Siguiendo estas semanas los escritos de Calandria, con la consiguiente polémica que ha desatado, no he podido dejar de acordarme de Lucrecia Rego de Planas. ¿Que quién es Lucrecia Rego? Pues por lo que ella misma relata en sus comentarios en internet, Lucrecia es una señora casada, militante de los Legionarios de Cristo desde hace 35 años y que gestiona diferentes portales en la red dedicados a exaltar los principios de la doctrina católica y de los Legionarios. Nada que objetar hasta ahí.

Como es de conocimiento general, la vida de los Legionarios se ha visto gravemente zarandeada en los últimos tres años desde que salieron a la luz pública ciertas actividades, no precisamente apostólicas, de su fundador Marcial Maciel: varios casos de pederastia con seminaristas legionarios y diferentes hijos engendrados con diversas mujeres. Cómo estaría la cosa de clara que el propio Papa tomó cartas en el asunto y lo suspendió de todas sus actividades sacerdotales, lo conminó a una vida de oración y penitencia y no le abrió un juicio en razón de su avanzada edad. Tiempo después murió.

Pues bien, a pesar de que el escándalo es meridianamente claro, aquí tenemos a Lucrecia, erre que erre, negando públicamente las perversiones de Maciel, aduciendo que nadie fue testigo de tales comportamientos. Vendría a ser como Calandria cuando proclama su amplísima libertad en la Obra. Los argumentos de Calandria son al Opus Dei como los de Rego de Plana al fundador de los Legionarios.

En el Opus Dei no hay libertad. Hay, al contrario, una abdicación total de la libertad individual. Ahí está, gráficamente, la más abominable frase (y mira que el catálogo es amplio) que se prodigaba en charlas, círculos y hasta se canta: “ser miembro del Opus Dei es el derecho a no tener derechos”. Esa frase, por supuesto, no me la he inventado yo, e insta directamente al miembro opusino a no ejercer plenamente como ser humano en beneficio de la maquinaria institucional. Otra cosa muy diferente es que Calandria disfrute actuando como “no persona”. Ahí no entro. Y si encima el ambiente de su centro es tan divertidísimo y cascabelero que se pasan la vida de carcajada en carcajada y de chiste en chiste, pues enhorabuena. Creo que los alucinógenos ejercen un efecto similar.

Pero, por favor, que no retuerza la verdad hasta negar lo obvio. Volviendo a la legionaria Lucrecia, me quedé estupefacto cuando, hablando de la hija de Maciel que entonces aparecía (posteriormente se denunciaron dos casos más) manifestaba en otra entrevista [las negritas son es mías]: “Antes que nada, debo decir que considero bastante inverosímil la historia de esa supuesta hija de Nuestro Padre. Un anciano de sesenta y ocho años... es muy difícil que sea siquiera capaz de mantener una relación sexual. Pero, supongamos que sea cierto... que efectivamente la mujer lo haya seducido y haya conseguido (no sé por qué medios) la relación y la concepción  [obsérvese cómo traspasa la carga de la culpa del "inocente" Maciel a la mujer que “engañó” al fundador legionario. De traca]. Bajo este supuesto, no podemos saber el grado de culpabilidad que tuvo la mujer ni la que tuvo el sacerdote, pues no conocemos las circunstancias. Así que no hay escándalo, pues ni siquiera sabemos si el caso cumple con las condiciones para ser un pecado (pleno conocimiento y pleno consentimiento)”.

Conclusión: cuando alguien fanatizado, llámese Lucrecia o Calandria, no quiere ver, es casi imposible hacerle entrar en razón. Saludos.

Jiménez