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 Correos: Paralelismos entre la Orden del Temple y el Opus Dei.- Josef Knecht

010. Testimonios
Josef_Knecht :

El comentario que Giovanna Reale (2.06.2010) hizo a mi escrito del 14.05.2010 sobre las “guarderías de adultos” me ha evocado el recuerdo de algo que viví hace mucho tiempo, cuando residí en el Colegio Romano de la Santa Cruz (o Cavabianca) allá por los años 80 del siglo pasado.

 

El entonces profesor de las asignaturas de Historia de la Iglesia, de cuyo nombre no quiero acordarme, era un sacerdote numerario que, por sus estudios universitarios civiles, no era historiador, sino médico. De hecho, era también el médico del Colegio Romano. En atención a su infancia y juventud, arraigadas en un ambiente rural y huertano, trabajaba con ahínco y destreza en el jardín de Cavabianca. Por su carácter cordial y campechano y también por su veteranía, era un sacerdote mayor que, con cierto paternalismo, infundía buen espíritu en la convivencia y con el que se podían consultar cuestiones delicadas de moral o de conciencia; y es que también era profesor de asignaturas de Teología Moral, que impartía en un latín macarrónico, muy gracioso.

 

Este sacerdote enseñaba la Historia de la Iglesia sin el rigor de un historiador, pues no lo era. Sus clases se limitaban a resumir los manuales al uso que estaban de moda o, mejor dicho, que habían estado de moda antes del Concilio Vaticano II (1962-1965), ya que las publicaciones teológicas postconciliares estaban prohibidas por aquellos años en el Opus Dei, y los profesores del Colegio Romano debían ser más que ejemplares en la buena doctrina y en el uso estricto del índice de libros prohibidos impuesto por monseñor Escrivá después del Vaticano II a los socios del instituto secular Opus Dei. Las lecciones de historia nos resultaban muy divertidas, ya que, en contraste con el ambiente monótono, reglado, estresante y bastante aburrido de Cavabianca, las jocosas explicaciones de aquel profesor alegraban el estado de ánimo de los alumnos del Colegio Romano, por lo demás sometidos a un clima psicológico propio de una “olla a presión”, milimétricamente controlado. Aquel buen hombre no era un riguroso científico, sino más bien –y sin voluntad de ofender– un “cuentacuentos”, personaje que encaja de maravilla en los centros formativos de una “guardería de adultos”. En cualquier caso, nos lo pasábamos muy bien con él y con sus clases, tan amenas como superficiales.

 

Especialmente divertida era una anécdota que nos contaba con frecuencia, acaecida en el año 1111, acerca del vino italiano “EST! EST!! EST!!!” de Montefiascone. Ni que decir tiene que ese vino nunca lo bebimos en Cavabianca, ni siquiera en los días de fiesta mayor; era una anécdota contada a palo seco. No me importa confesar que, años después de desvincularme del Opus Dei, lo probé aprovechando un viaje a Italia. (Ese vino aún se produce hoy en día o, al menos, es un vino de la misma región al que los viticultores le han puesto ese nombre latino en memoria de la anécdota histórica).

 

El recuerdo a que me refiero al comienzo de este escrito no es el de este vino, sino que se centra en el énfasis que el mencionado profesor ponía a la hora de explicarnos la supresión de la Orden del Temple por parte del papa Clemente V a comienzos del siglo XIV. Hacía especial hincapié en aquel acontecimiento y le sacaba aplicación práctica para el Opus Dei del siglo XX. Advertía a sus alumnos, futuros sacerdotes, directores y jerarcas del Opus, de que existía la posibilidad remota de que con la Obra sucediera en el futuro la desgracia que habían padecido los templarios siglos atrás. Y proponía medios que se podían poner en práctica para prevenir a tiempo tan terrible posibilidad; principalmente insistía en que el Opus Dei debía rebatir cuanto antes cualquier crítica (él la llamaba calumnia), para evitar que las críticas tomasen cuerpo y provocasen que un papa sometiera a juicio a la Obra. Tal vez por ese motivo, el Opus Dei dé tanta importancia al “apostolado de la opinión pública” (abreviadamente, aop) y al trato personal, repleto de halagos, con monseñores de la curia vaticana. De hecho, el sacerdote a quien ahora recuerdo tenía algunos amigos entre esos monseñores y de vez en cuando salía a pasear con ellos; y, ensotanados todos, acudían a las actividades sacerdotales de un centro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz que había en Roma.

 

Siempre me he preguntado por qué aquel jovial “cuentacuentos” se ponía serio al referir la historia del fin de los templarios. No creo que fuera idea original suya; más bien supongo que debió de oírla o a monseñor Escrivá o a don Álvaro del Portillo o a directores del Consejo General. Lo que más temen los jerifaltes del Opus es encontrarse en la incómoda tesitura de verse sometidos a un proceso semejante al de los antiguos templarios. Y precisamente esto es lo que aquel veterano sacerdote inculcaba a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz en sus lecciones de Historia eclesiástica: entre historietas y anécdotas colocaba ese serio mensaje para que, a modo de advertencia, aprendiéramos a tomar medidas preventivas (principalmente el “aop”) ante tal posibilidad.

 

Por consiguiente, el paralelismo entre la Orden del Temple y el Opus Dei no es mero fruto de la erudición de Giovanna Reale, sino que se encuentra en la mente de los directores del Opus desde el período fundacional de la institución. Este dato es muy importante, porque pone de relieve que los directores del Opus son conscientes de que, de la misma manera que un vino del siglo XII aún se continúa produciendo en la Italia actual, así también un acontecimiento de comienzos del siglo XIV (el proceso contra los templarios y su supresión) podría replantearse de manera análoga siglos después. No cabe duda de que, además de ser astutamente precavidos, algo de mala conciencia, al menos en el plano del subconsciente, tienen esos directores.

 

Este es el recuerdo que me ha suscitado el último escrito de Giovanna Reale, a quien agradezco sus comentarios.

 

Josef Knecht




Publicado el Friday, 11 June 2010



 
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