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 Tus escritos: ¿Cuántos Opus Dei hay para un numerario? (y V).- Sarnoso

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sarnoso :

¿CUÁNTOS OPUS DEI HAY PARA UN NUMERARIO? (y V)

(Leer anteriores: Capítulo I, Capítulo II, Capítulo III, Capítulo IV)

 

 

OCTAVO OPUS DEI: LA PERSEVERANCIA VANIDOSA

 

Llega una época en la vida de los que hemos dado el gran paso de dejar el OD, que empiezas a replantearte todo. Las cosas que haces dejan de tener ese brillo inicial que con 12 años en el club tienen una luz especial y te emocionan. El plan del “peliculón” te resbala, los helados en la tertulia no te gustan, las tertulias de anécdotas de nP [nuestro Padre] te la sabes de memoria, los sofás de las salas de estar son incómodos, el oratorio es frío,… Uno empieza a hacer el puzle de su vida y ve el poco sentido que tiene. Se teletransporta al día que pitó y se da cuenta de su “gran madurez”. Uno repasa todas las incorporaciones y se va dando cuenta de que se estaba dejando llevar por la inercia. ¿Dejaríais que alguien se casara con 14 años y medio y sin conocer las obligaciones del matrimonio?

 

Es todo un proceso en el interior de cada uno, que por dentro va planteándose por qué hace cada cosa y por fuera sigue con la careta de sonrisa perfecta en cada tertulia. Uno se vuelve menos dicharachero en la tertulia. En la confidencia cuenta “lo de siempre”. El encargo apostólico es sólo para cubrir el expediente…



En ese momento uno empieza a madurar su vida de cara al Señor. Te das cuentas del engaño en el que has vivido. Mucha parte por culpa del Opus Dei, otra por uno mismo que se deja llevar por la “forma de ser” del OD… y al final uno se percata de que lo único que ha hecho ha sido “buscarse” o actuar “de cara a la galería”. Eres consciente de por qué has ido “perseverando”: ¡Qué pensaría mi madre si hubiera dejado el OD a los 18! Por eso seguí a los 18. ¡Qué disgusto le daría a mi abuela si lo hubiera dejado a los 19! Por eso continué a los 19. ¡Con la de caña que le he dado a mis amigos para explicarle que vivo en el centro de estudios, y ahora con 20 años, cómo me voy a ir! ¡Y a los del trabajo con 24 años! ¡Y toda la familia, tíos, primos… siempre explicándole por qué no tenía tiempo! ¡Y todos los numerarios, agregados, supernumerarios, chicos de san rafael, madres de chicos de san rafael, etc., qué iban a pensar! Y yo por lo menos, caí en la cuenta de que perseveraba por vanidad personal y de la institución.

 

Personal porque ya todo mi entorno me “entendía” de una manera numeral. Dejaría de ser yo mismo. Todo lo que había dicho o hecho quedaría en papel de mojar y por ende, yo también. Así que más valía la pena perseverar y seguir siendo el “yo” que los otros veían, mantener el estatus social que uno se cree cuando es numerario y evita problemas con otros. Entendía que era más cómodo seguir de numerario. Por eso seguir varios años con las dudas continuas, pero bueno, ya estaba hecho a ese mundo y tampoco costaba tanto seguir en la engañifa.

 

La perseverancia por vanidad institucional es la que te hace perseverar por no dejar mal al “club”, al centro, a tus hermanos, por no ser escándalo, por mantener a tus hermanos en el camino… por “no hacer sufrir” al Padre ¡ésos son los planteamientos en el interior! Porque luego te encontrarás a gente de la obra y te darán esquinazo… porque nP aseguraba a los que no perseveraran lo peor del mundo, etc., etc. Te has pasado toda tu vida defendiendo lo indefendible de la obra en todos los ambientes (el cilicio del código davinci y yo ni me lo ponía, la pobreza en la obra, que no hay clasismo, etc…) y en ese momento tu subconsciente está tan programado que hace que te plantees perseverar porque si no, harías un “daño” a la obra. Es una lucha contra ti mismo y tu “yo programado”.

 

Pues en este octavo Opus Dei uno está pero no está. Está a la deriva. Por fuera todo es igual, pero por dentro uno empieza a consumirse y es capaz de enfocar lo que se hace mal dentro del OD y que no cuadra con su vida. Las cosas que había acallado durante tantísimo tiempo empiezan a pitar en sus oídos. Escuchadlas.

 

Lo que recomiendo cuando uno llega a esta etapa es apuntar todas estas cosas: qué ve mal, qué no le encaja, qué es incapaz de vivir, por qué ha hecho y por qué hace realmente las cosas, cuántas veces ha engañado para perseverar, qué le pide Dios realmente… habladlo en la oración. Dedicad vuestros ratos. Iros de retiro, lo que queráis… pero no comentéis nada con los pastores que lo único que quieren es que os quedéis pese lo que pese. Seguid haciendo el paripé en la confesión, en las charlas… e id madurando las cosas en la intimidad de vosotros con Dios.

 

Si un día os dais cuenta de que la situación es insostenible, que no tiene sentido, que os sentís engañados y que seguís engañando, que Dios no os pide eso, ni os lo ha pedido ni os lo pedirá, que habéis estado engañado a vosotros mismos, a Dios y a los demás, que os parecen mal y muy mal muchas cosas de la obra, que otras están bien, pero que curiosamente se pueden vivir siendo cristianos corrientes (que era a lo que vinimos)… pues cuando os deis cuenta de eso… os vais al oratorio y os quedáis tranquilos. Yo esperaría 2 meses madurando, sin contar nada a nadie.

 

En ese tiempo os tenéis que llenar de fuerza y valor para dar el gran paso. El paso más radical y costoso posiblemente de vuestra vida. Aguantad antes de dar el pistoletazo de salida. Y esperad acopiando argumentos. Os lo recomiendo: argumentos sobrenaturales y humanos, profesionales y doctrinales, de todo tipo. Tenéis que tener municiones de todo tipo que luego os harán falta.

 

Pasad ese tiempo (2 meses ó 2 semanas, lo que necesitéis) en estado “normal” para los del centro. Ya somos máquinas de aparentar estar bien aunque estemos más quemados que la pipa de un churrero, así que no pasa nada por alargar el juego. Yo en ese tiempo escrituré el coche a mi nombre (excusa: para que saliera el seguro más barato), llevé la ropa de invierno poco a poco a casa de mis padres sin que se dieran cuenta, etc.

 

No hemos hablado todavía del Banco Condal y la tapadera que es para pedir préstamos de estudios para los numerarios. Yo hasta engañaba a la pobre Antonia Puertas con las notas y le ponía siempre algún aprobado de más ;-) Bueno, pues dejad el préstamo también pagado si podéis. Dejad todas las cuentas y todas las cosas lo más clarito que se pueda.

 

Y entonces, un día, lo mejor es cuando te toque hacer la charla, lo cuentes.

 

 

NOVENO OPUS DEI: LA SALIDA

 

A mí ese día va y el tío que me llevaba la charla (un subdirector de esos que se bloquean a la mínima de cambio) me dice “¿Qué tal la oración?” Y ni corto ni perezoso le digo “pues en la oración he visto que tengo que dejar de ser de la obra; veo clarísimo que es lo que Dios me pide”. No sé si él pensaba que le iba a hablar del trato con el ángel custodio, pero se quedó con la cara blanca, descuadrada, y se fue. Sin más. Me dejó sentado en el sillón de la salita de visita con las piernas cruzadas y la agenda en el regazo. Ya está. Tengo que confesar que antes de esa charla estaba nerviosísimo, me sudaban las manos, pero Dios ayuda y uno tira para adelante.

 

Lo malo es lo que a uno le viene encima. Por eso tenéis que estar convencidísimos y clarísimos, sobre todo si lleváis muuuuchos años.

 

Como hice la charla por la tarde, nadie me dijo nada. En la cena el director ya me echó una mirada distinta, pero yo como si nada. Pasó toda la noche, a trabajar al día siguiente como un día normal y ya por la tarde empezó la caballería Opus Dei. El director me llamó a su despacho. 2 horas de conversación. Luego el cura. 2 horas de conversación idéntica. Luego otra vez el director. Cena. Luego otra vez…

 

Me dijeron que fuera a la delegación a hablar con uno de los vocales. Otras 2 horas. Luego otra vez con el director que qué me había dicho el de la dele. Mi razonamiento era siempre el mismo. Uno tiene que ser absolutamente sincero y tener claro que se va. No se puede dejar ni media puerta abierta porque la aprovecharán. Hay que estar 100% decidido.

 

Que si no lo había razonado suficiente. Para eso, la respuesta era que ya llevaba más de 2 meses madurándolo. Que si no había sido sincero. Correcto. No lo había sido por miedo y por eso ahora lo decía ¡ahora sí que era sincero! Que si ya estaba decidido y no me dejaba ayudar. Respuesta: es que es lo que Dios me pide. Etc., etc.

 

Al día siguiente fui a casa de mis padres para comentarlo. El cura y el director me dijeron que no fuera a hablar con ellos, pero yo dije que me daba igual lo que me dijeran. Que yo se lo iba a contar. Mis padres y hermanos se quedaron de piedra, y me dijeron que me lo pensara más despacio, pero que estaban para lo que necesitara.

 

En la delegación me dijeron que me fuera de curso de retiro dentro de 2 meses (en verano no hay) y dije que ni de broma, que yo me iba ese fin de semana ya a mi casa. Al final cedí (después de tantos años, y para que mis padres y dentro de la obra también se quedaran tranquilos) en irme unos días de curso anual –una semana-. Llegué un sábado. Con mi coche y el armario en el maletero. No dejé nada ya en el centro. La despedida con el director fue fría. Eso es muy duro ese momento. La última genuflexión en el oratorio de ese centro sin embargo era feliz. ¡Gracias! No me despedí de nadie más. Ya se enterarían poco a poco.

 

Tuve que hacer la maleta durante la misa y me fui mientras la gente desayunaba. Así me lo recomendaron. Ya sabéis, saldréis como si fuerais unos malhechores. Pero ya a esas alturas de la vida, te da todo igual. Se me quedó grabado en la retina la sensación al cerrar la puerta del centro y meter todo en el coche (fueron varios viajes bajando maletas). Y encender el coche. Mi corazón latía fuerte.

 

En la casa de retiros donde era la convivencia estaba la plana mayor en lo que a curas se refiere. Me asignaron uno que hablaba conmigo en torno a 4 horas diarias. Después de las charlas, me pasaba el día en la piscina relajándome de toda la presión psicológica. Era increíble. El de la dele también venía a verme. En fin, que dije que al domingo siguiente me iba. Me dijeron que hiciera confesión general. La hice. Hacía todo lo que me pedían para que vieran que no estaba enajenado, sino que Dios me pedía que me fuera. Que había llegado la hora de dejar de engañar. Pero en lo que no cedía era en la fecha: me iba el domingo.

 

Me tuve que pedir una semana en el trabajo, pero tampoco me dejaban más… ni quería, por supuesto. Y nada, me pasé la última semana en esa casa de convivencias. La administración como siempre se portó de lujo. Los mayores que estaban allí (que me había incorporado a mitad del curso anual) imagino que se olerían el tema y me trataban con cariño. Pero la carga psicológica fue durísima. Que si había una mujer detrás. Que si condenación eterna. Que si el que ve claro su vocación una vez… Y yo argumentaba con la nulidad de los matrimonios, con el engaño, con la falta de sinceridad.

 

El domingo por la mañana vino el de delegación y el cura. Hablé con ellos por cortesía y educación. Al final “me dejaron irme”. Es como que ellos tienen que dar el beneplácito. Me dio pena por dentro por ellos pero seguí manteniendo el tipo. Ese día, volví a llenar el coche con todo mi equipaje y rumbo a casita.

 

Recuerdo que una de las charlas que tuve en delegación (con esas salas ricamente decoradas) me dijeron que los que no perseveran Dios no les da hijos, que son unos desgraciados en vida y desgracian a los que tocan,… mil cosas. Luego me hablaron de que la salvación viene por la pertenencia a la institución, etc… Yo ya cada cosa me entraba por un oído y me salía por otro.

 

En fin, que arranqué el coche, llamé al porterillo para que me abrieran la puerta de la finca, y cogí la carretera. No había escrito ninguna carta de dispensa ni nada. Me dieron como 2 meses de prueba (el verano) estando “fuera” de la cosa. Al final del verano, me llamaron para que fuera a la delegación.

 

Ya estaba cansadísimo de las conversaciones maratonianas. Pero todo sea por dejar las cosas bien. Otras 2 horas de conversación, con la presión y los gritos del de delegación. Al final me dijo que escribiera la carta de dispensa (que ya tenía planteada en mi cabeza) y que ya veríamos si se me concedía la dispensa, que en “principio sí”. Ni se dignó a darme la mano, ni a despedirme ni nada. Él sabrá lo que hace. Al mes o así me llamó por teléfono que el Padre aceptaba mi petición de dispensa. Recuerdo que estaba en una reunión de trabajo y dije “ok, gracias”. ¡Ea! Se acabó, aunque para mí se había acabado muuucho antes o es que no había empezado realmente nunca.

 

Ese verano y último trimestre del año fue ir quedando con todos mis amigos, conocidos y familiares para explicarles mi nueva situación. Y desde la primera conversación te das cuenta que la gente es mucho más humana y comprensiva que lo que veías dentro del Opus Dei. La mayoría lo comprendió a la primera, otros se quedaron asustados de lo que era realmente la obra, muchos se alegraron porque ganaron un hermano, o recuperaron a un amigo y compañero.

 

Igual que tuve que ser cortante con el de delegación, con el director y el cura del centro cuando dije que me iba, poniendo los puntos sobre las íes y no cediendo lo que no debía ceder, la primera semana en casa de mis padres me dijeron que si les acompañaba a misa un miércoles por ejemplo. Me costó, pero les dije que “no”. Uno es bueno, dócil, manso y lo que uno quiera, pero hay que ser cortante con otras cosas y dejarle claro a uno mismo que ya no es de la obra. Eso cuesta. Pero hay que decírselo. Ya no.

 

Tienes que merendar un sábado sin conciencia de pecado, beberte una cerveza a la hora que quieras, dormirte viendo la tele, pisar un cine, entrar en una discoteca, bailar con una chica… descubrir el mundo, pero en vez de con 16 años, con los que tengas. Metí muchísimo la pata en cuestiones sociales: por ejemplo, no sabía si yo era de ron o de ginebra ¡no tenía bebida! no sabía bailar con una chica, mis primos no me conocían, ni mis vecinos, ni los amiguísimos de mis hermanos… pero todo se arregla con los años que uno tiene, gracia de Dios y buen humor.

 

Y entonces, uno empieza a vivir y a sentir la auténtica libertad y uno disfruta con miles de mínimos detalles. A mí por lo menos me pasaba eso. Disfrutaba una barbaridad cogiendo el mando de la tele, despertándome en fin de semana sin despertador, en ver amanecer después de una noche de fiesta, en ir a las fiestas populares de los pueblos de alrededor, en ir de testigo a las bodas/bautizos, en celebrar los cumpleaños familiares y brindar por y con la familia, en comprarte el jersey que tanto te gusta aunque no te haga falta, en cocinar tus primeros espaguetis, en comprarle a tus padres un regalito por lo que han hecho en tu vida, en sorprender a tu abuela con una visita… cosas normalísimas pero que uno disfruta como un niño. Recuerdo pisar la playa, recuerdo ir a misa por la tarde en mi parroquia, echar limosna en el cepillo, irnos unos amigos a una casa rural un fin de semana, la primera despedida de soltero, abrir el frigo y tomarme nata montada del bote directamente, poner música a tope en el coche, gritar guapa a las chicas, mi primer control de alcoholemia, mirar pisos, las cuentas ahorros, planear las vacaciones y los puentes, ver atardecer en una terraza con chillout, descalzarme y poner los pies en el sofá, tener zapatillas de andar por casa, tener un jamoncito en la cocina e ir cortándolo, cambiar el estilo de vestir, el peinado, dejarme la barba o dejármela de dejar, cabrearme con un amigo y volvernos a reconciliar, comprarme un móvil nuevo porque sí, disfrutar con los compañeros del trabajo, que tus amigos te manteen por primera vez en una fiesta, la primera conversación de verdad con un amigo donde uno le cuenta sus problemas, las primeras lágrimas de verdad… miles de millones de detalles que tiene la vida, que si uno nunca los ha podido vivir previamente, los disfruta con ojos nuevos.

 

- FIN –

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Publicado el Monday, 11 October 2010



 
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