Suele ocurrir que tememos ser malinterpretados y acudimos a la recurrente frase: “omití o me faltó añadir” o expresiones por el estilo, pues nos ayuda a descargar responsabilidad y si no, siempre queda el recurso exculpatorio de haber supuesto al lector unas entendenderas más afiladas. Vaya las que se trae el látex. Me parece fantástico el giro copérnico del amigo Daneel, que de recomendar silencio a manifestarse ahora “…abierto a escuchar con atención los argumentos... ni erradicar ningún intento de debate...”. Bienvenido sea pues el nuevo propósito, pues no era ese precisamente el mensaje de su primer escrito...  

Y a ese propósito me encomiendo cuando saco a la palestra la sexualidad en esta web aunque algunos –pocos- se empeñen en decir que no es el sitio adecuado. Sería como decir que en esta web no cabe hablar de economía, de crueldad, de coacción, de caridad o de obediencia, por poner sólo algunos ejemplos. Y es curioso que el argumento común sea que es cosa de Iglesia y ya está todo dicho. ¿Que el Opus Dei nada tiene que ver con el tema? Bueno, ellos a todo esto le llaman pureza y se van de rositas. Por no hablar de los que se van de la “barca” o tienen intención de hacerlo, que son siempre acusados de tener problemas sexuales, perdón, de pureza.

Me daría por satisfecho si en todos los demás ámbitos se dijera lo mismo, o sea, que son temas de la doctrina social o de la encíclica tal y cual de la Iglesia Católica y no hay nada más que hablar, todo claro. Me temo que no es ni puede ser así, por lo que el primer mandamiento de la ley opusina, el sexto del decálogo de la Ley de Dios, si no tiene cabida aquí es que habrá unos intereses inconfesables (absolutamente conocidos) para confirmar lo que ya dije el primer día: en el Opus Dei no quieren que se hable de sexualidad. Pues allá vamos, que para eso se creó opuslibros.org., digo yo y entre otras muchas razones.

A la Iglesia de verdad no le importa nada que se abran debates al respecto, al contrario. Por lo que no hay que temer en absoluto que se vaya en contra de ella por el mero hecho de abrir canales temáticos donde sea, sin ofender y con ánimo de aportar. Otra cosa es la única Prelatura, que a estas horas estarán generando inquietantes informes internos y gélidas indicaciones para que alguien intente intervenir y contrarrestar, como siempre han hecho y especialmente desde la existencia de opuslibros.

Quizás mis formas no son las más exquisitas y algunos se sientan más ofendidos que otros por no estar habituados a un léxico algo rudimentario. No tener una pluma fácil, culta o especialmente docta no debería impedir poder expresarse ni ser excusa para no traer a colación tan espinoso tema y no ser considerado con el rutinario dogmatismo peregrino presto a despreciar argumentos facilones y demagógicos. No deberíamos desmerecer inquietudes ajenas por incómodas que a uno le resulten, aunque mucho me temo que las formas es lo de menos y lo que más disgusta o asusta es el fondo. Aún espero respuesta a preguntas planteadas, aunque alguna ya la intuyo. Pero para respuestas espléndidas están las magníficas e impagables ilustraciones de Ana Azanza, Mabel, e incluso Perladeladriatico y otros, que iluminan con precisión quirúrgica y argumental mis envites y celebro que hayan sido ellas las que te hayan hecho recapacitar, hayan incitado dudas y provoquen finalmente predisposición a escuchar. Ya hemos avanzado algo: muera el inmovilismo.

Me extraña que un hombre que se dice casado y con hijos no haya tratado aún de todo ello con su amadísima esposa. No sé, pero me parece alguien muy travieso, sin ánimo de profundizar en particular. Y lo digo con todo el respeto del mundo y precisamente porque el silencio deviene por desgracia y muy a menudo en diversas sumisiones, con lo que no mejoramos ni santificamos en nada la relación. Y la sumisión no es obediencia, excepto en el Opus Dei, que cambia otra vez de término la estricta realidad.

La Iglesia no se moverá sola si entendemos por Iglesia quienes ostentan los más altos cargos eclesiásticos, Santo Padre incluido. La Iglesia somos o deberíamos ser todos (como la Agencia Tributaria), así se nos enseñó y así debe ser. Quién no aporta, o no tiene nada que aportar o está defraudando. Valga la redundancia, en el Opus Dei se practican los dos tipos fraudes: el moral y el económico.

Por tanto, no entiendo tanto ímpetu doctrinario para que nada se mueva ni nada se modifique y aún menos cuando no se trata de ningún dogma de fe. Cuando conviene hay que citar a los primeros cristianos, cuando conviene hay que citar la encíclica por muy extraña que sea en algunos tramos. Incluso incomprensible, pero no pasa nada. Pues pasa que movimientos ultraconservadores se agarran a ello y en connivencia con la jerarquía (el mismo opus se autodefine como parte de esta jerarquía) hacen mucho mal. Y detrás del supuesto bien impreso en carátula dorada hay mucha falsedad y demasiada realidad contrastada que desdice de la misma Iglesia, pues quienes dicen defenderla, amarla y protegerla con locura, muestran –sin pretenderlo- un lado oscuro desgarrador y absolutamente dañino para la misma.

Y a silenciar, a olvidar: dame buenas razones – no populismos doctrinales solamente- por las que hayamos que seguir callando. Dame tú, argumentos sólidos que justifiquen que todo está dicho y escrito y avalado por el Evangelio para que debamos renunciar a la denuncia de alguna incoherencia doctrinal y otros desaguisados de proporciones bíblicas que claman al Cielo.

Me viene que ni de perlas el fragmento de un escrito del erudito y admirado colaborador habitual de esta web, Gervasio:

El secretismo que rodea las conductas sexuales florece bien en los confesionarios. La moralidad que obliga a restituir florece mal en los confesionarios. Y menos aun una encíclica social. (Gervasio, Abril 2007)

Y es que algo falla cuando se falla en tanto y no estamos en la edad media, por lo que no hay que empeñarse en permanecer en ella. No puede ser que las dobles morales sean tan frecuentes como para que se sepa pero no se diga, se acepte de puertas adentro pero se niegue en el llamado fuero externo para no escandalizar. ¿De qué vamos? ¿Es ese silencio una prolongación del secretismo? ¿A qué viene tanto miedo?

Pablo VI obraría en conciencia, pero no habló ex-cátedra del tema. ¿Quién puede negar que ante tal ingente y compleja cuestión, más para un célibe, no optara por no complicarse la vida y pensando también que sus sucesores ya lo resolverían algún día? Una encíclica es válida hasta que otra la sustituye y si no hay voluntad de los creyentes (por encima de los gobernantes) de avanzar en la justicia y la verdad, flaco favor le hacemos a nuestra Iglesia. Que para evitar esto ya están los retrógrados que le sacan su beneficio particular y hasta tan hondo han calado que incluso muchos de sus propios desertores quedan condicionados de por vida mentalmente, reteniendo bloqueado el interruptor del juicio e impidiendo razonar con un mínimo de sentido común.

Si la Iglesia Católica no triunfa en este sentido habrá fracasado estrepitosamente, con el riesgo añadido de que instituciones infiltradas en sus estructuras y tan falsas de raíz acaben por apropiarse el mensaje de Jesucristo para adaptarlo fanáticamente y globalmente a sus propios intereses sectarios.

Pospongo para próximos escritos el proseguir con la sexualidad propiamente dicha para dejar definitivamente de lado cualquier teoría que ofusque la práctica y poderme centrar en los usos y abusos amparados por el silencio institucional.

Saludos cordiales.

Manzano