Cuando yo era niño y alguno de mis mayores, (padres, hermanos, profesores...) me gritaban y me amenazaban con un castigo, me asustaba y me daban miedo.

Cuando no tan niño en los sermones de las misiones que se celebraban muchos años (en mi pueblo por lo menos) y los predicadores nos explicaban con voz atronadora que Dios era un juez justiciero sentado en un trono, poco menos que despidiendo rayos y centellas, que llamaba a los humanos a juicio y por sus pecados los mandaba a casi todos a los tormentos del fuego eterno (Santa Teresa había visto bajar al infierno a las almas como las hojas de los árboles que caen en otoño, nos decían) me asustaba y tenía miedo.

Cuando ahora alguien quiere hacerme creer que Dios, mi Padre, es un ser que nos está esperando al final de nuestra vida para castigarnos por toda la eternidad por pensar con nuestra mente y actuar en consecuencia de las conclusiones a las que hemos llegado con esa misma mente que Ël mismo nos ha dado, ¿qué queréis que os diga?, no sólo me da miedo, es que me aterroriza.

Cuando eso me ocurre recurro a algo, para mí, muy sencillo: leer el Evangelio, la buena noticia: DIOS NOS AMA. Y nos ama infinitamente más que cualquier padre o madre pueda querer a sus hijos o cualquier abuelo a sus nietos (y esto último os aseguro que es mucho, mucho, mucho).

Y Jesús diciendo "NO TENGÁIS MIEDO".

Con un beso para todos.

Moisés