Érase un estudiante de un Colegio dirigido por la Prelatura – aunque en los folletos que distribuyen dice que sólo tienen a su cargo la dirección espiritual – en la que, uno de los chicos, de esos que Escrivá tildaría de “buena madera” en su afán proselitista, comunicó a su profesor de preceptor - numerario – que no iba a hacer la Confirmación en el Colegio sino en la Parroquia.

La noticia le dejó los ojos de plato, pero… ¿Por qué? Por qué una decisión tan natural puede causar el estupor de los hijos de Escrivá? Y es que, como institución casi sectaria seguirán “quien no esté conmigo está contra mí”.

Así pues, el inocente muchacho con inocente y cristiana decisión, fue llamado a la Dirección General para que rindiese cuenta de tan “inmoral” y “desleal” decisión. ¿Cómo vamos a perder un número más entre los que ya tenemos entre los de San Rafael? Sólo faltaron los faros dirigidos hacia su rostro: ¿Es que acaso has dejado de ser cristiano?, ¿Es que no te importa tu Colegio?... espetaron. Sin pelo de tonto el chico respondió: sigo siendo cristiano y me importa el Colegio y ustedes ¿Por qué les importa tanto que haga la Confirmación con ustedes en vez de otros?

¡Qué se habrá creído semejante muchacho rebelde!, ¡Tanto tiempo invertido en las preceptorías para hacer de él un devoto del Opus! Como diría Escrivá: “si no te hacen caso, déjalos, cierra oídos, no les hagas caso…” (Ref. Camino) Y así lo hicieron.

Pronta fue su sorpresa cuando un rumor llegó hasta sus oídos. Los más cercanos a los “medios de formación” en los Centros de la Obra dejaron de invitarle, hasta su preceptor ya no era el mismo con él. “¿Qué está pasando?” preguntó en su sencillez a un buen amigo. “Nos han dicho que dejemos de invitarte y estar contigo porque eres… un mal ejemplo”.

Nicanor

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