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 Correos: Repaso de conceptos en el Studium Generale…- Josef Knech

900. Sin clasificar
Josef Knecht :

Repaso de conceptos aprendidos en el Studium Generale: el “voluntario indirecto” y el “finis operis”

 

Querido Daneel:

 

Veo que sigues con interés mis escritos y que argumentas con solidez académica; si volviera a escribir otra tesis doctoral, te elegiría como director de tesis. Respondo, en primer lugar, a tu pregunta (09.05.2012) sobre el porqué de mi “nick” o pseudónimo, Josef Knecht. Aunque “Knecht” sea una palabra alemana que significa “siervo”, no me inspiré en Lc 17,10, sino en el nombre del personaje principal de la extraordinaria novela de Hermann Hesse (1877-1962; en 1946 recibió el premio Nobel de Literatura) El juego de los abalorios, recomendada por Isabel de Armas en su libro La voz de los que disienten. Apuntes para san Josemaría (Foca, Madrid 2005), pp. 49-56. Si no has leído esa novela, te aconsejo –también a los demás usuarios de Opuslibros– su lectura...



Y, retomando el debate sobre la contracepción, debo reconocer que contigo estoy reviviendo viejas experiencias que ya tenía olvidadas. Me refiero a vivencias de cuando era estudiante del Studium Generale del Opus Dei. En un curso anual de numerarios en los años 80 del siglo pasado, dio la casualidad de que todas las asignaturas que se impartían versaron sobre teología moral, y un día se me ocurrió la tontería de decir: “esta noche vamos a cenar sopa de voluntario indirecto”, porque este era un tema recurrente, es más, el tema estrella de aquellas distintas asignaturas de moral: los profesores nos lo metían hasta en la sopa.

 

He recordado esa anécdota porque así paso a responder a una de las observaciones de tu último escrito (09.05.2012). En él comentas que la Humanae vitae –exactamente es el párrafo 15 de esa encíclica– prevé que, si una mujer toma un medicamento que impide la ovulación, no peca si copula con su marido bajo los efectos esterilizantes de tal medicina. Después de haber excluido, en el párrafo 14, toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación, la Humanae vitae afirma en el párrafo 15 que “la Iglesia, en cambio, no retiene de ningún modo ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento, aun previsto, para la procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido”.

 

Este es un ejemplo clásico de “voluntario indirecto”, es decir, de una acción con doble efecto voluntario, el directo es bueno y el indirecto es malo (otro ejemplo: cuando camino por la ciudad, me propongo llegar al trabajo [efecto directo de la acción de caminar] y, a la vez, se deterioran los zapatos [efecto indirecto y malo de esa acción]). En estos casos, el criterio ético de actuación exige los siguientes requisitos: 1) la acción sea de por sí buena (tomar un medicamento necesario), 2) la mujer no tenga la mala de intención de evitar la concepción, 3) exista una causa proporcionada (la enfermedad) que justifique moralmente el equilibrio entre el efecto sanatorio bueno de la medicina y su efecto indirecto, malo en este caso, de impedir la ovulación y la consiguiente fecundación.

 

Según tus explicaciones, Martin Rhonheimer interpreta la Humanae vitae como si tampoco pecara el marido que, infectado de sida, emplea el preservativo como medio terapéutico para no contagiar a su esposa; para Rhonheimer este comportamiento entraría en la casuística del “voluntario indirecto”. Sin embargo, otros especialistas sostienen que, teniendo en cuenta que el preservativo produce el bloqueo físico de la deposición del semen en la vagina, anulando así los aspectos unitivo y procreativo de la relación, este comportamiento nunca debería incluirse en la casuística del “voluntario indirecto”, sino entre los actos inmorales. Este es el motivo por el que Juan José Pérez-Soba concluye que, en caso de enfermedades infecciosas, sólo es moralmente válida la abstinencia sexual de los cónyuges.

 

Un amigo mío, más experto que yo en estas cuestiones y a quien estoy muy agradecido, me ha explicado que el profesor Rhonheimer ha debatido largamente esta cuestión con distintos moralistas (Gormally, Shaw). Según Gormally, cercano a la postura de Pérez-Soba, el empleo del preservativo siempre vendría a ser un pecado contra naturam por la razón arriba expuesta; no así según Rhonheimer, pues, siendo la vagina el lugar natural del coito, ese acto sexual no sería sodomítico ni onanístico y seguiría siendo secundum naturam; Rhonheimer probablemente expresaría el razonamiento práctico del esposo diciendo: “Debo usar un preservativo que bloquee la transmisión de patógenos a los tejidos de mi esposa. ¡Qué pena que también bloquee el paso de los espermatozoides!”, y así incluye este comportamiento del esposo en la casuística del “voluntario indirecto”. Para no alargarme demasiado sobre esta discusión entre moralistas, te doy las siguientes referencias bibliográficas:

 

1. Gormally 2005. "Marriage and the Prophylactic use of Condoms".

2. Gormally 2010. "An open letter to Fr. Martin Rhonheimer".

3. Rhonheimer 2010. "Reply to the open letter of Luke Gormally".

4. Shaw 2011. "Rhonheimer's mistake".

 

En tu escrito no mencionaste el “voluntario indirecto” (de donde deduzco que no hiciste conmigo aquel monotemático curso anual), pero sí otro concepto estrella de la teología moral tradicional, el finis operis o fin de la acción (distinto del finis operantis o fin del agente). Me parece muy bien esta matización tuya porque ayuda a precisar bastante la cuestión. Pero debo confesar que siempre he tenido problemas con este concepto; me refiero a la duda de hasta dónde se puede estirar la “elasticidad moral” del finis operis para no incurrir en el rigorismo exagerado que ve por todas partes y a todas horas que “este acto es objetivamente malo”: si se me permite un ejemplo exagerado, estornudar es pecado porque, contaminando la atmósfera, se difunden por ella bacterias y virus patógenos que dañan la salud pública. Para Gormally y Pérez-Soba, es objetivamente malo que los cónyuges empleen el preservativo si uno de ellos padece una enfermedad infecciosa (han de abstenerse sexualmente y dejar de estornudar); en cambio, Rhonheimer es más “elástico” y considera objetivamente bueno el preservativo en esas difíciles circunstancias conyugales por las razones que explicaste en tu anterior escrito y que he recordado líneas más arriba.

 

Esta es la pega que siempre he visto en ese concepto: su grado de “elasticidad moral”; creo que digerí mejor la sopa de “voluntario indirecto” que el guiso de finis operis y finis operantis. Voy a presentar otro ejemplo para manifestar mi indigestión. Un chico homosexual, sinceramente enamorado de otro chico, se comporta como un chico heterosexual enamorado de una chica: el finis operis de los dos (o los cuatro) es el mismo por cuanto todos ellos se proponen por igual amar y ser amados, como también se propone amar y ser amado el esposo infectado que en sus relaciones íntimas y amorosas evita con el preservativo el contagio a su amada esposa (tesis de Rhonheimer). Ahora bien, en el caso del amor entre personas del mismo sexo, el actual Catecismo de la Iglesia Católica es contundente y nada elástico: las acciones homosexuales son siempre “objetivamente” desordenadas y contra naturam (esta era también la tesis de Gormally para con los preservativos), y por tanto el finis operis del amante homosexual se va al garete, por no emplear una expresión malsonante. De esta forma, los hombres gayos (gays en inglés) y las mujeres gayas o lesbianas quedan privados de la belleza de la sexualidad humana, que tan bien ensalzaste en tu última aportación; de acuerdo al Catecismo, ellos han de abstenerse sexualmente y dejar de estornudar, con el “objeto” (este sería su correcto y no perverso finis operis) de no contaminar con su mal ambiente al resto de la sociedad. En fin, apreciado Daneel, este debate no es nada fácil y, como ves, da mucho de sí; me gustaría ver a Pérez-Soba y a Rhonheimer dialogando con una pareja de amantes homosexuales sobre estos temas.

 

Antes de terminar, deseo hacer una aclaración. En mi anterior aportación del 04.05.2012 no quise dar a entender que Rhonheimer se apartaba de la doctrina del Magisterio eclesiástico. Su opinión acerca del uso del preservativo en caso de enfermedad contagiosa entre cónyuges no ha sido condenada hasta ahora por el Magisterio de la Iglesia, y, por tanto, los directores del Opus Dei no harían bien en recriminar nada a Rhonheimer, pues no están oficialmente autorizados para hacerlo. Es legítimo que entre “teólogos oficialistas” se dé disparidad de pareceres y se hagan unos a otros “correcciones fraternas”; por cierto, también yo, como tú, prefiero la postura de Rhonheimer a la de Pérez-Soba. Pero reconozcamos que, situándonos no en nuestros puntos de vista, sino en los de la doctrina oficial, la tesis de Pérez-Soba es más segura y conforme con el Magisterio que la de Rhonheimer, aunque la tesis de éste no se oponga a ese Magisterio, y desde luego Rhonheimer no la percibe como contrapuesta a éste: su personal finis operis de teólogo (a diferencia del personal finis operis del amante homosexual) es del todo conforme con la doctrina de la jerarquía eclesiástica, al menos hasta el momento presente, mientras ésta no se pronuncie oficialmente condenando esa opinión (si se produjera esa condena oficial, el finis operis del teólogo Rhonheimer se iría también al garete, por no emplear una expresión malsonante). Me parece importante hacer esta aclaración para evitar posibles malentendidos.

 

Un cordial saludo

 

Josef Knecht (no soy en realidad el personaje de Hermann Hesse, aunque el finis operis de Knecht, en la novela, y el mío, en la realidad, coincidan)




Publicado el Friday, 11 May 2012



 
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