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 Correos: Que en paz descanse.- Itaca

010. Testimonios
Itaca :

Conocí a don Juan Antonio González Lobato en Pamplona, él dirigió unos ejercicios espirituales para numerarias adscritas (éramos seis) en un viejo balneario. Siento no recordar el nombre, era un edificio muy grande, edificado al lado de un río. Era invierno y un frío húmedo nos calaba los huesos; teníamos las charlas en una habitación con una pequeña chimenea que tenía una placa con una mención histórica: “en esta habitación pasó una noche el malogrado rey Alfonso XII durante su visita a Pamplona”.

Don Juan Antonio suplió con creces lo inhóspito del lugar: nos contó infinidad de anécdotas de los “primeros tiempos”, cuando, por mandato del Padre, planteaban el tema de la vocación a los mejores alumnos de los colegios de Madrid ¡y pitaban todos! Al menos, así nos lo contaba. Y lo mismo en México... No ocultaba su deseo de volver allí. A nosotras, vocaciones recientes, nos planteaba un futuro de plenitud, exigente, pero con la seguridad de recibir “el ciento por uno”.

Recuerdo que acabé aquellos ejercicios entusiasmada, segura de haber encontrado el camino que Dios, desde toda la eternidad, me había preparado.

Recuerdo su acento y sus gestos, que a mi me parecían un poco amanerados, pero que atribuí a su estancia mexicana.

Unos años después coincidí con él en Barcelona. Llevaba la dirección espiritual de supernumerarias y agregadas, seguía con el mismo acento y gestos, seguía hablando de su vuelta a México y mantenía una actitud de muy estricta ortodoxia, yo diría que de una exagerada ortodoxia: en varias ocasiones personas a las que yo dirigía me dijeron que don Juan Antonio había “rectificado” mis consejos porque eran poco exigentes.

Recuerdo un caso bastante problemático: una agregada, médico, estaba haciendo una sustitución de un mes del médico titular en un ambulatorio situado en una barriada de chabolas; había venido a su consulta una mujer, gitana, pidiendo que le renovara su receta para obtener la píldora anticonceptiva (en aquellos años la píldora sólo se expendía con receta y ésta sólo servía para una vez porque el farmacéutico se la quedaba). Mi agregada se negó en redondo a recetarle la pildora, por más que la mujer le explicó que tenía ya diez hijos y que su marido, cuando llegaba borracho –estado habitual- la forzaba a mantener relaciones. Yo me atreví a decirle que, en mi opinión, le habría dado la receta, primero, porque aquella mujer no era su paciente y seguía un tratamiento dado por su médico titular, y segundo, porque al negarle la píldora, la ponía en una situación extrema, porque la ponía ante el riesgo de abortar si volvía a quedarse embarazada. ¿Mi solución? Darle la píldora, explicarle los sistemas naturales de evitar embarazos, y hacerle un seguimiento para comprobar si había entendido bien el método a seguir y ya no necesitaba el medicamento.

A la semana siguiente, mi dirigida me explicó que don Juan Antonio le había dicho que yo me había equivocado de medio a medio en mi consejo, que ella, al negarle la píldora, había actuado correctamente y según la Ley de Dios y que siguiera haciendo lo mismo en todos los casos. Pues bueno, pues vale, y a aceptar la cof que me cayó días después por mandato de la misma delegación.

Este “incidente” significó para mí un paso adelante hacia la puerta de salida, cosa que he de agradecer a don Juan Antonio González Lobato, que en paz descanse.

Itaca (Anna)




Publicado el Friday, 10 September 2010



 
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