Recientemente, cierta persona consideró que Agustina le había censurado la carta que había enviado, porque podía afectar a la sensibilidad religiosa de los lectores de Opuslibros.

Hay que recordar que el respeto a los sentimientos religiosos forma parte de los principios y libertades esenciales de la Unión Europea. En el preámbulo de la Carta de los Derechos fundamentales de la Unión se dice “El disfrute de tales derechos origina responsabilidades y deberes tanto respecto de los demás como de la comunidad humana y de las futuras generaciones”

Este deber de respeto  a las ideas religiosas de los demás, es un principio básico de las democracias europeas.  No admite excepciones, ni siquiera para quienes hayan abandonado su antigua fe. Sea cual sea su actitud actual respecto a su fe –o cualquier otra- tienen la obligación, en el marco del derecho europeo y del país de la Unión en el que residan, a respetar la religión, la fe y las creencias de los demás.

Por alcanzar algo que hoy nos parece tan elemental, se ha tardado siglos en Europa. Es natural que no solo los nacionales de la Unión Europea cumplan con este deber de respeto, sino que se exija también a los extranjeros que vengan a vivir a la Unión. Si no entienden que es respetar la fe de los demás, que hagan el esfuerzo por entenderlo, ya que han venido a vivir aquí. Cierto refrán dice: “adonde fueres, haz lo que vieres”. Pues el que venga a Europa, que conozca los derechos fundamentales de los europeos y los respete.

Cuando Agustina no publica cartas que vulneran ese principio de respeto a las ideas religiosas, está actuando de forma democrática. No está censurando nada, sino respetando las libertades ajenas. Aunque haya alguno que no lo entienda e injustificadamente, se queje porque no le dejen faltar a los sentimientos religiosos de los demás. ¡Lo que faltaba por leer!

Igual que en su día tuve que criticarla, hoy la defiendo y felicito a Agustina por su proceder.    

Daniel M

Nota: por supuesto la Iglesia no tiene ningún “problema”, en el sentido que alguno aludía el viernes 12 de febrero. La Iglesia propone unas verdades de fe, a las que llama dogmas, recibidas de Jesucristo, a quien considera y cree verdadero Dios (como Él mismo se reveló a sus discípulos). Naturalmente, quien no quiera aceptar esa “proposición” de verdades, porque prefiere seguir las suyas, acaba saliendo de la Iglesia. Lo que no parece razonable es calificar de dogmática a la Iglesia porque uno haya escogido sus propios “dogmas”.

La Iglesia defiende desde hace siglos al ser humano –tanto hombres como mujeres. Lo sigue haciendo hoy en su oposición al aborto (la única institución actual que lo hace).  Da a los hombres una esperanza que trasciende más allá de la muerte, la vida eterna.

Como siempre en su historia, a la Iglesia le ha interesado las personas antes que las entidades; por eso, muchos de sus fieles, consagrados y obispos han llegado a morir, imitando a su Maestro (que murió por cada hombre)

Todo esto es verdad, aunque haya hombres pecadores que –dentro de la Iglesia- cometan pecados que atenten contra la caridad. ¿Acaso no hubo un judas entre los apóstoles? Y eso se repite, desgraciadamente, todos los siglos. No hay institución que no tenga personas que no hagan mal las cosas, pero en conjunto la labor de dos mil años de la Iglesia Católica es inmensamente positiva.