Han sido publicados en esta web, varios escritos o correos, sobre aquellos ex, que una vez salidos del opus han dejado de practicar, han dejado la fe y algunos han dejado la Iglesia.

Todo lo publicado, tiene interés. Se entrecruzan diferentes pareceres sobre el mismo tema y todos tienen valores positivos.

Voy a poner mi pequeño grano de arena. Soy católica practicante. Nunca he dejado de practicar, ni he dejado la fe, ni he dejado la Iglesia. Pero desde pequeña, en la enseñanza religiosa de mis padres, de mi familia, de mi colegio, aprendí la base, los principios de mi fe católica. En los años en que estuve dentro, como numeraria, viví de los principios bebidos en mi infancia y en mi juventud. En la obra, sólo aprendí a hacer unas prácticas de piedad, que ya hacía antes de entrar y que en el opus les daban el nombre de normas y costumbres, que quitando las oraciones latinas propias del opus y alguna costumbre opusina, era la formación básica de todo cristiano, eso sí, saturación de escritos para mayor gloria del opus, pero no de Dios...

Cuando me salí, dejé de sentirme atada  y seguí con los principios religiosos que tenía antes de entrar, con lo cual no se alteró para nada mi vida de cristiana practicante.

Dejar de practicar al salirse, significa mucho más que alejarse de un lugar en un momento determinado. Significa negar la realidad espiritual de nuestra pertenencia a Dios, como cristianos corrientes. Y me viene a la mente, la parábola del hijo pródigo.  Al inicio de la salida, muchos ex que dejan de practicar, han notado que todo va de maravilla. No se tiene  a nadie que diga lo que hay que hacer, ni se tiene que rendir cuentas a nadie.  Se cuenta con los “amigos”, música, nueva vida, etc. Pero puede ser, que no se sea totalmente consciente de esta decisión, no nos percatamos de que los fundamentos de nuestra vida no están en aquellos lugares lejanos, sino en nuestra casa, en la Iglesia, aunque al salirse muchas personas corten por la calle de en medio; también aprenderemos de nuestros propios errores en un futuro más o menos lejano.

Todos nosotros también somos hijos pródigos cada vez que pedimos la herencia a Dios para alejarnos de Él. Somos hijos pródigos cada vez que buscamos el amor donde no podemos encontrarlo. No es fácil recorrer el camino de la vida sin la ayuda de un Padre que nos ame, que nos comprenda y que nos anime.

Uno de los grandes retos de la vida de un cristiano, consiste precisamente en reconocernos pecadores delante de Dios y pedirle su perdón. Porque la historia de la parábola del hijo pródigo, no es una simple novela entre muchas otras. Es la historia de cada uno de nosotros llamados a reconciliarnos con el Padre. Él nos espera con los brazos abiertos para darnos de nuevo su amor.

Ese recorrido hacia la casa del Padre, puede ser más o menos largo, durar más o menos tiempo, pero si queremos, podemos. Ese recorrido es personal, aquí no hay directores, somos nosotros, los que tenemos que dar el primer paso y Dios sale a nuestro encuentro.  Aquí se trata de un encuentro de dos: Dios y yo.

Ni las amistades, ni los maridos, ni los novios, ni los padres, ni los hermanos, intervienen, quizás si son católicos practicantes, nos acompañen a distancia con sus rezos.

Somos libres de tomar nuestras propias decisiones. Dios no se cansa  de esperarnos a cada uno con nuestro nombre y apellidos.

Los que participamos en esta web y somos católicos practicantes, sólo podemos rezar por los que han dejado la fe de lado. No somos quien para juzgar a nadie y menos a nuestros compañeros y amigos que son ex, como nosotros.

Pensemos que no es casualidad, que un montón de personas nos demos cita en esta web, unos como lectores, otros participando con nuestros escritos, pero todos superando la salida o la permanencia del opus. Dios está con cada uno de nosotros. Es el Dios de la Misericordia y de la Paciencia. Y nos esperará toda la eternidad.

Un abrazo.

Pimpinela escarlata