Solidaridad :
Publicado por Mª Asunción Balonga Figuerola
“Doña Disparates” y los Ejercicios Espirituales
Cuando estaba en la Universidad me lo pasaba bomba. Era como una fiesta en la que de vez en cuando había que frenar y estudiar algún rato.
Pero con razón se decía que Derecho era el “único bar que tenía facultad”.
Me convertí en una chica muy, muy, divertida. Ninguna broma me parecía bastante, a la hora de reír era la primera de la clase.
Con razón y cariño, un compañero mío me puso por apodo “Doña Disparates”.
Huelga decir, repito, que se trataba de un sobrenombre lleno de afecto e incluso de admiración por el arrojo que demostraba a la hora de apuntarme a cualquier bombardeo, eso sí bienintencionado y sin perjudicar a nadie...
Me gustaba que mis compañeros se rieran conmigo, no de mí.
Por ciertas circunstancias, pese a provenir de unas raíces familiares de religiosidad acendrada, tuve en la escuela una educación laica, así que no era precisamente una joven piadosa en cuanto a que por ignorancia, desconocía incluso la mayoría de oraciones vocales tradicionales.
Eso no quería decir que no tuviera inquietudes profundas y me hiciera preguntas profundamente existenciales.
Por eso, a raíz de la insistencia de una muchacha que hacía grandes esfuerzos por ser amiga mía y yo no es que la despreciara, es que la pobrecita ¡era una auténtica pelmaza!, acepté después de unas quinientas veces invitándome, a asistir a una especie de Ejercicios Espirituales…
La verdad es que en buena parte por complacer a aquella joven que acabó inspirándome una intensa ternura con aquella carita ansiosa con que me lo proponía.
Además se trataba solo de "resistir" un fin de semana.
Preparé una maleta breve, en aquella época no me quitaba los vaqueros casi ni para dormir y me dispuse a pasar lo mejor que pudiera aquellas jornadas que yo asimilaba a una especie de colonias escolares.
La casa era muy "cuca", una "torrecita" – en la expresión catalana – en una localidad próxima a la playa.
Nada más llegar empezaron los sustos que para mí eran cosas muy raras al no estar habituada.
¡El silencio, según la regla ignaciana, era obligatorio! ¡Mantenerme a mí callada era toda una hazaña!
Para respetar a las demás y cerrarme la boca, me hice con una biografía de Santo Tomás Moro y con cara de estar muy enfadada, fumaba cigarrillo tras cigarrillo en la sala de estar.
Otra novedad es que una señorita más mayor que era la que mandaba, habida cuenta de que yo había hecho mis pinitos en radio y televisión y tenía la voz educada en Cursos de Locución y bien impostada, me encargó como si nada ¡que fuera la que rezara!
Acepté porque llevar la voz cantante no me disgustaba y me hacía más llevadero lo que consideraba una auténtica "brasa".
Para orientarme me proporcionaron libros y un cuaderno donde venían copiadas todas las oraciones.
La lectura de la mañana y demás plegarias fueron saliendo bien.
¡Hasta yo me admiraba de oírme con aquella devoción como quién interpreta un papel poniendo mi mejor voluntad!
¡Pero, ay, tanto remedo de Santa Bernadette, no podía durar, Doña Disparates tenía que hacer su aparición!
Juro por Movistar que lo hice sin mala intención e inadvertidamente.
Por la tarde yo ya estaba absolutamente harta, un aburrimiento mortal me consumía, ser la dudosa protagonista de los inacabables rezos no me compensaba y así como a las ocho, después de un par de cajetillas fumadas, la vida de Santo Tomás Moro abandonada y cuando estaba decidida a marcharme en el primer tren, preguntándome qué hacía yo rezando y rezando un sábado por la noche en aquella casita perdida, la señorita me dice como lo más natural del mundo que pasáramos a la capillita y ¡que yo dirigiría el Rosario!
Pido perdón porque no quiero ofender a nadie, pero en aquel entonces con 17 años, yo creía que sólo las viejecitas beatas se entregaban a ese rezo.
Mi expresión era un poema, sólo pensaba en llamar por teléfono a algún amigote y que me rescatase.
¡No había ni móviles, ni Iphones, ni ordenadores; un fijo instalado en un despacho sitiado que llamaban Dirección!
Me rendí, me prestaron unas cuentas y el cuaderno de marras.
Yo arrodillada con la cabeza baja, di un rápido vistazo a los Misterios que para mí lo eran literalmente; ¡ah, pues no era tan difícil!:
La Anunciación La Visita de la Virgen María a su Prima Santa Isabel El Nacimiento de Jesús La Presentación de Jesús Jesús perdido y hallado en el Templo
Empecé recogida como si de un momento a otro fuese a levitar, pero la cosa fue degenerando, me dolían las rodillas, me distraía mirando alucinada los púdicos atuendos de mis correligionarias – nunca mejor dicho – empecé a descontarme y al llegar al quinto Misterio: Jesús perdido y hallado EN EL TEMPLO tenía la cabeza completamente ida, divagando en sabe Dios qué frivolidades.
Había desconectado.
Pero acudiendo implorante a la Virgen para que me diera fuerzas y terminar airosa lo que faltaba, oí aterrada, cuando ya no había remedio ni vuelta atrás, mi propia voz bien timbrada, desbarrando: Quinto Misterio. Jesús perdido y hallado ¡¡¡EN EL BOSQUE!!!
El Oratorio se vino abajo, risas es poco: ¡aullidos, carcajadas, gemidos! La señorita nos sacó a todas de allí y me miró como el lobo a Caperucita.
Aquella chica nunca creyó en mi total inocencia, ¡palabra que fue un simple despiste!
Y como, objetivamente, había hecho el ridículo, mi amiga “la pertinaz invitadora”, decepcionada, ¡pasó de contar con Doña Disparates pensando que no encajaba, una laaaaaarga temporada!
Publicado por Mª Asunción Balonga Figuerola
Publicado el Wednesday, 04 May 2011
|