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 Correos: Los democristianos y el cardenal Tarancón, mal vistos por Escrivá.- Josef Knecht

010. Testimonios
Josef_Knecht :

Recientemente se ha entablado un interesante diálogo entre Supo (19.11.2010) y Alberto Moncada (22.11.2010) en esta página web a propósito de los croatas Vladimiro Vince (1923-1968) y Luka Brajnović (1919-2001). Me ha interesado mucho ese diálogo; el comentario de Alberto acerca de los demócrata-cristianos, mal considerados por monseñor Escrivá, me ha evocado un recuerdo personal que ahora quisiera rememorar con los lectores de Opuslibros.

 

Se trata de una grave metedura de pata que cometí en mis tiempos de estudiante de Teología en la Universidad de Navarra, en los años ochenta del siglo pasado. Yo estaba acostumbrado a que, en las tertulias de los Centros de numerarios de Pamplona, ilustres profesores de esa Universidad y otros numerarios criticaran con cierta frecuencia a políticos democristianos, como Joaquín Ruiz-Giménez (1931-2009), a quienes se caricaturizaba como “meapilas”; éstos carecían de la verdadera mentalidad laical que caracterizaba a los políticos del Opus, tanto tecnócratas del franquismo como militantes del Partido Popular u otros partidos políticos. Los democristianos eran vistos en la vida interna del Opus, al menos en aquellos años, como una manus longa de la jerarquía eclesiástica, lo cual contradecía, desde la perspectiva de la “mentalidad laical”, la legítima autonomía de los laicos en la vida pública. Los miembros del Opus Dei no podían comulgar con ese procedimiento, tan clerical, de ejercer la política.

 

Pues bien, imbuido de esa idea, yo, que entonces era un numerario ejemplar (y, por tanto, ridículo), metí la pata. Un compañero de clase, joven sacerdote diocesano, que compartía conmigo el aula de la Facultad de Teología y que, por cierto, no pertenecía –y, que yo sepa, sigue sin pertenecer– a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, profesaba una ferviente admiración por el pensamiento demócrata-cristiano, así como por la figura del cardenal Vicente Enrique y Tarancón (1907-1994), arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española. Movido por el “buen espíritu”, me atreví un día a criticar, conversando con él en presencia de un sacerdote numerario y veterano profesor de la Facultad, a los “meapilas” democristianos y de paso hablé negativamente de Tarancón, a quien también se criticaba de vez en cuando en las tertulias de los Centros de numerarios por ser demasiado condescendiente durante la Transición española a la democracia; incluso llegué a escuchar en varias ocasiones que, gracias a la blandura de Tarancón, la institución matrimonial había quedado dañada de raíz en la sociedad española con la ley regularizadora del divorcio, aprobada por el Parlamento el 22 de junio de 1981, siendo Leopoldo Calvo-Sotelo (1926-2008) presidente del Gobierno y Francisco Fernández Ordóñez (1930-1992) ministro de justicia; años después, otro sacerdote numerario, recordando aquellos acontecimientos, exclamó en presencia mía: “¡Por culpa de Tarancón España perdió el sacramento del matrimonio durante la Transición!”. Inmerso en este contexto ideológico, pretendí con ingenua intención abrir los ojos de aquel cura joven haciéndole ver que la democracia cristiana no encajaba con el espíritu de Escrivá. Le hablé con excesiva vehemencia, impulsado por el afán proselitista que el Opus entonces me inculcaba, y se ve que me pasé de rosca en mis ataques a la democracia cristiana, basándome tan sólo en prejuicios sin fundamento y, para colmo, sazonándolos con la guinda de Tarancón.

 

(Entiéndanse bien mis palabras y no se malinterpreten. No pretendo decir que Tarancón fuera democristiano. Mi propósito fue corregir a mi compañero de aula por lo que entonces me parecían dos errores: su preferencia por la democracia cristiana y su admiración por la persona y la política eclesiástica de Tarancón.)

 

Pensaba que mi comportamiento con el compañero de estudios iba a complacer al sacerdote numerario y profesor de la Facultad presente en aquel coloquio, pero no fue así. Por eso, al día siguiente me hizo en privado una amable corrección fraterna, en la que me explicó que, en la labor apostólica de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, no había que denigrar el pensamiento democristiano con la soltura con que se hablaba de ese asunto en los Centros de numerarios; y me lo dijo así de explícito: “como se habla de ese asunto en los Centros de numerarios”, de modo que él sabía perfectamente cuál había sido la fuente de mi pensamiento y actuación. La razón por él aducida era que el clero tenía una legítima mentalidad clerical que debía ser respetada por parte de los numerarios laicos del Opus Dei, aunque no la compartieran. Comprendiendo que me había pasado de listo con mi compañero de Facultad, aprendí la lección y también me inicié en el “maquiavelismo” con que el Opus sabe adaptarse, a modo de camaleón, a los diversos ámbitos en que despliega su labor: cuando le interesa atacar la democracia cristiana, la critica por clerical, pero, cuando le conviene lo contrario, omite la crítica por clerical.

 

Josef Knecht




Publicado el Wednesday, 24 November 2010



 
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