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 Correos: La pipirrana de don José y las naranjas de don José Gabriel.- Confiado

010. Testimonios
confiado :

Hola a todos. Como recién llegado pienso que debo presentarme. Baste decir que mi nick me retrata en parte. Treinta y cinco años como numerario y ya ocho –largos– fuera de la Obra, donde muchas veces fui un poco por libre por mi espíritu crítico y mi individualismo. Nunca me ha gustado perderme en la masa o en un grupo. No obstante mi fuerte sentido de la individualidad, no soy lo que podría denominarse un “anarcoreligioso”: creo en la Iglesia y en sus instituciones.

 

He conocido muy recientemente este foro y en él he encontrado colaboraciones con las que estoy totalmente de acuerdo (por ejemplo, el informe de A.G.) y otras cuya lectura me ha emocionado (la historia de Maripaz, por citar una) o me han causado risa o pena al describir situaciones que encajan con mi propia experiencia. Otras me han dejado un mal sabor de boca por... Bueno, es de madrugada y no estoy para pensar mucho: otro día lo haré. Pero voy a contar dos anécdotas que me han venido a la mente mientras daba vueltas a los puntos suspensivos. Son muy light, pero en parte ilustran algo de lo que pensaba escribir sobre que en la Obra hay de todo, como en botica. Ambas sucedieron en un curso anual de gente mayor a finales de verano en Pozoalbero, alrededor de 1990.

 

a) Salimos de excursión desde Jerez hacia no recuerdo qué playa, salida promovida por don José –cura vitalista, dicharachero y cariñoso donde los haya– con el principal objetivo de preparar allí, bajo los pinos, una pipirrana malagueña con todos los ingredientes  que él se había preocupado de pedir a la administración, desde días antes. Durante el viaje, amenizado con una cinta de la misa rociera que yo compré en la gasolinera donde repostamos sabiendo que don José era un ferviente rociero, él no paró de elogiar con entusiasmo tanto el Rocío como la pipirrana. Nada más llegar, buscamos la sombra de unos pinos y dispusimos una gran ensaladera y la tabla para cortar los tomates y demás ingredientes. Pero, en cuestión de segundos, los tres numerarios restantes desaparecieron al galope enfundados en sus bañadores. Yo me quedé para –vista su ilusión y su entusiasmo– no dejar solo a don José. Ni que decir tiene que don José le estuvo añadiendo a la pipirrana el ingrediente de su indignación, sin disimulo alguno,  durante todo el tiempo que tardamos en prepararla: la aliñamos mientras él la revolvía con ambas manos como quien levanta doblones de oro, dejándolos caer de nuevo en el cofre, y jurando que no era tesoro para ignorantes insensibles. Los fugitivos llegaron a comer cuando les pareció bien, con el ánimo de don José ya más apaciguado. Por la noche, en la tertulia, comentaron que la pipirrana había sido un éxito (yo miraba de reojo a don José, pero él se mantuvo con cara de póker). No tengo conciencia de haberles hecho notar el feo a los insensibles: mea culpa.

 

b) En la primera tertulia de ese curso, el director dio los pertinentes avisos sobre el uso de la finca. Entre ellos, que detrás del campo de fútbol había un naranjal del que no debían cogerse naranjas, porque ya la administración se encargaba de recogerlas. Al día siguiente llegué hasta él rezando el rosario, y me paré a contemplar la buena pinta que tenían las naranjas. Por allí andaba también en lo suyo don José Gabriel –cura ya de cierta edad, vasco por más señas y muy gracioso–, quien se me acercó por detrás y me susurró al oído:

            –¿Sabes por qué han dado ese aviso en la tertulia?

Yo le miré impasible, pues la respuesta me parecía obvia, pero él continuó:

            –Pues para que tú y yo podamos coger una cada uno. Si todos lo pudieran hacer se acabarían las naranjas en un santiamén, así que han dado el aviso para que tú y yo disfrutemos de ellas sin que se cause un destrozo.

            Y allá que cogimos una por cabeza. Estaban, efectivamente, riquísimas.

 

Confiado




Publicado el Wednesday, 23 September 2009



 
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