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 Tus escritos: Un árbol trasplantado que no llegó a echar raíz.- Nicanor (XXIII)

010. Testimonios
Nicanor :

“Han sido los años más maravillosos que he pasado en mi vida” comentó, tiempo más tarde, la numeraria por la que había desarrollado un gran afecto. Sí, los chicos, las chicas, cada persona de los grupos de trabajo en los que me había visto envuelto, los agregados y supernumerarios que había conocido en serio y no únicamente desde sus “charlas fraternas”, con los que habíamos pasado alegría y dolor juntos. Si Escrivá solicitaría a sus hijos que “echen raíz” allí donde se “les ponga” y yo me resistiese a echarla en un principio, al final de mi estadía había atravesado la Tierra de extremo a extremo.

Al arribar a Lima, desconsolado, dejé mis cosas en SAETA y fui a almorzar con mis padres. Lloré en brazos de mi madre. Ella sabía perfectamente el dolor que “siente un árbol” cuando es arrancado de cuajo y, que su hijo no estaba preparado para ese tipo de cirugías. Mis hermanos estaban contentos y disgustados por un caso que narraré a continuación...



Durante todos esos años que pasé allá me asignaron dirigir un curso de retiro para chicos de “San Rafael”. La tarde del día siguiente llamaría mi hermana: “Papá ha tenido un infarto, está estable”. Busqué al “marqués” para solicitar permiso e ir a Lima. “No, Nicanor. No hay quien pueda reemplazarte en el curso de retiro. Dame los datos de tu papá para que lo atiendan espiritualmente”. Me comuniqué con mi hermana: “No puedo viajar por ahora porque… estoy muy ocupado, pero un cura irá a atender a papá”. Posteriormente me llamaría poderosamente la atención hechos similares que le ocurrieron al “marqués” con una pariente. Cada vez que enfermaba viajaba inmediatamente y repartía sus labores entre los que quedábamos. Hay numerarios y numerarios VIP.

SAETA era una zona de transición. Era el primero del grupo que iba a formar el nuevo “dream team” para reflotar el Club. Me encontré nuevamente con el “ingeniero”. Los primeros días los pasé en cama. Era obvio, los químicos antidepresivos poco podían hacer ante un shock emotivo tan traumático. Luego, junto al Director – él también era oficial de la Comisión Regional – me llevó a conocer la zona de oficinas de los Directores Regionales. El panorama era casi surrealista. Una serie de cuartos claustrofóbicos uno junto al otro, repletos de papeles, folios, armarios metálicos oxidados y rumas de papeles inclusive sobre el piso ¿En esas condiciones santificaban su trabajo? Los únicos que tenían oficinas decentes eran el Consiliario y el Secretario Regional. Mi nuevo Director me indicó la clase de trabajo que iba a hacer: ordenar un almacén repleto de documentos de infraestructura de distintas “casas” de la Obra; el Secretario me pasó unos planos de una remodelación para el C.C.TRADICIONES y el Consiliario que leyese el Vademecum de diseño de Oratorios. Este último documento atrajo mi atención. Existían tres o cuatro volúmenes dedicados a construcciones: de Centros de Estudios, de Oratorios, de Casas… “todo estaba escrito”, tal era que en el Prólogo decía claramente “no hay nada que inventar”. Poner orden al caos me era casi imposible sin tener referencias de tiempo y espacio para organizar los documentos así que iba lento. Lo primero que hice fue ordenar un poco el escenario de trabajo para no pisar los papeles al caminar ¿Cómo limpiaría la Administración esa zona? Revisé el plano de anteproyecto de remodelación de TRADICIONES y apliqué todo lo que había aprendido de mis “hermanitas” auxiliares. El proyectista era un supernumerario. Anoté el empleo de rampas y montacargas, espacios para depósitos de limpieza y lavabos, ancho de vías para caminar llevando cestas de ropa, etc. El Secretario vio mis revisiones y las desechó todas. “Lo único que has aportado es encarecer el Proyecto”, “Pero ¿Te eres consciente que todo eso necesita limpieza y mantenimiento con aparatos industriales?”, “Sí”, “Y que son nuestras hermanas las que cargan con eso”, “Sí, pero eso es parte de su vocación”. Cerré el asunto, al Secretario no le importaba que “ellas” se rompiesen la espalda y eso que había culminado la Maestría de Alta Dirección de la Universidad de Piura con todas sus clases de ética y gobierno de personas.

El ambiente era sumamente desagradable, por el caos y el terrible silencio. Me recordaba el pasaje de Frodo y Sam dentro del Castillo de Saurón, ni una risa, ni nadie tarareando una canción. Todo un ejemplo de cómo se debía santificar el trabajo.

Me trasladaron a otro despacho con un requerimiento más urgente, sellar las Crónicas que llegaban de Roma, colocarles el papelito detrás para que no empape la contratapa y meterlo en la bandeja de salida del Centro al que se dirigía. Así un día tras otro, era un “sellador”, “perforador”, “engrapados” y “foliador”. “Cuando llegue a Lima ¿Trabajaré en el ejercicio de mi profesión?” recordé la pregunta que hice al Vocal de “San Rafael”. En el cargo duré dos semanas. Dejé de ir.

La psiquiatra que me atendía encontraba una doble aspiración en mi personalidad y afectos. Uno lo que quería y gustaba y, el otro, lo que debía y hacía. “Tienes que elegir Nicanor, yo no puedo hacer eso por ti ni tampoco las medicinas”.

Recrudeció pues la situación al nivel semejante de la aparición de la enfermedad. “El ingeniero” se encargaba de agudizarla con sus exigencias de “¡Haz apostolado por lo menos. Toma estos números y llama a los hijos de los empresarios que estoy tratando y haz labor con ellos”. No llamé a ninguno, no me provocaba. Se enfureció: “¿Es que no sirves para nada? ¡Te has convertido en un inútil!”. Efectivamente, ya no era de “utilidad” para la Obra de Dios. Me fui de curso de retiro con algunos de los nuevos residentes del Centro. Me abordó el numerario italiano experto en fieras con una conversación fuera de todo contexto. Se encendió mi alarma interior “este chico no está bien, está en la fase maníaca propia de una depresión bipolar”. Efectivamente, había sido víctima de la enfermedad que estaba cundiendo dentro del Opus. Como dijo el “marqués” al cura arequipeño “la depresión es cada vez más creciente dentro de la Obra, es por ello que la Comisión está interesada en instalar una Clínica Universitaria cuanto antes, como en Navarra”.

El “Ingeniero” fue trasladado a la “casa” que le correspondía. Ya habían arribado todos los del equipo de reflote. Un arequipeño bueno y simpático, el italiano experto en fieras, el cura montañista siempre había estado allí al igual que del que cuidaba de su madre – paciente de depresión también - entre otros. Me dejaron cierta holgura para participar o no de los planes de reorganización. Aparentemente mi dossier de vida, ya no estando en Consejo Local, había añadido un párrafo de “hombre caído”, como en las películas policíacas de Hollywood.

Trascurría el mes de marzo de 2005. Una de las personas más queridas atravesaría una situación médica delicada, era el Papa. A Juan Pablo II le escribía con mucha regularidad y las cartas que recibía, aún siendo firmadas por un monseñor de la Curia, eran reconfortantes. Casi siempre le narraba anécdotas divertidas, imaginando que al leerlas se echaría a reír. Con él, desde niño, mantuve una especial relación espiritual y física. Su muerte fue caer en la oscuridad más absoluta. El ocaso de mi vida. Podía ya haber muerto don Álvaro o Echevarría para echar unas lágrimas, pero con el Papa… fue totalmente distinto.

Añadida esta gota, el vaso se rebasó. Retornaron con fuerza inusitada los deseos de muerte. Sí, morir dentro de la Obra, por lo menos dentro de casa, en el “mejor lugar para vivir y para morir”. Antes ya había pasado por etapas más extrañas, desde emborracharme con los sobrantes de vino o champagne los días de fiesta durante las madrugadas sin dormir, comer y devolver lo ingerido. Lo planeé, bastaba ingerir varias pastillas del sedante que me habían recetado pero no encontré la llave que celosamente guardó el Director, el amable Arequipeño, porque ya le había dado cuenta en mi “Charla Fraterna” del retorno de mis deseos de suicidio.

Al poco empezaba mi curso de retiro en LARBOLEDA. Un sacerdote mayor, de los primeros, grueso y de voz autoritaria. Un esclavo de la tecnología, repleto de “Palms”, “tonos de aviso”, “portátil”, “celular” entre otros… un VIP. Le conté de lo que me sucedía por dentro. Sólo se limitó a aconsejarme “la depresión, bendita enfermedad para hacer penitencia”. A tal grado estaba que no soportaba algunas meditaciones, salía. Las normas, las costumbres, lo que “Nuestro Padre” quiso, dijo, escribió, el qué hacer y el qué no hacer, la entrega total… Dos futuros acontecimientos me llevarían a dar un paso decisivo.

La primera sería del pobre joven numerario encargado de aquel sacerdote sufriente de Alzheimer. El chico comentó en la cena “entiendo perfectamente aquellos que defienden la eutanasia”, “¿Cómo es eso?” Pregunté con ingenuidad, “Imagínate mi vida, cuidando a este cura enfermo… pero es divertido también” y empezó a burlarse y narrar cosas íntimas de su enfermedad. Desde sus palabras sin sentido hasta los derrames de orines en la sotana. Todos echaban a reír. Esa noche quedé pensando “Así no quiero llegar a la vejez, con un numerario que me cuide por deber y luego se mofe de mi” Sí consulté para que le hiciesen una corrección fraterna porque yo me había retirado lanzando mi servilleta sobre el plato.

La segunda sería la del numerario que tenía desde años depresión. “Escúchame Nicanor, o aceptas la situación de tu enfermedad o vas a sufrir lo que te queda de vida dentro de la Obra. Por ejemplo, yo, ya no me retiraría ¿A dónde iría? , ¿A un asilo como donde estuvo mi madre?, ¿Con qué dinero? Mientras más rápido aceptes que tienes que adaptarte, mejor para ti”.

Mi “curso anual” fue apenas retornar del retiro. Otro numerario estaba pasando una situación análoga. Si uno “mira” un poco a sus “hermanos” se da cuenta inmediatamente quién está bien o quién mal. Hace poco, cenamos juntos y reímos a rabiar de una clase de Catecismo de la Iglesia Católica, en donde se tocó el controvertido tema de sexto y noveno mandamiento. Para variar el cura dijo “todo pensamiento contra la pureza es pecado mortal” y otro respondió “no todos”, “¿Cómo así?” preguntamos. En el caso de las viudas, cuando tiene recuerdos sexuales con su difunto esposo hay que discernir si son recuerdos de su vida sexual durante su periodo de casada o extra marital, esta diferencia discernirá si es pecado mortal o venial. Increíble, pensaba en mi interior ¡Qué casuística más complicada! El numerario que andaba mal estaba a mi lado, levantó la cabeza que sostenían sus manos, me miró y preguntó “¿Qué mierda están hablando estos curas?”, bajó de nuevo la cabeza y volvió a su posición original. Ciertamente tenía una gran semejanza a las controversias farisaicas y las casuísticas de la limosna al Templo o del trabajo de los sábados.

Retorné de mi curso anual. Charlé con el nuevo capellán del Centro. “Soy muy infeliz dentro. Tengo dos alternativas o me quito la vida siendo de la Prelatura o me marcho”. Con dulzura materna me invitó marcharme, Dios no podía querer que sus hijos sean infelices. “Probablemente Dios quiere que ahora te dediques a otra cosa y tu tiempo en la Obra ya pasó”. Quedé con los ojos de plato. Armé mis maletas y marché a casa de mi madre. Al día siguiente me llamaba el sacerdote, se retractaba de lo que había dicho – le habían hecho la “interrogado” – y solicitaba que me quedase en “casa” pero viviendo en casa de mi madre hasta retornar al Centro. Una especie de periodo para “pensarlo mejor”. La suerte ya estaba echada, no cedería. En mi conciencia y en oración sabía que estaba haciendo lo correcto. Me llamó el Director: “te recuerdo que tienes que tienes aún que cumplir todas las obligaciones que tienes como numerario”, “¿Cuándo puedo entregarte la carta de dispensa?”, “Si quieres mañana, pero ven a tal hora que no hay nadie en casa”. Fui, dejé la carta, la leyó y pidió que añadiese algunas frases que explique los motivos de mi salida. ¿Es que no podía escribir un “así como entré porque me dio la regalada gana así también me retiro”? No, hay que añadir un porqué: locura, deslealtad, impureza, “familiosis”… pero ¿por propia iniciativa? No. ¿Cómo es posible que alguien se retire porque le da la gana de la Obra de Dios y la salvación de su alma?

Por aquel entonces trabajaba para el Cardenal – del Opus - en el diseño de Centros Parroquiales. Repentinamente entró llamada del Administrador del Arzobispado: “pasa por favor a recoger tu cheque, vamos a prescindir de tus servicios… por motivos económicos”. Por supuesto, si hasta los “cooperadores” pueden ser no católicos con tal de sacarles unos buenos fajos de dinero, los que se van, sin dejar de ser católicos, se ven sometidos a ser expulsados de sus puestos de trabajo con un superior numerario (a) por… mil excusas, aunque “todos están llamados a ser santos en el ejercicio de su profesión” faltó añadir un “siempre y cuando…” De hecho hay ex numerarios trabajando para numerarios pero con la condición “que se porten bien” como me dijo el Cardenal.

Me concedieron la dispensa por parte del Prelado de la Obra en el 2007. Se me ofreció ser Cooperador si así lo deseaba. Esa pregunta de protocolo “¿Mantienes aún la disposición de no seguir siendo numerario?” sí que acogota las entrañas. Dos décadas dentro… “¡Sí! Me reafirmo”, “Bien, el Padre te concede la dispensa de tus obligaciones para con la Prelatura”.

Posteriormente me enteré que a los agregados y supernumerarios que había dejado en Chiclayo les solicitaron que no me escriban y que otros narraban que había viajado a Malasia. Ninguno de mis “hermanos numerarios” en “casa” me llama o escribe o cita para tomarnos un café o helado o para felicitarme por mi cumpleaños. Aún antes de dejar estos testimonios en esta Web.

Nicanor (eco_challengers@hotmail.com)

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Publicado el Wednesday, 02 June 2010



 
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