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 Correos: Todo el mundo puede aprender algo de vuestros escritos.- Pablo_P

140. Sobre esta web
Pablo_P :

Antes de nada, enhorabuena por vuestra web. No he estado nunca en el Opus, aunque sí que lo he sufrido de forma indirecta en mi familia. Al leer vuestras experiencias se me encoge el corazón de pensar lo mal que lo habéis tenido que pasar y el daño tan grande que se hace uno a sí mismo y a otros dentro de esa organización. Pero lo que más me llama la atención de vuestros escritos es la cantidad de cuestiones interesantes que tratáis. Es como si al “recomponeros” después de haber pasado por una experiencia traumática, en muchos casos habéis vuelto al mundo con una delicadeza y una humildad especiales; en algunos casos todavía con algunas heridas, y cada uno con sus peculiaridades y cosas raras. Vamos, que encuentro en esta web algo muy “de verdad”, y leyéndoos aprendo sobre el ser humano más que en todas las clases de antropología de la Universidad de Navarra puestas juntas...



En mi opinión, la mentalidad del Opus y los problemas que afrontáis al salir reflejan algo que es a la vez muy universal y muy de nuestro tiempo: la tensión entre relativismo y absolutismo. El absolutista es una persona que cree que se halla en posesión de la verdad, como si merendara con Dios todas las tardes; en su vida hasta el detalle más pequeño es significante, y (aunque lo esconda con falsa modestia) se siente superior a los pobres desgraciados de a pie, que no tienen “las cosas tan claras”. Cuando le intentas hacer ver que su forma de ver las cosas no es la única, el absolutista te dice que claro, tú eres un relativista, para ti lo mismo da una cosa que otra, no hay ni bien ni mal. En la mayoría de los casos esto no es más una caricatura, pero también existen individuos así.

 

En el fondo, el absolutista y el relativista reaccionan ante la misma dificultad: a los dos les aterra equivocarse. La estrategia del absolutista consiste en agarrarse a un sistema y tragárselo, renunciando a su responsabilidad. Da igual si esto o aquello está bien o está mal; yo no tengo que responder a esa pregunta, y en cambio la cuestión es acatar lo que me dicen de arriba. La estrategia del relativista es igual de perezosa: uf, qué complicado, no me vengas con problemas. Los dos, el absolutista y el relativista, dejan de lado un aspecto fundamental del ser humano: todos tenemos problemas, momentos en los que tenemos que decidir qué hacer, conflictos en los que las cosas no son blancas o negras y tenemos que sopesar cuáles son nuestras prioridades, qué está mejor y qué está peor. Qué pasa si hago algo, y resulta que me equivoco. Cada uno tenemos la capacidad, y quizás el deber, de hacer frente a ese problema y aceptar la responsabilidad que esto conlleva, en lugar de escaquearse o pasarle la decisión y la responsabilidad a otro.

 

Llevado al extremo, el absolutista puede, por ejemplo, estrellar aviones contra las Torres Gemelas: está absolutamente seguro de que su mensaje, interpretado de forma inequívoca por su líder, es la verdad absoluta. No le cabe duda de que al hacerlo está luchando la Guerra de Dios contra el Gran Satán; las vidas de las personas que mate pasan a un plano secundario, y él está seguro de que está haciendo lo que tiene que hacer e irá al cielo. O bueno, quizás no esté tan seguro; quizás se agarra a esa forma de pensar como a un clavo ardiendo porque le proporciona una coherencia y una seguridad en la respuesta a sus grandes preguntas que no encontraría por sí solo. En otra época, absolutistas eran los inquisidores que torturaban a los supuestos herejes para que confesaran sus errores y se arrepintieran: qué supone unas horas de tortura, si está en juego una eternidad en el infierno. Los inquisidores creían que les estaban haciendo un favor a sus víctimas. El jihadista y el inquisidor son caricaturas, casos llevados al extremo, pero que pueden enseñarnos lecciones muy importantes. Del mismo modo, el Opus debería alertarnos sobre problemas que tiene la Iglesia en general.

 

La actitud opuesta, el “todo vale”, también puede ser peligrosa. Se da, por ejemplo, en personas que han perdido el sentido de la justicia y pueden presenciarla de brazos cruzados: “no es mi problema”, “qué se le va a hacer”, “cada uno que se ocupe de lo suyo”.

 

En fin, el mundo es muy complicado, y es normal tener la impresión de que quizás hoy en día sea más peligroso que en otros tiempos. Opciones como el Opus pueden resultar, en principio, muy atractivas por esa seguridad que dan, esa idea de que son un camino que no falla, una tradición “que ha sido así desde siempre” (esto último es más retórica que otra cosa). No hay duda de que en la tradición uno puede encontrar un mensaje (de hecho, muchos mensajes) para orientar su vida; la dificultad está en no caer en el absolutismo, ver cómo se entiende esta tradición. Este es un problema sobre el que leí en la web en una reseña (creo que escrita por Agustina) de un libro que contrasta las personalidades de Escrivá de Balaguer y Pedro Arrupe (el libro no lo he leído todavía, pero tiene muy buena pinta). Hay gente, como Escrivá, que entiende que el mundo está descarrilado y le entra nostalgia por un pasado ideal. Lo que hay que hacer es marcarse un revival y volver al pasado (aunque, por supuesto, esto lo matizan, porque es imposible hacerlo de forma literal – es como la decoración Opus, que quiere ser conservadora y acaba siendo rancia con estilo propio). Esta forma de ver las cosas crea una tensión muy fuerte, porque por más que uno se empeñe el resto de la Iglesia y de la sociedad siguen en 2009. Al final, o acaba uno adaptándose, o para seguir igual se tiene que formar una especie de invernadero aparte del mundo. Leed sobre la iglesia/secta del Palmar de Troya (que, por cierto, canonizó a Escrivá antes de que lo hiciera el Vaticano; que curioso que no se hable de este detalle); es otra caricatura pero, una vez más, tiene algo de retrato troppo vero de instituciones como el Opus.

 

La otra forma de entender la tradición es la de los que, como el P. Arrupe, entienden que hay que beber en las fuentes y adaptar las lecciones a las circunstancias de hoy. La posibilidad o imposibilidad para hacer esto último depende de la riqueza de la tradición, de la actitud de los líderes espirituales, y de las capacidades de cada uno. Habrá lecciones que nos servirán como ejemplo negativo (como la de los inquisidores), otras que querremos recalcar, y otras que adaptaremos para que sigan diciéndonos lo mismo en el lenguaje actual, como hicieron San Agustín en su siglo o San Ignacio y Santa Teresa en el suyo.

 

Creo que la clave, la lección que tenemos pendiente, es cómo beber de la tradición sin caer ni absolutismo ni en el relativismo. O sea, no renunciar a la voz propia; intentar definir los criterios y adaptarlos a cada situación lo mejor que cada uno pueda; sopesar las ideas para ver cuáles son mejores o peores en lugar de aceptarlas o rechazarlas porque sí si son de fulanito o de menganito. Aceptar que la forma que tiene uno de ver las cosas no es la única válida, aunque a mí me parezca que es la mejor (esto no es relativismo; es humildad). Como dice Brad Hirschfield, un rabino ortodoxo, en su libro You don’t have to be wrong for me to be right, es curioso que no me cueste aceptar que mis hijos no son los niños más listos (aunque les quiera más que a ningún otro), o que mi mujer no es la más guapa del mundo (sin dejar de preferirla a las otras), y en cambio nos cueste tanto aceptar que “nuestra verdad” no es la única ni tal vez la mejor.

 

Esta postura intermedia es la del que busca de verdad. La Biblia nos enseña esto con la figura de Abraham, al que Dios le dice que deje la casa de sus padres y se dirija al lugar que El le enseñará. La historia empieza sin introducción; Abraham y Sara somos tú y yo, dos personas cualquiera sobre las que no sabemos nada. Dios no les dice a dónde tienen que ir, sino que se lo irá indicando poco a poco. Abraham pasa años yendo de un lado para otro, en un camino extraño y poco lógico, sin saber cuál es el destino final. Es, de algún modo, todo lo contrario del “plan de vida” y el esquema perfecto del Opus en el que todo encaja, todo está medido y planeado. Usando un símil culinario, es como si el Opus fuera uno de esos libros de cocina que dicen: añádanse 3,46 gramos de sal, y téngase en el horno a 193 grados veintisiete minutos – ni uno más ni uno menos. En cambio, Dios le dice a Abraham que le eche la sal que necesite, y lo meta a horno medio-fuerte “hasta que vea que esté hecho”. Sólo un cocinero que sigue este segundo método puede discutir, cuestionar (como Abraham cuando Dios le dijo que iba a destruir Sodoma: “¿así que vas a exterminar al justo junto con el culpable?”), y ser de verdad un colaborador de Dios. El papel de Abraham no es fácil ni cómodo; tiene que seguir andando, probando, en un camino impredecible, raro, y nada lineal (al contrario que la línea recta tan atractiva que dibujan algunos). Pero en eso consiste la fe.

 

Encuentro en esta web opiniones que me parece que van en esta dirección, y creo que es porque muchos de vosotros habéis vivido ese proceso de dejar la comodidad (teórica) de casa por una búsqueda difícil y muchas veces solitaria. Llegáis a sitios donde no existe esa coherencia fantástica del mundo del Opus, pero que en mi opinión son respuestas más cristianas que las habituales y mucho más “de verdad”, y llegáis a ellas con humildad. Os dais cuenta de que el camino de cada persona es distinto, y tratáis con cariño a los que están en otro punto de su camino. Sois capaces de aprender de vuestros años en el Opus (que también fueron parte de vuestro camino, un tramo especialmente difícil que, gracias a Dios, ya ha pasado), y, sobre todo, de reíros de ellos como Satur, que me parece que es la actitud más sana posible. En fin: enhorabuena otra vez; me parece que todo el mundo puede aprender algo de vuestros escritos. Muchas gracias.

 

Pablo_P




Publicado el Monday, 13 July 2009



 
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