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ferita :

YO TAMBIEN SUFRÍ (2)

Ferita, 28 de noviembre de 2011

 

 

Empiezo a contar mi historia. Conocí el Opus Dei a través de una amiga que “se me hizo” estudiando Bellas Artes en Madrid. Ella me llevó a un centro, Miguel Angel, a una meditación. Iba de vez en cuando pero ella se enganchó a mis amigas y amigos, era supernumeraria. La verdad es que me impresionó, todo a oscuras, la voz, la lamparita, la mesa, tenía un algo de misterio que enganchaba. No paró hasta que me confesara, el sacerdote D. FFC., me gustó y salí muy contenta, nunca había oído hablar así de Dios. Comencé a tratar a Dios de una forma diferente, más cercana y profunda. En mi familia, con poca formación,  íbamos a Misa, pero tenían una gran incoherencia de vida...



En ese centro eran muy jóvenes y “saltarinas”, las numerarias, siempre con la risa puesta. El ambiente no me gustaba porque la gente era bastante más joven que yo y, si iba, era sólo a meditaciones. Lo deje un tiempo hasta que mi amiga me sugirió fuera por un colegio mayor, Alcor. Dijo que conocía a una periodista, P., que me iba a encantar, además allí podía asistir a conferencias y actividades muy interesantes. Era verdad y me invitaban. Era gente universitaria, estudiantes más de mi edad. Surgió el hacer un curso de retiro, vamos era imprescindible ir porque el próximo tardaría mucho tiempo en organizarse, y así podría asistir a medios de formación que eran especiales, (desde luego acertaron conmigo con el planteamiento si no, no puedes…) me resistí, pues entonces tenía una gran infección respiratoria y era necesario, tres veces al día, hacerme vahos. Eso no era problema, y ya veis a la numeraria con un cacito de aluminio, dejando olor a eucalipto por todo el recinto arriba y abajo. Así me gané el poder entrar a un círculo.

 

Desde entonces mi amiga desapareció, ya había pasado el “testigo”. Empezó la captura. Me llamaban, me invitaban y allí encontré lo que en mi familia no tenía: cariño. Entendían mis ambiciones, mis proyectos, además la periodista hacía mucha vida social, entre varias le arreglaban el pelo, le pintaban uñas, cuando tenía que asistir a algún evento. Era estupendo, con su profesión estaba en medio del mundo, tanto, que al poco tiempo se fue y se casó…

 

Me ofrecieron un lugar para poder ir allí a pintar (en mi casa no tenía espacio), me invitaban a desayunar si iba a Misa y a una estupenda meditación. P. me animó a pensarme si quería ser de la obra. Yo siempre me quejaba de dolor de piernas, pies, llevaba plantillas y ella me aconsejaba que eso no lo dijera nunca… Todo muy sincero. Nunca debí ser numeraria pues mi condición física, como se verá, no era la más adecuada. Así, después de tanto acoso, tanta meditación dedicada a mí –me decían-, tanto círculo y tantas cosas positivas…

 

Yo quería, cuando terminara la carrera irme a estudiar a Roma y también ir a Paris para ver el Louvre, la ciudad de los pintores. Me decían que no habría ningún problema pues allí había una residencia de estudiantes en la que podría estar con una beca... Total un chollo. Pité.

 

Un día llevé a una amiga un poco “espectacular de físico” al colegio, le interesaban las actividades. Veníamos del cine y la presenté, contando lo mucho que nos había gustado la película. Ella se fue encantada y el día que volví me dijeron que las numerarias no íbamos al cine ni espectáculos, ni bodas, ni eventos… ni... ni… y que esa amiga no era el tipo de las personas que podían ser de casa. Me quedé de piedra, pues no sabía que había que tener una “clase especial” y lo del cine…, con lo que me gustaba y estar al día de todo…

 

Me empezaron a dar clases y empecé a saber en dónde me había metido. Yo estaba “acongojada” pero… “ya tenía vocación y la gracia para pasar por todo”.

 

Desde luego que mis padres notaron el cambio. Yo era perezosa, desordenada, contestona, siempre dando mi opinión, pero buena persona y de buena fe, cuestionando las cosas que me decían, incluso a mi padre, que según él todo lo hacía mal si no hacía lo que decía. Ahora tenía otra actitud.

 

Me hice de la obra pensando que toda mi vida seguiría igual. Santificarme en medio del mundo, con mi trabajo, mi pintura, mis amigos, mi familia, lo único era dejar al novio. Hasta me pareció mejor entrega pues muchas contaban lo mismo. Pité sin saber siquiera que tendría que vivir en un centro. Lo de no salir con chicos me costó pero, como veía el matrimonio de mis padres, mi madre siempre llorando y mi padre siempre chillando, me pareció una salvación.

 

Cómo anécdota y para que veáis hasta que punto desconocía lo que me esperaba dentro y dónde me había metido, os cuento: Estaba en 4º curso de Bellas Artes. Todos sabíamos que teníamos un compañero del Opus Dei, era serio, formal, pintaba muy bien y le queríamos mucho. A los pocos días de pitar .yo, me lo encuentro a solas y le suelto “pax”, Él, alucinado, balbuceó “in aeternum” y, como si fuera un hermano mayor me dijo que ahora tenía que hacer mucho apostolado, pintar muy bien y llevar mucha gente a Dios. También debo explicar, que en las clases pintábamos cantando a pleno pulmón, con el modelo desnudo delante. Como, ingenua de mí, conté a medio curso que me había hecho del Opus Dei, incluido a mi medio-novio, cuando aparecía por la puerta del aula, entonaban todos el “tantum ergo” a grito pelado… (Madremiadelamorhermoso, que diría Forges).

 

Mi hermano mayor quiso hacerse dominico a los 18 años. Venían dominicos y hablaban con mi padre, que se sentía alguien importante y mi hermano se decidió. Nos hicimos una foto “con escenario”, mi padre en un sillón enorme, su hijo al lado, luego mi madre, mi hermano pequeño y yo, sentada en unas escaleras que no llevaban a ninguna parte. Fueron unos días de gran alegría, le compraron ropa nueva, ropa interior a estrenar y el joven se fue y duró una semana. Volvió y mis padres se mofaron de él. Desde entonces se volvió un chico problemático y sin motivación. Enseguida se buscó una novia guapísima y estaba por ella feliz. Mis padres se enteraron y después de unas situaciones un tanto especiales (ella no era de la clase social que esperaban) dijo que se quería casar. Le echaron de casa. Yo era ya adscrita y en el centro me ayudaron mucho a llevar este conflicto, sin dejar a mis padres, ni a mi hermano, que nos veíamos a escondidas. Fui a la boda, de madrina, pues mis padres no quisieron saber nada. Al terminar la ceremonia nos dijeron que mi padre había aparecido el último de la fila a comulgar con un bastón, que no necesitaba, y se fue, por supuesto, sin que nosotros sus hijos le viéramos ya que estábamos arriba en el altar y pasamos todo el tiempo llorando.

 

Todo esto lo cuento para que conozcáis en qué ambiente me movía y la responsabilidad de los padres que tienen ante las decisiones de sus hijos y el daño que se puede hacer, por no estar a su lado, pues yo, si hubiera tenido el apoyo de mis padres, me hubiera vuelto a atrás.

Antes de que mi hermano se casara aparecí yo un día diciendo que tenía vocación y que me había hecho del Opus Dei. La que se armó. Yo convencida que sería una alegría. Por más que quería traer un cura a casa y que les explicaran, no hubo manera. Mi padre me dijo que terminara mi carrera y que luego hiciera lo que quisiera, no entendían nada y tampoco querían saber. Si decía algo en buen plan y con cariño, la respuesta era que me fuera, igual que mi hermano. Dejaron de hablarme y me puse enferma, no comía, no tenía ganas de nada. Mi padre me decía que si me olvidaba del tema, me compraría un chaquetón de piel y mi madre que me hiciera monja, por lo menos con un hábito…

 

Después de terminar la carrera dije que tal día me iría, que me iba a Paris a conocer la ciudad, estudiar francés y ver museos. Seguían sin hablarme y ese día desaparecieron de mi casa. Yo esperé todo el día y como eran casi las 9 de la noche me fui en un taxi con una maleta, la caja de pinturas y un poco de dinero que había reunido. A los pocos días me fui a Paris…

 

 

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Publicado el Monday, 28 November 2011



 
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