"No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y déis fruto, y un fruto que permanezca" (Jn 15,16)

Son palabas del mismo Jesucristo. Es Él quien nos elige. La llamada de Dios a cada persona es una llamada al fondo de su corazón abierto. Es el Espíritu Santo quien llama, quien da las gracias necesarias para vivir en consonancia a esta llamada divina. Si es cierto que a veces, el Espíritu se vale de personas, lecturas o vivencias, no lo es menos que tales intermediarios nunca proponen la vocación. Es el propio interesado quien acude libremente y por efecto de la gracia recibida a una determinada persona que le pueda orientar. Así pues, como muy bien ha expresado en su artículo Paulino, la mayoría, o la casi totalidad de los sacerdotes en la Obra, no ha tenido esta llamada de forma libre y particular por parte de Dios, sino que han sido interpelados por una persona que requiere su vocación según las necesidades de la Obra. De esta manera, no ha habido, de forma libre y espontánea, ni petición del interesado ni llamada del Espíritu.

Siendo así, y dado que en nuestro catecismo de la iglesia católica se describe como dogma central de nuestra fe, la existencia de la tercera persona de la Santísima Trinidad, valdría la pena valorar si realmente la Obra pertenece a dicha iglesia, dado que olvida o ignora la llamada del Espíritu divino, sustituyéndola por una petición logísticamente humana. Si eso es así, valdría la pena preguntarse pues, como dice Paulino, si todos los sacramentos que imparten y celebran los sacerdotes de la Obra son válidos.

Soy Yo quien os he elegido. Es Mi Espíritu quien debe morar en vosotros. Si mi Espíritu está en vosotros, vosotros estáis en mi. Soy Yo quien llamo y cuando lo hago mi llamada es clara.

Para pensar: ¿El Vaticano acepta a estos presbíteros ordenados en la Obra como verdaderos sacerdotes?

Perladeladriatico