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 Tus escritos: Ya en el Centro de Estudios y la corrección fraterna.- Nicanor (XII)

010. Testimonios
Nicanor :

Afligido por la incomprensión de mis padres a la “necesidad” de vivir en una “casa” de la Obra porque desde que me hice de la Obra, a los quince años de edad, desempaqué maletas y me acomodé en un cuarto triple al fondo del pasillo del cuarto nivel que – en cierto modo – ya estaba bien puesto.

Pero antes, quisiera aclarar tres puntos que algunos fieles de la Prelatura me preguntan. La primera es que, uno se hace de la Opus Dei desde que decide serlo y es aceptado por la Prelatura. Esto me quedó clarísimo cuando Emilo, director del SAMA y ahora cura, le pedí la admisión e hice carta al Consiliario – Mons. López Jurado – puesto que estaba fuera de edad para ser de la Prelatura jurídicamente. Emilio me dijo: “considérate desde ya numerario del Opus Dei aunque jurídicamente no lo seas aún pero, espiritualmente ya lo eres” (no hay distinción entre lo jurídico y lo “¿espiritual?”, es más, lo segundo vale más que lo primero).

El otro punto por aclarar es que se dice que “la exigencia” de la vocación al Opus Dei es única; vale decir, a todos se les exige una entrega total. Esto a colación de un video que colgué en YOUTUBE y mencioné lo que en las reuniones con los Directores de una “casa” del Opus se sostiene semanalmente cuando se vislumbra el plantear “la crisis vocacional” a algún chico como numerario. Surgían dos comentarios. El primero que, cuando el pez por pescar solicitaba ser admitido como supernumerario no se le concedía su solicitud puesto que “hacían falta numerarios y no supernumerarios por lo tanto no se admitían solicitudes de ser supernumerarios a los chicos entre los catorce a dieciocho por lo menos”. Esto revela una situación interesante, porque si bien todos “comparten la misma exigencia en la vocación” lo que menos queríamos eran supernumerarios jóvenes porque “iban a lo fácil” en palabras de mi Director puesto que el supernumerario: no tiene obligación de vivir el celibato, vive en casa de su familia, puede tener novia, besarse, ir al cine, al karaoke, a las fiestas, casarse, tener hijos, etc...



El tercero, cuando un chico relativamente joven era aceptado como supernumerario, esto se hacía en razón a tres criterios que el Fundador dejó explícitamente indicado: “para el proselitismo se ha de tener en cuenta tres aspectos: talento, carácter y posición”, de tal suerte que si se cumplían los tres te ganabas pase libre para ser numerario. Pero, estos chicos jóvenes que empecinados con ser supernumerarios, para no perderlos, les dejábamos pitar y, en las charlas fraternas, se les insistía a “entregarse un poquito más” ¿”Entregarse un poquito más”?, ¿No que todos vivimos la “misma entrega total”? Algunos daban el salto a superar su estatus dentro del Opus y otros quedaban en su sitio. También estuve en casos en que, al “pitar” nuevamente de supernumerario a numerario y re escribir la carta – ahora al Prelado de la Obra – les iba fatal con las exigencias de la vocación de numerario o la vida en la “casa” y se le retornaba a su condición de supernumerario. Es decir, ¿Que si los numerarios tienen la especial facultad - proveniente de Dios, obviamente - para discernir con precisión la vocación de los futuros fieles de al Opus?… no. De hecho, entre tantos “formateos” cerebrales al “paciente”, terminaba por irse al poco.

Añado un cuarto. Dijo mi lector: “Esto que cuentas del Opus Dei no se parece en nada a lo que veo”. Tiene toda la razón del mundo porque ser del Opus es tan raro que supera con creces lo que se conoce como “vida ordinaria”: tener el periódico recortado, ir en parejas a comprar ropa, tener un ritmo marcado de entrar, salir, comer, estudiar, orar…; que otra persona vaya orientando tus amistades, que siempre uses pantalón, zapatos y camisa, que no puedas asistir a espectáculos aunque sea parte de algún curso de la Universidad, que todo lo tengas que consultar previamente… ¡Vaya sí que es poco “de gente ordinaria, de la calle”!

Dentro del ver lo que “quiero ver porque debo verlo así y no de otro modo” estará ese periodo intenso dentro del llamado Centro de Estudios. Vivíamos en el mismo dormitorio Claudio, Rafael y yo. Despertarse a las cinco y media, meditación (reflexiones dirigidas por el capellán de la “casa”) u oración (lectura del tomo respectivo de un libro llamado “meditaciones”) a las seis y media y misa a las siete. Desayuno y zafarrancho a la Universidad. Para los que teníamos clases muy temprano, nos levantábamos a las cinco, nos embutíamos el desayuno que las auxiliares nos dejaban preparado en el hall previo al comedor, mirando la hora para no pasarnos de la hora reglamentaria para poder comulgar. Recordando estas correrías era divertido, porque teníamos tanto sueño, que era como una competencia de glotones y casi digeríamos todo con los ojos cerrados para “seguir durmiendo”. Todo este ritual se realizada en estricto silencio, sólo se escuchaba el sonido de las tazas y el crujir de dientes masticando el pan con jamón. El silencio era otra costumbre impuesta por el Fundador para preparar las mentes y corazones para la celebración de la Misa. No se podía hablar, excepto cosas excepcionales tales como: “Rafa, te estás poniendo mi calzoncillo, el tuyo es éste”. El mismo silencio había de vivirse un par de horas en la tarde como “medio de preparación para la media hora de oración de la tarde” y en la noche que, será, una continuación del mismo que el de la mañana siguiente.

Pero te preguntarás ¿Y qué pasó con el lío de tus padres y tus estudios? Bueno, el cerebro lo tenía colapsado y rogaba la intercesión de nuestro santo Fundador. En la charla con Carlos, el director de todos los gatos que allí vivíamos, se me insistía en que llegue a un acuerdo con ellos. Para mi tranquilidad, mamá y papá aceptaron seguir pagando mis estudios universitarios con la condición que los fuese a visitar con frecuencia. Usualmente, un numerario o agregado, tiene que vivir con el corazón desprendido de cualquier afecto que no sea Dios mismo y su Obra. Es por ello que no se nos permitía ni tener en la billetera o porta retratos fotos de nuestros padres sino, necesariamente, una estampa de la Virgen. Recuerdo con claridad meridiana cuando a Gustavo se le ocurrió colocar debajo del cristal de su escritorio las fotos de su mamá, papá, hermano, hermana, sobrinos… y, como era medio artista, el collage le había quedado lindo. La numeraria que dirige a las auxiliares y pasea por las habitaciones mientras se hacen las demás hacen las labores arduas se asombró de tal “familiosis” (término acuñado en el Opus Dei para referirse a un apegamiento extremo del corazón para con la familia de sangre y no la sobrenatural). Avisó por el teléfono interno al Director y se le hizo la corrección fraterna respectiva (esta acción consiste en el llamado de atención a una costumbre o norma que, repetidas veces, un fiel de la Obra comete contra el espíritu del Opus o las buenas costumbres., se suele hacer en privado y se termina con las palabras pax-in aeternum).

Así pues, el fin de semana visitaba a mi familia. Estaba encandilado con la vida en el Centro, hasta tal punto, que se me ocurrió instalar en el comedor de mis padres una campanilla para avisar cuándo se debía bendecir la mesa y dar gracias al final. La campanita terminó refundida en algún lugar donde no la pudiese encontrar. Desinstalé también la TV del comedor para hacer tertulia. Mis padres estuvieron de acuerdo, el que saltó fue – para mi sorpresa – mi hermano supernumerario “¿Y qué nos vas a contar, algún artículo de Crónicas?” Ciertamente el muchacho no se había enterado, así que llamé inmediatamente al Director de su Centro para que le haga la corrección fraterna respectiva.

Esta costumbre es esencial en las casas del Opus, de hecho el Fundador dirá “tres cosas pregunto cuando llego a alguna casa de mis hijos ¿hay alguien enfermo?, ¿se hacen correcciones fraternas?, ¿hay vocaciones?”. Las correcciones subían y bajaban de nivel. En principio tenían que ser repetitivas, no pueden sustentarse en un solo hecho. Se consultan previamente al Director para que, asistido por el Espíritu Santo, le acierte. Así pues, todos nos observábamos entre todos para conservar el buen espíritu y practicar esta costumbre que semanalmente se nos recordaba con insistencia.

El resultado era… una rumba de cosas: “Nicanor, te quería comentar que estás dejando tus pelos en el jabón después de bañarte”, “Nicanor, te quería comentar que, cuando te vistes en el dormitorio usando la toalla para cubrirte tus zonas íntimas, no lo haces bien y se te ve y hay que cuidar el pudor”, “Nicanor, van dos días que te sientas en la misma silla del comedor y has de recordar que no tenemos ningún sitio como propio”, “Nicanor, no es bueno que te lleves el periódico a la caseta del inodoro, más aún cuando retorna goteado”… De ordinario no suponían un fastidio para mí. Sí me fastidiaba el hacerlas porque… ¡Eran tan poco familiares!

En casa de mis padres, si veía a que mi primo devoraba su plato con la fauces abiertas simplemente le decía en voz baja: “¡Doc! Abres tanto la boca que te veo las amígdalas”. Pero la corrección fraterna tenía que ser “clara, concisa y concreta”.

Termino contando una que me hizo Neto, ya Secretario Regional. No cabe duda que, para los arquitectos, la música es nuestra mejor compañera al hacer maquetas y planos. Neto me dijo con la inusual frase protocolaria “Nicanor, ¿Cuándo tú escuchas música te distraes o te acercas a Dios?”. “Me acerco a Dios”, le respondí con candidez. “¿Cómo así?”. “Bueno, a mí me gustan las baladas románticas y se las canto al Señor”. Se quedó pensando. “Bueno, lo que te quería decir es que la música distrae y no se debe escuchar mientras se trabaja sino repetir jaculatorias ¡pax!”. “In aeternum” respondí. Apagué la radio y la dejé en Dirección porque era un olvido del anterior dibujante de obra del edificio. La música sólo estaría reservada para los viajes en el bus hacia la Universidad, pero serían un estorbo, porque habría que aprovecharse ese tiempo para rezar más rosarios que el propio del día y, para ese caso, sí me distraía. Como anécdota recuerdo a un agregado, al que se le hacía fama de ser muy apostólico y desinhibido. Él, rezaba el rosario en voz alta dentro de los buses. La ventaja era que, cuando llegaba al paradero donde bajaba, el cobrador le decía “no me pague Padre” y, como de finanzas nunca estuvo bien… Otras las protagonizaba yo, cuando viajaba en buses interprovinciales y solicitaba a la “terramoza” que, en vez de ver un video de Rambo, colocase uno de un hombre excepcional, un español que cambiaría el rumbo de la historia de la humanidad y, el VHS se tragaba alguna tertulia del Fundador (de las aptas para todos, porque están seleccionadas por categorías), con lo que algunos viajeros que extrañaban a Rambo preguntaban por la procedencia del vídeo y me daban una paliza con la mirada. Pero eran de esas “pillerías santas” que se nos contaban en las tertulias.

Luego vendría una práctica más intensiva de las mortificaciones corporales, el uso de la disciplina y el cilicio. Pero esto va en el siguiente relato.

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Publicado el Wednesday, 21 April 2010



 
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