos. Yo siempre comuniqué mi desacuerdo al director de la convivencia por esos hechos. Incluso hablé con uno de la delegación de Pamplona, pero no me hizo caso.

Llegó el día de abandonar la obra. Lo primero que me planteé buscar un piso para pasar los veranos y para cuando me jubilara. La experiencia de la obra había sido mala. Un agregado no tiene garantizada su atención en una residencia de agregados, como me lo dijeron. Eso se repitió con otros de la obra que han pasado por la misma situación después de muchos años de entrega. Uno de ellos, ya de 60 años, se fue instantáneamente del centro para no volver, ante la respuesta de que "la obra no es una agencia de colocación". Ya sabéis que encontré un piso. Soy feliz. Me he replanteado muchas cosas. Por lo menos vivo de mi sueldo y estoy ahorrando para mi vejez y mi jubilación. Ahora mis nuevos amigos sois vosotros y en especial Félix, uno que forma parte en estas páginas y que recuperé la amistad, al encontrarnos en un vagón de metro después de abandonar los dos. El está solo yo. Yo estoy solo. Son dos soledades juntas, con cada uno en su casa, y una amistad recuperada.


Publicado el Thursday, 17 June 2004



 
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